La guerra del Asiento o de 'la oreja de Jenkins'

  • Jesús de Dios recupera este curioso hito histórico, que tuvo más consecuencias de lo que se pensó

  • También nos explica qué supuso la concesión a Inglaterra del 'asiento de negros' y el 'navío de permiso'

  • "La única diferencia entre los anglosajones y los demás es que son unos verdaderos especialistas en engañarse a sí mismos"

Por si no lo saben, tras la guerra de sucesión española (1701-1713), esa en la que nos cayó el regalo del primer al Borbón, o sea Felipe V, vino el tratado de Utrecht que, como toda derrota, tuvo consecuencias. Unas más o menos conocidas como la pérdida de la soberanía sobre Gibraltar y Menorca y otras, mucho menos aparatosas, como la concesión a Inglaterra del 'asiento de negros' y el 'navío de permiso'.

Para entendernos, el 'asiento de negros' era un lucrativo negocio que permitía a su graciosa majestad británica introducir un número determinado de esclavos en los territorios americanos bajo dominio español. A su vez, el 'navío de permiso' era una concesión administrativa que aceptaba el envío anual de un barco mercante de 500 Tm, rompiendo así el monopolio que la corona española ejercía sobre todas las transacciones comerciales.

No respetaron el acuerdo

Como es tradicional en la historia de Inglaterra, nunca tuvieron la intención de respetar el acuerdo, lo conseguido les parecía poco y rápidamente se dedicaron a burlar la vigilancia e introducir toda clase de mercancías de forma ilegal. Lo de siempre, gente sin honor.

Aún así en Inglaterra había gente sensata, como un primer ministro llamado Walpole que presentó en la cámara de los comunes un proyecto de ley para ratificar un convenio con España y tratar así de acabar con el problema por vía diplomática. Esto es ya a la altura de 1734, siendo en España rey nuestro primer Borbón francés, Felipe V y reinando en Inglaterra Jorge II, alemán de pura cepa. El proyecto fue rechazado de forma abrumadora pues no querían hacer negocio, querían todo el negocio (aunque según se cuentan a sí mismos lo hicieron todo altruistamente, para liberar de la esclavitud a la población nativa masacrada durante siglos por los españoles y para establecer un comercio libre y justo).

La cajita misteriosa

Según se cuenta, el momento decisivo de la discusión parlamentaria llegó cuando uno de los partidarios de ir a la guerra presentó en la sala a un capitán escocés llamado Jenkins, que llevaba en las manos una cajita.

En la susodicha caja portaba una de sus orejas y relató lo siguiente: el pobre Jenkins, que aseguró tener todos los permisos en regla para comerciar con las colonias españolas, afirmó que había sido apresado por el guardacostas español 'La Isabela', bajo el mando del capitán Julio León Fandiño. Tras registrar el barco de Jenkins y encontrar mucha más mercancía de la autorizada, Fandiño procedió a cortarle una oreja como escarmiento (una nimiedad, dado lo que podía haberle cortado teniendo en cuanta las delicadas costumbres de la época). Pero no sólo eso, sino que el capitán español le dijo: "Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve".

¿En inglés o en español?

Lo que no se sabe es si se lo dijo en inglés o en español, ni cuál era el estado de la oreja tras tantos meses de travesía de vuelta a casa. Eso si, a Jenkins le faltaba una oreja, tampoco vamos a negar la mayor. El caso es que se montó tal revuelo (hay que saber que por entonces los tabloides británicos ya funcionaban) que la guerra se hizo inevitable.

Y para allá se fueron y esta vez a por todas. Cien navíos de línea, cuarenta fragatas, muchos barcos más pequeños con 23.600 hombres, entre tripulación, infantería, tropas de las colonias inglesas de América del Norte y gentes de Jamaica al mando de Edward Vernon.

¿Y por qué una guerra?

Después de múltiples escaramuzas en las que no podemos detenernos aquí pero que nada supusieron para unos u otros, Vernon se decidió a retomar los planes iniciales, o sea quitarnos a 'nosotros' y ponerse 'ellos' en toda América. La verdad es que no parecía difícil dada la disparidad de fuerzas.

El plan era ir al Caribe, conquistar Panamá, rompiendo así las comunicaciones entre las dos partes del continente y luego todo iría cayendo por su propio peso. Pero no sabían por donde empezar. La Habana era el botín más goloso, pero estaba muy bien defendida y ya se sabe que los ingleses son, por definición, cautos, por decirlo de forma respetuosa, así que se pusieron a mirar otras posibilidades.

Entonces ¿adónde?

Pues tardaron lo suyo en ponerse de acuerdo. Si alguien tiene interés que lea algo sobre los prolegómenos de esta guerra, con mil y una escaramuzas y sus correspondientes actividades de espionaje y contraespionaje. Las historietas del agente 007 son fruslerías comparadas con lo que por allí hubo. Por cierto, esa guerrilla por la información la ganó España sin duda alguna (Si tienen interés léanse algo sobre un personaje llamado don Miguel Moncada Sandoval y comprenderán mejor de lo que hablo).

El primer ataque (1739) lo lanzaron, por fin, sobre el puerto de La Guaira en lo que hoy es Venezuela. Primer fracaso. Cañoneados y reculada hacia Jamaica (nadie habla jamás de esto).

La batalla de Portobelo, en Panamá

Segundo ataque sobre la Habana: lo mismo. Rechazados y nueva reculada. Tercer ataque: Portobelo (Panamá). Pues aquí si, por fin, se les dio bien, aunque no hay mucho mérito por mucho que, esto sí, lo cuenten y recuenten. Plaza mal guarnecida y peor defendida aún, no fue difícil conquistarla. Pero decepcionante botín para tanto gasto. En realidad, esperaban encontrar allí los caudales recaudados en la feria de 1738, es decir todo lo que se enviaba desde Perú y luego a España, pero España, ‘nosotros’, tuvimos la precaución de devolverlos a Perú y no arriesgarlos en un viaje por mar previendo la que se avecinaba. Pero 'ellos' aun lo celebran como si fuera la más grande victoria de todos los tiempos (acuérdense de recorrer Portobello Road cuando vayan a Londres).

El ataque de Cartagena de Indias

Y más: Cartagena de Indias. Vendiendo su victoria de Portobelo como si hubiese sido la madre de todas las batallas, lo único que consiguió Vernon fue verse obligado a dar un paso adelante y aunque intentó ir sobre seguro e informarse bien las cosas se le torcieron.

Tras varios días de titubeos y tras fracasar en su intento de hacer salir a la escuadra española a un enfrentamiento en mar abierto (El pobre Vernon no sabía que enfrente tenía a un vasco llamado Blas de Lezo, hombre listo y de muy malas pulgas), se decidió por fin a atacar. Cañoneó las fortalezas que no podían devolver los tiros pues sus cañones no alcanzaban tan lejos. Pero don Blas desembarcó los cañones de su escuadra y devolvió el golpe desde tierra. Con todo, después de 3 días de bombardeo, Vernon logró destruir el Colegio de los Jesuitas, la Catedral y otros edificios... para tener luego que retirarse y dejar tirados a 400 de sus chicos que había desembarcado para atacar uno de los castillos. Todos muertos o prisioneros.

¿Cómo lo justificó Vernon?

El pusilánime de Vernon justificó la espantada diciendo que había sido sólo un tanteo y que de haber tenido más barcos y 3000 infantes hubiera tomado la ciudad fácilmente. Nadie cuenta qué cara se le puso a su superior, el almirante Wagner, cuando le llegó la carta con semejante perogrullada.

Para resarcirse, Vernon volvió a las viejas costumbres británicas y persiguió un objetivo menor, el Castillo de San Lorenzo, defendido por cuatro cañones y 30 soldados, para lo cual envió 4 navíos de línea, tres buques bombarderos, dos brulotes, dos transportes de tropas y una fragata que apareció por allí a ver que pillaba. Pues eso, a bombardear. O sea que sí. Lo consiguieron desencadenando el entusiasmo generalizado de la opinión pública inglesa, como si hubieran tomado Madrid, y algunas dudas de algunos políticos sensatos que empezaron a cuestionarse el buen criterio de este señor. Reagrupamiento en Portobelo hasta ver qué hacer. Intento fracasado de bloquear la llegada de dos barcos españoles con tropas de refresco y vuelta a intentarlo.

El 3 de mayo de 1740, una nueva escuadra inglesa reforzada en buques y tropas de tierra, asedia Cartagena de Indias. De nuevo Blas de Lezo, usando todo tipo de estratagemas y moviendo a sus hombres de un sitio a otro, en una lección magistral que los chicos de West Point todavía usan hoy como manual de guerra anfibia, consigue rechazarla.

Por fin la metrópoli, la nuestra, reacciona y envía refuerzos que, a pesar de todos los esfuerzos de la otra metrópoli, la suya, consiguieron llegar a su destino. Si intentara contaros todo este lío de barcos persiguiéndose unos a otros por el atlántico y el caribe, os aburriría, así que paso. Por cierto, Francia, obligada por el pacto de sangre entre Borbones, no hizo más que marear la perdiz y presentar todo tipo de excusas para no implicarse. O sea que, "nosotros", solos, como siempre.

De nuevo, Blas de Lezo

Segundo intento sobre Cartagena de Indias: Vernon de nuevo a las puertas y enfrente, de nuevo, Blas de Lezo. Como no había forma de oponerse en mar abierto a la escuadra británica, los pocos buques que tenía los usó para bloquear su acceso a la bahía. En tierra 2700 infantes españoles, 5 compañías de milicias civiles y 600 indios. De la otra parte 24000 británicos. El que quiera que se lo lea. Es una de las batallas más complejas y bonitas de la historia moderna.

Sobre todo, porque los ingleses estaban tan seguros de ganar que despacharon un barco hacia Inglaterra anunciándolo, para que fueran acuñando las medallas conmemorativas y demás festejos. Pero no, las cuentas no salen. 2200 muertos ingleses en combate, más 2500 por enfermedades, y eso si les hacemos caso. Españoles 200. ¡Hala, para casa!

Contarlo como mejor te viene

Como no tenían muchos pretextos que aducir para justificar semejante fiasco, optaron por callar. Políticos, parlamento y militares confabulados para no dar explicaciones. Los ingleses de a pie, después de contar sus muertos, optaron por lo mismo. Se quedaron con la tontería de Portobelo y hasta hoy. No encontraréis más referencias en parte alguna.

Es decir que me ratifico en mi opinión: la única diferencia entre los anglosajones (incluidos aquí los USA) y los demás es que son unos verdaderos especialistas en engañarse a sí mismos, con tal maestría que acaban por hacerlo con todos los demás. Tampoco hay por qué negar que es una ventaja objetiva en estos y aquellos tiempos de propaganda.