La adicción de los españoles al ‘True Crime’: “Fui después de ver la serie al escenario del asesinato”

  • Las series sobre asesinatos reales no hacen más que crecer en número y audiencia

  • Amantes del 'True Crime' nos cuentan por qué les gusta y su experiencia en los escenarios reales de los crímenes

  • Hablamos con la psicóloga María Fernanda Plata sobre cómo funciona en el cerebro el horror controlado: “La mente criminal nos produce un 'efecto espejo”

El ‘True Crime’ está de moda. Cada mes aparecen nuevas series que analizan al detalle descampados desolados, colillas con ADN, fibras rojas determinantes o nuevas sospechas. Un fenómeno que dice más cosas de nosotros de lo que quizá nos gustaría. ¿A qué se debe este auge? ¿Por qué a algunos hombres y mujeres, sobre todo de mediana edad, les atrae tanto este lado oscuro? ¿Por qué, teniendo vidas normales (como la mayoría de los asesinos antes de convertirse en uno), incluso dedican las vacaciones a visitar los escenarios? Hablamos con varios de estos amantes del género y analizamos las causas de su fervor con una experta psicóloga.

Cualquiera que esté un poco al tanto de las últimas series sabe que ‘El cuerpo en Llamas’ (basada en el caso de la policía Rosa Peral, que asesinó a su novio ayudada por su amante e intentó culpar a su ex marido) ha sido el último gran éxito de audiencia con más de 16 millones de visualizaciones, según Netflix. Un buen ejemplo de intriga real que funciona siempre, ya sea en serie de 'ficción' o documental seriado (se han hecho ambas), pero la lista de récords es larga.

A un mando de distancia están, por poner algunos ejemplos recientes solo españoles, ‘El caso Asunta’ (la muerte de la niña gallega a manos de sus padres), ‘Muerte en León’ (la historia de cuatro mujeres que asesinaron a la Presidenta de la Diputación), ‘Las últimas horas de Mario Biondo’ (el suicidio del marido de la presentadora Raquel Sánchez Silva) o ‘El caso Wanninkhof-Carabantes’ (la errónea condena de Dolores Vázquez como asesina de Rocío en 1999, un reflejo de la homofobia de la época).

“Creo que el asesinato de Miriam, Toñi y Desirée fue el primer suceso que me impactó. A mí y a toda España. Mi madre entraba en pánico cada vez que salía con mis amigas y llegaba tarde”, explica María (nombre ficticio), secretaria de 53 años y madre de una adolescente, sobre ‘El caso Alcasser’, que configuró el miedo de toda una generación de mujeres en los noventa.

Tanto le marcó íntimamente que decidió ir un paso más allá: “Volviendo de vacaciones de Valencia se me ocurrió visitar el cementerio donde fueron enterradas. Nunca se me olvidará la cantidad de flores, peluches y mensajes a los pies de la estatua en su honor. Parecía que no había pasado el tiempo. Pero lo que más me sorprendió fue que el guardia de seguridad me contó que éramos muchos los que nos acercábamos hasta allí”, explica.

¿Por qué nos atrae?

Pero, ¿por qué nos atrae el mal? ¿De dónde viene el placer de recrearlo en nuestras pantallas, a salvo en el sofá al final de un agotador día de trabajo? “La mente criminal nos produce un ‘efecto espejo’, nos invita a detenernos a mirar y es irresistible”, explica la psicóloga María Fernanda Plata.

“El cerebro humano es un complejísimo procesador adaptativo de la información, con constante capacidad de aprendizaje. Todo aquello que nos resulta incomprensible se convierte al mismo tiempo en fascinante. El horror sin sentido es algo exclusivo de nuestra especie, esto lo sabemos internamente y nos asusta y nos fascina”, explica la experta.

Películas de miedo: los inicios

Un chute de adrenalina pero con riesgo controlado que ya inauguraron hace décadas las sagas clásicas de terror (‘Pesadilla en Elm Street’, ‘Viernes 13’ o ‘It’), todo un éxito millonario en cines que ahora 'heredan' las plataformas de pago. “En cierto sentido nos da seguridad, podemos poner en marcha nuestra mente investigadora sin vivir la experiencia del horror en la propia vida”, añade Plata sobre una de las claves del éxito.

Así que, básicamente, parece que nos gusta acercarnos al precipicio, pero sabiendo que no vamos a caer. Subidón en vena, pero en pijama. Todo ello ayudado por la propia estructura narrativa de estos episodios, a lo Agatha Christie, que se sirve de las herramientas de la ficción para mantener la tensión hasta el final (de cada uno de los capítulos): datos dosificados in crescendo, secretos que se revelan a cuentagotas y un estilo misterioso de pregunta-respuesta que hace que el espectador se convierta orgánicamente en detective… y adicto.

Por ahí parece ir otra de las claves de esta ‘adicción’ comunitaria. Un ‘guilty pleasure’ (placer culpable) muy cercano al morbo, el mismo por el que no podemos dejar de mirar un accidente. “Es adentrarnos en el espejo, es Alicia a través del espejo. Es mi mente analítica aprendiendo de la experiencia del horror y del crimen, desde el lado del verdugo y de la víctima, sin poner en riesgo mi existencia”, explica Plata.

Algunos autores, como la psicóloga criminalista Jalia Shaw en su libro ‘Hacer el mal’, también creen que este sencillo ‘creerse detective’, como si de un Cluedo o un atracón de Sherlock Holmes se tratase, es un quit importante de la cuestión. De hecho existe un estudio estadounidense con personas de 18 a 82 años en el que se investiga por qué nos gustan las películas violentas y la respuesta se inclina hacia esa dirección: querían meterse en la cabeza del asesino, sentir lo que sintió y descubrir el propósito de esa violencia.

Otros expertos lanzan también la hipótesis psicológica del mito de Eros y Tanathos, que siempre van unidos y uno no puede existir sin el otro. Amor y muerte, literal o figuradamente, es el motor estomacal de muchos amantes del género para disfrutar de un capítulo tras otro. La muerte tiene algo erótico y el erotismo algo de muerte. Está en toda la historia de los relatos.

“Soy una aficionada a los sucesos, pero hay algunos que me despiertan un especial interés, como el de Marta: desde el primer día tuve una teoría muy clara de lo que había sucedido y sabía que mentían”, explica Ana, periodista de 47 años, sobre otra de las series más vistas en nuestro país ha sido ‘¿Dónde está Marta del Castillo?’, donde se reconstruye las últimas horas de la aún desaparecida adolescente a manos de Miguel Carcaño, con ayuda de su hermano y el Cuco. Su familia aún pide que los culpables confiesen, "por humanidad", dónde está Marta.

“Este caso me llegó muy a fondo porque se trataba de un grupo de chicos aparentemente normales, con historias que todos hemos vivido y con un final que nadie podía presagiar. Por eso, aprovechando que estaba en Cádiz, decidí irme a Sevilla (embarazada y con un marido que no daba crédito a lo que estábamos haciendo) para visitar los lugares. Me colé en el portal de Miguel Carcaño, me acerqué a la casa de Marta o al río donde tanto la buscaron”, afirma Ana.

También tiene su serie ‘El caso Diana Quer, 500 días’. La vio en su televisor Pedro, albañil de 47 años, que acabó acercándose junto a su mujer y sus dos hijos a la localidad gallega del sucedo: “La parada en A pobra do Caramiñal no aparece en las guías turísticas de los sitios que no puedes dejar de visitar en las Rías Altas y sin embargo, sin saber cómo, acabé desviando la ruta que hacía junto a mi familia por los rincones más bonitos de la zona en verano para pasar por ahí. Hacía 5 años había sido trágicamente asesinada Diana Ker”, explica.

“Fue un caso que nos estremeció a todos por cómo ‘El Chicle’ mató a esta joven de 18 años cuando volvía de madrugada a su casa de las fiestas del pueblo. Fue tan dramática la búsqueda de esos padres durante más de un año que no pude evitar que un escalofrío me recorriera el cuerpo nada más pisar el pueblo. No me llevó allí el morbo de recorrer los escenarios del crimen, creo que más bien era una forma de rendirle un pequeño tributo al dolor de esa familia, que durante mucho tiempo fue el de casi todo un país”, matiza.