Con 73 años y seis décadas de carrera, Bruce Springsteen acumula muchos personajes a sus espaldas. El rockero irreductible, el trovador introspectivo, la estrella del pop, el disfrutón alma de la fiesta, el vaquero crepuscular y el campeón del pueblo son algunos de ellos. Y sin embargo todos son, de alguna forma, pieles que el de New Jersey se ha ido ajustando para ahuyentar la oscuridad que desde muy pequeño le inoculó su padre, Douglas Springsteen, un hombre huraño, taciturno y distante, una figura a la que temer y de la que huir, una sombra alargada que persiguió a Bruce toda su vida. El músico no pudo evitar que esa relación "complicada y tormentosa" se filtrara en varias de sus canciones, quizás la única forma que tenía de comunicarse con su progenitor.
El joven Bruce no empezó a encontrarse a sí mismo hasta que en 1963, con 14 años, se agenció por solo 18 dólares una desvencijada guitarra eléctrica con la que se encerraba día y noche en su cuarto. Practicando horas y horas para ser capaz de emular la música de sus ídolos que escuchaba en la radio. Doug no podía ocultar su absoluta decepción con esa absurda afición que no iba a llevar a ninguna parte a su hijo. Ese chaval problemático, mal estudiante, hippioso y con la cabeza llena de pájaros le ponía de los nervios.
La vida no había tratado muy bien a Douglas. El joven apuesto y orgulloso que tras la Segunda Guerra Mundial, en 1948, se casó con Adele Zerilli y formó una familia en el pequeño pueblo de Freehold (New Jersey) se había ido desvaneciendo, enterrado entre toneladas de amargura y empleos ingratos, de operario en la fábrica a funcionario de prisiones, pasando por conductor de autobuses. Pero además sufría una enfermedad mental grave, probablemente herencia de su sangre irlandesa, que empeoró con los años y que solo le detectaron al final de su vida. Su relación con Bruce nunca fue buena. "Cuando mi padre se fijaba en mí, no veía lo que quería ver", se lamentaba Springsteen en su libro de memorias 'Born to run'.
Básicamente su vínculo giraba en torno a su sagrado six-pack, las seis cervezas consecutivas que Douglas se tomaba cada noche mientras esperaba a oscuras en la cocina a que Bruce volviese a casa después de haber pasado la noche en la playa o vagabundeando por ahí . En ocasiones trataba de expresarle a su hijo su preocupación por el camino que llevaba, pero la mayoría de las veces esos encuentros terminaban entre gritos y reprimendas, con Adele llorando en el porche, y Bruce largándose otra vez y dando un portazo.
"Yo no era el ciudadano favorito de mi padre. De niño me imaginaba que así eran los hombres, distantes, poco comunicativos, ocupados en los problemas del mundo de los adultos. De niño no cuestionas las elecciones de tus padres. Los aceptas. Si no te hablan, no vales la pena. Si no te dan amor y cariño, no te lo has ganado. Si te ignoran, no existes", escribía Bruce en su autobiografía, dejando claro que el silencio paternal fue algo con lo que tuvo que lidiar desde siempre. También recordaba una noche en la que a su padre le dio por impartirle unas lecciones de boxeo en el salón, y cómo aquello le hizo sentir "halagado y emocionado por tener su atención". Hasta que se llevó un buen golpe en la cara que casi lo tumbó, provocándole las lágrimas. El guantazo llevaba implícito un mensaje: "Yo era un intruso, un extraño, un competidor en nuestro hogar y una terrible decepción. Mi corazón se rompió y me derrumbé. Él se alejó disgustado (...) Me quería, pero no me soportaba".
Springsteen tardaría en expresar en su cancionero la rabia y tristeza que sentía a causa de la relación con su padre. Hasta que no llegó 'Darkness on the Edge of Town' en 1978, no abordó el tema de una manera frontal. No era extraño que un álbum poblado por personajes solitarios que cargan con pecados inconfesables albergara una canción como la feroz 'Adam Raised a Cain' que, impregnada de un significado bíblico, hablaba de la pesada herencia que se traspasa de padres a hijos: "Papá trabajó toda su vida, solo para sufrir / Ahora camina por estas habitaciones vacías, buscando algo a quien culpar / Heredas los pecados, heredas las llamas, Adán crio a Caín".
En esta canción, también incluida en 'Darkness on the Edge of Town', Bruce examina la figura del padre desde una perspectiva menos crítica y más comprensiva. Si Springsteen se convirtió en un héroe del pueblo, en uno de los mejores retratistas de la desesperanza y la resistencia del hombre común, fue por piezas como esta, en la que los retos de la juventud que romantizaba 'Born to Run' eran reemplazados por las dificultades posindustriales de la vida adulta.
El tema describe a su padre (aunque podría ser cualquier otro padre de la época) que va a trabajar cada día a la fábrica para mantener y alimentar a su familia, en una rutina grisácea que poco a poco va dibujando "la muerte en sus ojos" y engulléndole la vida. El trabajador como simple pieza de un engranaje inhumano que lo devora todo, incluida la dignidad.
A Springsteen siempre le preocupó que los episodios depresivos de su padre y la inestabilidad mental que atravesaba a su familia pudieran estar también dentro de sí mismo. De hecho, se pasaría casi toda su vida adulta luchando contra la depresión. La terapia y los medicamentos serían compañeros habituales durante más de 30 años: “Las depresiones son terribles porque te hacen aflorar ideas indeseables. No lo controlas".
En 'Independence Day', contenida en 'The River' (1982), el hijo está decidido a abandonar ese hogar paterno donde nunca habrá paz, solo un silencio aterrador, porque en el fondo "somos demasiado parecidos". En la canción Bruce tiene claro que las cosas no van a cambiar entre ellos, así que lo mejor es marcharse, pero jurándose que "no van a hacer conmigo lo que vi que te hicieron a ti", y conectando así con la temática explorada en 'Factory'. No está dispuesto a dejar que lo que destruyó al espíritu de su padre aprese también al suyo propio.
Cuando Bruce tenía diecinueve años, quien tomó la decisión de hacer las maletas y marcharse fue Doug. Aunque no lo hizo solo. Se mudó junto a Adele y sus hijas al norte de California. Springsteen, sin embargo, decidió quedarse en Nueva Jersey y tuvo que aprender a sacarse las castañas del fuego él solito. Después de eso, no vio mucho a su padre excepto en viajes ocasionales a California. En uno de ellos, varios años después, sus padres se quedaron perplejos cuando llegó "arrastrando un cofre del tesoro" y diciéndoles que se compraran con eso la casa más grande que hubiera. "La única satisfacción que obtienes es ese momento de '¿veis? os lo dije'. Pero, naturalmente, todas las cosas importantes quedan sin decirse", admite Springsteen.
Un Springsteen más maduro e introspectivo volvería a examinar la relación con su padre en 'My father's house', una de las piezas del oscuro y espartano 'Nebraska' (1982). Se trata de una conmovedora canción sobre oportunidades perdidas y un deseo de reconectar con el padre que finalmente se revela fallido, ya que la letra se termina disipando como en un sueño. "La casa de mi padre brilla dura y brillante / Se erige como un faro llamándome en la noche, Llamando y llamando, tan fría y sola, brillando en esta oscura carretera donde nuestros pecados yacen sin expiar". Bruce la considera la mejor canción que escribió sobre su padre, aunque "su conclusión no iba a ser suficiente para mí".
Muchos años después Bruce contaba la historia sobre cómo, justo antes de convertirse él en padre por primera vez, Doug condujo quinientas millas hasta su casa en Los Ángeles solo para saludar. "Lo invité a pasar ya a las once, en un pequeño comedor bañado por el sol, nos sentamos a la mesa bebiendo cervezas. Mi padre, en su estado normal, tenía poco talento para las conversaciones triviales, así que lo hice lo mejor que pude. De repente, dijo: 'Bruce, has sido muy bueno con nosotros'. Pausa. Sus ojos vagaron sobre la neblina de Los Ángeles. Y siguió '... Y yo no fui muy bueno contigo'. Un pequeño silencio se adueñó de los dos".
"Lo hiciste lo mejor que pudiste', le dije. Eso fue todo. Era todo lo que necesitaba oír, todo lo que era necesario. Fui bendecido ese día y mi padre me dio algo que pensé que nunca viviría para ver... un breve reconocimiento de la verdad. Por eso había recorrido quinientas millas esa mañana. Había venido a decirme que me amaba, y a advertirme de que tuviera cuidado, que lo hiciera mejor, que no cometiera los mismos errores dolorosos que él había cometido. Trato de honrarlo", concluía un emotivo Springsteen.
En los últimos diez años de su vida, a su padre se le diagnosticó una esquizofrenia paranoide y pudo obtener ayuda. Algo cambió en él en ese tiempo y, de alguna manera, consiguió reconectar con su hijo. Bruce no pasó por sus mejores momentos creativos en los años 90, pero sí ganó un Oscar en 1994 por 'Streets of Philadelphia' y cruzó todo el país para llevarle la estatuilla a sus progenitores. Cuando entró en su casa, dejó el premio sobre la mesa mientras su madre lo abrazaba. El padre, sentado frente al televisor y sin dejar de mirarla, acertó a musitar con una extraña combinación de orgullo y resignación: "Nunca más le diré a nadie lo que tiene que hacer".
Doug Springsteen murió en 1998, a los setenta y tres años de edad, tras años de enfermedad, incluidos un ictus y un problema cardíaco. “Tuve suerte de que la medicina moderna le proporcionara otros diez años de vida", diría después Bruce. En algún momento de esos años de reconciliación, Bruce se atrevió a preguntarle a Doug qué opinaba de sus canciones. Después de tantos conciertos, de tantos números uno y de tantos millones de discos vendidos, aún necesitaba su aprobación. Quizás, después de tanto tiempo, de eso había tratado todo. Y al final Doug le respondió: "Mis favoritas son las que hablan de mí".