Tres días después de la Navidad de 1972 y apenas seis después de ser rescatados de la montaña, los supervivientes del Vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, daban finalmente una conferencia de prensa no solo en su país, Uruguay, sino en su colegio, el Stella Maris-Christian Brothers, del que habían egresado años atrás pero al que, como muchos ex alumnos, seguían ligados. Uno de ellos, asistente atento a la conferencia de sus compañeros, era Pablo Vierci, autor del libro 'La sociedad de la nieve' en el que se basó la película de J. A. Bayona que hoy compite por el Oscar.
"Tengo muy buen recuerdo de mis tiempos de colegio, durante toda la primaria y la secundaria, en los años 50 y 60, en el colegio" dice Vierci. Para él, ese colegio fundado por curas irlandeses en Montevideo, y los valores que estos les enseñaron, fue fundamental para la supervivencia de sus compañeros en la montaña. De hecho, la llamada 'Tragedia de los Andes' ni siquiera fue el primer accidente que puso a prueba el temple de aquellos jóvenes uruguayos. "Sí, los ex alumnos del colegio Stella Maris habíamos vivido otra tragedia, otro accidente, tres años antes de los Andes, en 1969 -explica Vierci-. Tres compañeros muy queridos, que estaban una clase debajo de la mía, se ahogaron cuando hacían una travesía en una canoa, en el barrio de Carrasco, donde casi todos vivíamos. Se salvó uno solo, pero los tres compañeros del colegio perecieron".
Para Vierci y muchos de sus compañeros fue la primera vez que se enfrentaban a la muerte cercana, y de hecho, también terminaría escribiendo un libro sobre aquello: “El Fin de la Inocencia” (Alfaguara, 2018), "porque siempre sentí que la escritura es una experiencia sanadora, pero que solo logra su objetivo si permite que el lector lo viva en forma similar, con sus propios fantasmas".
Según el escritor "el hecho de pertenecer a ese colegio, y conocer a los que no volvieron, me generó un compromiso con ellos que era indelegable. Éramos pocos los que los conocíamos y era casi el único que le gustaba escribir. Por eso supongo que sentí mucha paz en mi espíritu cuando se cumplieron 30 años del accidente, en diciembre de 2002, y publiqué en el diario El País de Uruguay un pequeño ensayo titulado “Nosotros, los otros”, que es la epopeya de los Andes contada desde el punto de vista de los que no volvieron".
¿Cómo los recuerdas de antes del accidente?
Eran chicos, y son ahora hombres, con gustos muy diversos, y esa diversidad siempre me resultó enriquecedora. De antes del accidente recuerdo a mis amigos como rudos y generosos. Fuertes y bondadosos. Era un colegio solo de varones, de Hermanos Irlandeses, los Christian Brothers, que predicaban con el ejemplo, y esa era la enseñanza principal: ser íntegros, ser nobles, no mentir. Y para ello utilizaban el rugby como herramienta pedagógica, en un país esencialmente futbolero, como era el Uruguay.
¿Tuviste una relación más cercana con alguno de ellos?
Si bien el Stella Maris era un colegio donde todos teníamos mucha vida en común, con las distintas clases, empezando por el deporte, mis amigos más cercanos eran mis compañeros de clase, de la generación 1965 (el años que egresamos de la secundaria), Nando Parrado y Guido Magri. El primero sobrevivió y fue uno de los expedicionarios que lograron llegar a la meta, y el segundo, que lo recuerdo especialmente por su fortaleza física y mental, murió en el mismo accidente, porque viajaba en la cola del avión, que se desprendió con el choque.
¿Cómo dirías que influyó el tipo de educación cristiana que recibieron en el Stella Maris- Christian Brothers en su supervivencia durante los días en la montaña?
Bueno, no todos los pasajeros eran ex alumnos del Stella Maris-Christian Brothers, aunque sí lo eran los que organizaron el viaje, y por eso conformaban la mayoría. O sea también en la montaña se formó una sociedad diversa. Pero si me concentro en las peculiaridades del colegio Stella Maris-Christian Brothers, creo que lo que sí influyó fue el carácter que nos imprimieron los hermanos irlandeses, los Christian Brothers. Los recuerdo con enorme cariño. Incluso hace unos años, junto con Roberto Canessa, los fui a visitar a Buenos Aires, donde residen los que todavía están vivos. Siempre fueron unos puntales en mi vida.
¿Fue ese 'carácter' lo que les permitió sobrevivir?
Si, creo que lo que se trasladó a la montaña fue el concepto de fraternidad, de generosidad, de integridad y de nobleza. Para los Christian Brothers ese era el norte, el rumbo, ese era el sentido de la vida. Para ellos, vivir en forma digna, es honrar esos principios, mucho más que lo académico. Lo otro que nos enseñaron siempre es a no claudicar. Nunca dejarte caer. Y eso también se entrenaba en el rugby: aunque estés lastimado, aunque te duela, no podés abandonar el juego. Hay que seguir hasta el final. ¿Cuál es el final? No lo sé.
Cuando ocurre el accidente tú aún no habías publicado tu primer libro ¿Cómo influyó en tu imaginación el hecho de que tus compañeros del colegio pasaran por eso? ¿Dirías que influyó en tu carrera de escritor?
Sin duda que influyó, como influyen todos los acontecimientos que calan hondo en tu vida, y en particular los que no comprendes del todo, porque siempre te presentan aristas nuevas. En mi caso, desde que tengo memoria, me gusta expresarme a través de la escritura. Nunca tuve dudas al respecto. Pero tampoco tengo dudas de que el accidente de los Andes, que partió nuestra juventud, me marcó como persona y direccionó mi vocación de escribidor. Hasta tal punto, que hice no uno sino dos libros sobre el tema, 'La Sociedad de la Nieve' e, inmediatamente después, 'Tenía que Sobrevivir', con Roberto Canessa, ya analizando el vínculo entre su experiencia en los Andes y su vocación de médico que atiende a niños recién nacidos con cardiopatías congénitas. Canessa se convirtió en “rescatista”, como una suerte de revancha porque a él jamás nadie lo rescató cuando tenía 19 años en la montaña: ellos tuvieron que salir a buscar el rescate.
Tanto para el documental de Gonzalo Arijón, como para tu libro y, luego, para la película, se hicieron entrevistas a los supervivientes. Además, hay varios libros, incluyendo los de Parrado y Canessa. ¿Hay diferencias remarcables entre las versiones?
La clave de esta historia es que hay testigos vivos, además de las tres cartas que escribieron dos de los chicos que no volvieron, y Liliana, la mujer de Javier Methol, madre de cuatro hijos. Hablar con ellos, así como hablar con las familias de los que no volvieron es fundamental cuando se quiere recrear una historia real. No obstante, entiendo que la obra debe trascender a los hechos, debe tener un punto de vista, una estética especial y convertirse en una suerte de puente emocional entre los hechos y el lector o el espectador. Es como una carrera de postas: ninguna obra reemplaza o elimina a la anterior, sino que se van sumando. Creo que el sentido de todo esto es llegar cada vez más hondo, en un tema límite, la vida y la muerte. Nunca podemos olvidar que los muchachos de los Andes vivieron 72 días en la cornisa con la muerte pisándoles los talones y que el miedo no los amilanó, sino que los catapultó hacia adelante, para que lograran salir los que pudieran, en una fraternidad pautada por la generosidad extrema, . De eso se trató el 'pacto de entrega mutua', que incluso está documentado en una carta de un chico que murió, donde ellos eran sobrevivientes y alimento al mismo tiempo.
¿Cuál dirías que es la mayor diferencia entre la forma en que contaron la tragedia a los 20 que la forma en que lo ven ahora, ya septuagenarios?
Siento que cuando ellos regresaron, sin tiempo para procesar lo que había sucedido (el primer libro, que siempre me pareció muy bueno y necesario, “Viven”, se publicó a comienzos de 1974, o sea un año y pocos meses después de su regreso), los sobrevivientes se concentraban más en relatar los hitos de lo sucedido. Esos hitos son los que se han recreado durante todos estos 52 años: el accidente en sí, la primera noche en el infierno, la expedición del día cuatro, el debate sobre alimentarse con los cuerpos y el pacto de entrega mutua, y así sucesivamente hasta que Nando viene en los helicópteros del rescate. Pero entre esos hitos hay un océano, cuya profundidad no conocemos. Y creo que es bueno que los diferentes abordajes sobre este tema lo hagan navegando en ese océano, entre los hitos conocidos.
Se ha remarcado que cuando tú entrevistas por primera vez a los supervivientes, sus propios hijos tenían la edad que ellos durante el accidente. ¿La paternidad era un tema sensible para ellos durante sus conversaciones?
La paternidad es, obviamente, un cambio radical en la vida de los seres humanos. Redefinimos las prioridades. Cuando escribimos 'La Sociedad de la Nieve', digo 'escribimos' porque finalmente es un libro coral, 15 de los 16 supervivientes eran padres. Ya no eran los jovencitos que yo conocía de la infancia, adolescencia y primera juventud. Eran personas más maduras. Y para mí fue muy importante, para confirmar las peculiaridades que, a mi juicio, tiene esa 'sociedad de la nieve' que ellos crearon en la montaña, el conocer a sus hijos. Porque tenían puntos en común, tenían la misma honestidad, la misma fraternidad, la misma integridad de sus padres en la montaña. Como que en la carrera de postas, con aquella llama que se encendió en la montaña, sus hijos habían tomado la antorcha, como luego la tomaron tantos, entre otros los que han escrito o hecho entrevistas, documentales o películas sobre este tema.
¿Cómo es subir de nuevo a la montaña con Canessa y los demás? ¿Impresiona más el lugar o el hecho de que los supervivientes puedan volver allí?
Subimos con Roberto Canessa, Gustavo Zerbino, Adolfo Strauch y “Moncho” Sabella, además de Juan Pedro Nicola, cuyos padres murieron en el accidente, y con el documentalista Gonzalo Arijón y su equipo. El lugar me resultó majestuoso y tremendo, estás a casi 4.000 metros de altura, te sientes muy mal, pero no obstante los sobrevivientes no parecían sufrir lo que yo estaba sufriendo. En el libro relato lo que sucedió al regreso, a caballo, cuando nos asalta una tormenta, y a mí casi me gana el pánico, porque estábamos en el medio de la nada. Entonces me pongo detrás de Adolfo Strauch, que se guía no sé cómo, porque no se ve nada, y está sereno, y yo muy asustado, pienso que estamos perdidos, porque no vemos al resto del grupo, hasta que de pronto, no sé cómo, Adolfo logra encontrarlos. Y yo vuelvo a respirar. Así son los sobrevivientes. Y así soy yo.
¿Cómo se llega al punto del accidente?
Primero fuimos a la ciudad de San Rafael, en Argentina, de ahí en unos vehículos todo terreno hasta la desembocadura del río Athuel, y desde ahí a caballo se sube a la montaña.
¿Cuánto tiempo permaneció allí y cómo es pasar una noche en el lugar?
Fueron dos días para subir, a caballo, dormimos una noche en el lugar del accidente, el Valle de las Lágrimas, y dos días para bajar. Para mí resultó una experiencia durísima, imprescindible para poder escribir el libro, porque debía aproximarme lo máximo posible a lo que ellos vivieron, pero un verdadero sufrimiento. Al mismo tiempo fue imprescindible advertir cómo ellos se comportaban en ese entorno, que les resultaba tan familiar, mientras que para mí era tan inhóspito y hostil.
¿Con J. A. Bayona hubo siempre sintonía?
En el caso de la película, desde un comienzo, Juan Antonio Bayona me propuso, como él lo ha contado en algunas entrevistas, “tirarnos de cabeza” para explorar lo que todavía no se sabía, lo que no se había contado. Y así lo hicimos. Creo que el larguísimo proceso de la película fue, por encima de todo, una exploración.
¿Qué es lo que más (y lo que menos) le ha gustado de la película?
No puedo hablar de lo que menos me gustó de la película de Bayona porque yo soy productor asociado de la misma, o sea si algo no me hubiera gustado, lo hubiera dicho, y hubiera debatido mucho para intentar cambiarlo. Respecto a lo que más me gustó, es el punto de vista, la sabiduría con que Jota Bayona comandó a ese gigantesco equipo, junto con sus productoras, Belén Atienza y Sandra Hermida. La honestidad con que trató el tema, consultando permanentemente a los sobrevivientes. Para ello, previamente, en 2018, los entrevistamos durante 50 horas, en formato cine. Y luego a partir de 2020, grabamos muchísimas horas de audio, y durante la preparación del guión, o durante el rodaje, infinitas veces, porque esa era una de mis tareas: hablar con los sobreviviente de todo, siempre, y con los familiares de los que no volvieron.
¿Cómo evalúas tu propia experiencia como productor asociado?
Fue de las mejores experiencias de mi vida. Conocer a Jota Bayona, a Belén Atienza y a Sandra Hermida fue un regalo. Un vínculo que comienza en 2011 y se estrecha cada vez más desde que comenzamos a trabajar juntos, en 2016. Y entiendo que todas las dificultades que tuvimos, empezando por encontrar el punto de vista, o las dificultades para encontrar financiamiento para una película en español, en “uruguayo”, en verdad, así como todos los otros obstáculos, o incluso el durísimo rodaje, en plena pandemia, nos hermanó más todavía. Son personas, los tres, con los que uno nunca para de aprender, de quererlos, de admirarlos. Porque además se cumple un sueño que tengo desde la adolescencia, cuando repetía una frase como un mantra: “la bondad es inteligencia pura”. Tanto en Jota, como en Belén y Sandra esto se cumple a carta cabal. Parafraseando lo que dicen los sobrevivientes sobre el grupo que ellos formaron en la montaña, hoy por hoy, con Jota, Belén y Sandra siento que somos “más que amigos”.
¿Cómo es Bayona como director?
Es como esos renacentistas, sabio en disciplinas diversas, yo le llamo “nuestro Leonardo da Vinci”. Es sabio para narrar, es sabio para la plástica, como un pintor, es sabio para la música, es sabio en el trato con los actores, es sabio para entusiasmar a tanta gente con semejante pasión, en un rodaje que además fue especialmente duro, en plena pandemia, lo que permitió que nos aproximáramos, al menos en una micra, a lo que se vivió en los Andes en 1972.
¿Si algo así ocurriera en 2024, crees que la reacción de la sociedad sobre la necrofagia sería igual, mejor, peor?
Salvo en los primeros días tras el rescate, en Chile, cuando algunos medios de prensa intentaron condenarlos, o culparlos, por el tema de la necrofagia, luego que ellos lo explicaron en la conferencia de prensa en Montevideo el 28 de diciembre, en el gimnasio del colegio (mis amigos que no viajamos y yo estábamos ahí, al fondo del estrado) la sociedad lo aceptó. Creo que todo esto además allanó el camino para que luego se generalizara el concepto de “vivo en otro” de la donación de órganos, que en 1972 ni siquiera existía. Entiendo que aquellos jovencitos veinteañeros, en el peor lugar imaginable, sufriendo las peores adversidades, con la muerte inminente, aceleraron un proceso tan generoso como es la donación de órganos, que permiten que otro siga viviendo tras la muerte de otra persona. Por eso creo que si ocurriera en el presente la sociedad lo comprendería. Porque ya hubo un antecedente, ya se rompió el tabú en 1972, ya se le contó al mundo entero en la conferencia de prensa del 28 de diciembre, donde no se mintió sino que se contó toda la verdad, y ya se avanzó en el concepto tan generoso de “vivir en otro”.
¿Darías tu autorización a los amigos para que aprovechen tu cuerpo?
Sin duda que sí. Y supongo que si hubiera estado con ellos en los Andes, habría hecho lo mismo que ellos. No por ninguna virtud especial mía, sino porque supongo que hubiera razonado y sentido la misma compasión que ellos sintieron.
¿Qué significa para ti esta nominación al Oscar de la cinta de Bayona?
La nominación al Oscar para mí no es más que una oportunidad para que la onda expansiva de amor y generosidad que ha generado esta historia, a través de la película, se siga ampliando, tiñendo al mundo con conceptos como el de que la bondad se entrena, y de que al ser humano, cuando se le despoja de todo, de todos los disfraces con los que adorna su ego, en el teatro de la vida, cuando se queda desnudo, como dice Adolfo Strauch, lo que surge es un ser generoso, magnánimo. Nos reconcilia con nuestros semejantes y diluye, para mí, esos antagonismos tan artificiales que forman parte de nuestro cotidiano. Aparentemente vivimos entre antípodas irreconciliables. Pero la historia de los Andes nos demuestra que eso de 'irreconciliable' es una ficción, una creencia que se refuta con hechos como los de 1972.