Javier Arcos Pitarque, el hombre que lo dejó todo para hacer robots de hojalata: "Nos lleva a la infancia"
Este artista se define como un arqueólogo humano que sale en busca de piezas que la sociedad abandona por inútiles
Trabajaba como directivo publicitario y buscaba una válvula de escape, pero ha acabado creando un universo de 600 personajes
Se suma a una corriente que inauguró Marcel Duchamp a partir de una rueda de bicicleta y un taburete de cocina
Alguien podría tomar a Javier Arcos Pitarque por vanidoso cuando cuenta que, mientras camina por la ciudad, cualquier objeto abandonado o inerme le suplica su talento, pero es así. Lo que hace es aplicar esa máxima del cineasta Jean-Luc Godard que decía "no es de dónde tomas las cosas, es adónde las llevas". Recogiendo piezas que el resto de los humanos damos por muertas, este exdirectivo publicitario ha conseguido crear un universo de 600 robots con un sello muy personal que nos detalla durante una larga conversación desde su improvisada galería/taller en el mismo garaje de su casa.
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Él se define como un arqueólogo humano, siempre en busca de esas cosas descacharradas que al pasar por sus manos toman forma de escultura robótica. Si pensamos en 'La cabra' de Picasso, no se distancia tanto de él, al menos en la intención. El artista malagueño también tuvo una etapa en la que recogía en sus paseos por el pueblo y los patios de los talleres de los alfareros elementos cotidianos y fragmentos de lo que fuese a los que daba un nuevo propósito. En La cabra, por ejemplo, un cesto se convierte en vientre, una hoja de palmera en espalda y las botellas en ubres.
Robots que ni limpian ni cocinan
Igual que la escultura de Picasso, los robots que crea Arcos Pitarque son estáticos e inertes, pero cargados de simbolismo. "Cada uno le da la vida que desee y esta es una de las sorpresas de esta gran colección de robots que he ido creando. Incitan a la imaginación sin que importe la edad de quien lo tenga en sus manos. Como juguete, nos lleva a la infancia a los de mi generación, cuando los niños no necesitábamos robots o muñecos que hablasen o se moviesen porque éramos nosotros quienes les dábamos vida y narrativa", explica.
Arcos Pitarque trabajaba como directivo publicitario en Ogilvy cuando empezó con esto que se conoce como arte encontrado. "Fue algo casual, casi involuntario. La intensidad de las campañas publicitarias me producía unos niveles muy altos de estrés, por lo que busqué una afición que requiriese un trabajo manual más que mental. Mi inclinación por las criaturas metalizadas viene desde pequeño por la serie de televisión Perdidos en el espacio y uno de sus protagonistas, un niño cuyo único amigo era el robot B-9. Aquel recuerdo me inspiró la idea de convertir una lata de judías en un personaje. Le puse un par de alambres de un coche a modo de patas y así, poco a poco, empecé a incorporar elementos. Me pareció fascinante esa posibilidad de crear culturas inanimadas a partir de mundos que no tienen entre sí ninguna relación y con objetos inservibles y humildes".
Esta idea de elevar el objeto cotidiano a categoría de arte se la debemos al artista francés Marcel Duchamp, uno de los más influyentes del siglo XX. En 1913 ató una rueda de bicicleta a un taburete de cocina y lo echó a rodar. Dos años después, compró en una ferretería una pala para la nieve y escribió en ella: "en previsión de un brazo partido". Desde entonces, la corriente ha ido tomando múltiples formas, pero en esencia sigue siendo una queja contra la sociedad de consumo, donde quedan pocas cosas que sean únicas. Arcos Pitarque podría considerarse uno de sus últimos discípulos.
"Estamos acostumbrados a librarnos de los objetos que forman parte de nuestra vida cotidiana antes incluso de agotar su función. No reparamos en otros usos, en el poder del reciclaje, en nuestra responsabilidad ciudadana como protectores del planeta. Me gusta trasladar esta idea a través de talleres para niños, directivos de empresa, empresarios, etc. No es necesario tener un gran talento para transformar los objetos encontrados en piezas casi de museo. Siempre digo que, si alguien no se ve capaz, empiece con un collage y vaya incorporando cosas, aunque de momento no le dé un sentido artístico o estético. El propósito es suficiente", detalla.
Su trabajo es el de un arqueólogo urbano
Su debilidad son los objetos de medición, como cuentakilómetros, relojes o tensiómetros, aunque en su imaginación tiene cabida casi todo. Fragmentos de radios antiguas, brújulas, lámparas de coche, teléfonos de los de antes, electrodomésticos antiquísimos… "Encuentro verdaderos tesoros en una vieja tienda de electricidad, en un sótano, en un punto limpio… Cuando viajo a otros países recorro mercadillos y anticuarios y siempre vuelvo con la maleta cargada. Me atraen especialmente las latas de bebida y comida porque son las que aportan el torso de mis personajes".
Admite que, como ocurre con cualquier otra expresión artística que escapa a la lógica, habrá un público que no lo valore, le produzca un choque o no lo comprenda. Recordemos el zapato de tacón lleno de leche que creó Dalí. La perplejidad también incita a otra forma de percepción y, como señala Arcos Pitarque, la creatividad es la inteligencia divirtiéndose. "Si la reducimos a lo que nos ofrecen las pantallas o una inteligencia artificial, no tendremos más que versiones de lo mismo. Lo estamos viendo en los estrenos de cine, la televisión, la literatura o la industria del juguete. Sería bueno que alguna de las grandes marcas me pidiese como producto infantil estrella una caja plegada con piezas para crear". Ahí queda dicho.
Criaturas con su propia identidad
A medida que sus obras se fueron conociendo, primero en su entorno y después en otros ámbitos, descubrió que despertaban la misma fascinación que a él le generaba crearlas. "Una decoradora me pidió poner mis primeros robots en el espacio que tenía en una importante feria y un señor que los vio quiso comprarlos todos". Desde entonces, además de aparecer en anuncios, series de televisión, películas y galerías de arte, sus criaturas son muy solicitados por particulares y también algunas empresas, como Iberdrola, El Corte Inglés, Ecoembes, Naturgy o Telefónica. Cada uno tiene su historia, su proceso creativo, su forma de expresión, su nombre y, de algún modo, su propia identidad. Por eso, cuando los vende o cede, reconoce que le cuesta un poco desprenderse de ellos.
Cuenta con orgullo paternal que algunas de sus creaciones han aparecido en 'Pared con pared', la película de Netflix protagonizada por Aitana, o en la serie 'Las chicas del cable'. Otras se han expuesto y vendido en galerías de arte en Riad (Arabia Saudí), Bruselas, Barcelona y Madrid. Insiste en que, aunque suene extraño en estos tiempos de IA, sus robots no hablan, no limpian, no cocinan… Ni siquiera se mueven, pero pueden cobrar tanta vida como uno quiera darles.