'American Beauty' y la ansiedad: las dos clases de personas que hay en el mundo, según la película

  • El filme quiso explicar los barrios de clase media en los que parece que nunca pasa nada

  • Su estilo (historia devastadora con humor negro y cómplice) ha sido muy imitado

  • Según nuestro experto, Juan Sanguino, retrata dos tipos de personas: ¿cuál eres tú?

Hace 20 años Hollywood despidió el siglo XX desmontando el estado de bienestar, metiendo sus bártulos en un camión de mudanza y conduciéndolo hacia dios sabe dónde. Tanto 'El club de la lucha' como 'Matrix', 'Cómo ser John Malkovich' o 'El inspector Gadget', sin parecerse en nada en la forma, compartían el fondo de un héroe de clase media que abandonaba su trabajo de oficina para sentirse vivo y encontrar su identidad o, al menos, encontrar alguna identidad. Hasta en 'Friends', Chandler, la quintaesencia noventera del americano que detesta un trabajo que ni siquiera entiende, dimitió para perseguir su sueño de dedicarse al marketing. Por eso tuvo sentido que 'American Beauty' triunfase como representante de las ansiedades del cine de 1999: ganó cinco Oscar (película, director, actor, guión y fotografía), quedó novena en la taquilla mundial y despertó una atípica unanimidad entre el gran público. Todo el mundo coincidía en que era una película muy buena.

Icono de la clase media americana

'American Beauty' fue tan imitada que su efecto se ha disipado durante las últimas dos décadas. El cine indie ya había satirizado a la clase media norteamericana y sus vallas blancas pero diseccionándola como si se tratase de una autopsia ('Terciopelo azul', 'Heathers', 'Escuela de jóvenes asesinos', 'Hairspray'), lo que propuso 'American Beauty' fue contar un chiste en su funeral. Quiso contar cómo es de verdad la vida en los barrios residenciales de telecomedias como 'Los problemas crecen' después de que se apaguen las cámaras. Ese espíritu mordaz influiría en series ('Mujeres desesperadas'), películas ('Juno', 'Up in the Air') y discos ('American Idiot' de Green Day).

La banda sonora de 'Thomas Newman', con esa percusión que transformaba una historia devastadora en una broma cómplice de humor negro, inspiró la música de docenas de películas, series y anuncios. Así que con el paso del tiempo 'American Beauty' se ha quedado atrapada en su propio instante y hoy es una de esas obras que funcionan como cápsula para comprender el mundo que la creó, la celebró y la imitó. Pero ese pasado sigue teniendo consecuencias en el presente y dos décadas después la sociedad parece dividirse entre dos grandes grupos: eres Lester Burnham o eres Carolyn Burnham.

Macho no tan alfa, hembra no tan dependiente

'American Beauty' es muchas cosas, pero sutil no es una de ellas. En su radiografía de la condición humana plantea que hay dos tipos de personas: los esclavos del sistema y los disidentes del sistema. En el primero están Lester (Kevin Spacey), su hija Jane (Thora Birch) y su vecino/camello Ricky (Wes Bentley); en el segundo Carolyn (Annette Bening), la adolescente lolita Angela (Mena Suvari) y el padre exmilitar de Ricky, Frank (Chris Cooper).

Los disidentes bailan al son de una melodía que los esclavos ni siquiera son capaces de oír (Lester describe que se ha pasado toda su vida adulta “sedado”), tras experimentar un proceso no tan distinto a la alegoría de la pastilla roja que Neo tomaba en 'Matrix'. Su condición de agentes libres les vuelve nihilistas, cínicos y kamikazes (una filosofía similar a la de humoristas actuales como Louis CK o Ricky Gervais): Lester deja su trabajo chantajeando a su jefe, Ricky y Jane huyen a Nueva York sin ahorros. Y para afianzar su liberación, tratan con condescendencia y superioridad moral a los que todavía siguen sedados.

¿Y una vez conseguido el sueño...?

Carolyn, Angela y Frank encuentran confort en el orden establecido: la autoayuda, la belleza como producto de consumo y el ejército, respectivamente. La escena en la que Carolyn, tras fracasar como agente inmobiliaria en la venta de una casa, se abofetea a sí misma con la energía de un dibujo animado demuestra que tan solo diez años después de incorporarse plenamente al mercado laboral las mujeres profesionales ya eran tratadas como un chiste. Ella sufre su pertenencia a la clase media 'bienestante' tanto como su marido Lester pero, mientras la película es compasiva, cómplice y camarada con él, a ella la humilla sin considerarla un ser humano. La aventura de Carolyn con su rival inmobiliario es retratada como una huida patética, pero las fantasías de Lester con la amiga adolescente de su hija tienen aroma poético, romántico y nostálgico. Cuando el matrimonio Burnham tiene un acercamiento sexual, Carolyn agua la fiesta abroncando a Lester porque está a punto de verter cerveza sobre el sofá de 4000 dólares. En ese momento Lester se enzarza en una lección moral (para Carolyn y para el espectador) en torno a la obsesión por poseer objetos sin vida, como si él no acabase de gastarse todos los ahorros para la universidad de su hija en un Pontiac. Tal y como analiza el crítico Tim Brayton, “lo único peor que la posibilidad de que la película no sea consciente de este desequilibrio entre 'El Buen Materialismo' (el masculino, los coches, las pesas) y 'El Mal Materialismo' (el femenino, la decoración, la cosmética) es que sí sea consciente y no le importe”.

Mensaje eficaz

'American Beauty', que además de obvia es muy lista, blinda su discurso en boca de Ricky: “Si no lo comprendes es que eres un cínico que está roto por una sociedad materialista”. Antes de fugarse con Jane, Ricky le asegura a Angela que es fea, aburrida y vulgar, mientras que Jane aprende a quererse a sí misma y describe así su proyecto de vida con Ricky: “Siempre seremos unos raros y no nos pareceremos a nadie más”. Aparte de que Ricky va de profundo pero se pasa las noches grabando a Jane desnuda a través de la ventana, ambos ignoran que en realidad no tienen identidad propia todavía porque solo la han construido en contraposición a sus padres (Frank y Carolyn) y su amiga (Angela). Están tan ocupados en definir lo que no son que no tienen ni idea de quiénes son.

La película es cruel con los esclavos del sistema, a quienes parece ir dedicado el eslogan del póster (“Mira más de cerca”): la sonriente madre y esposa es una desgraciada que no sabe ejercer ni como madre ni como esposa, la adolescente sexualizada resulta ser virgen, el militar homófobo es un gay en el armario. Son retratados como criaturas estúpidas (“todo lo que tiene que ocurrir acaba ocurriendo tarde o temprano” asegura Angela como si fuese un manual de autoayuda con mechas), manipuladoras y desquiciadas, y no muestra compasión alguna hacia ellos a pesar de que también sean víctimas del sistema de bienestar. “Vosotras hacéis lo que queréis cuando queréis” les grita Lester a su mujer y a su hija después de estampar un plato contra la pared reinstituyendo su autoridad masculina (el coche familiar lo conduce Carolyn, un gesto denigrante para Lester que va a trabajar dormido en el asiento de atrás como un adolescente al que Carolyn tiene que educar, pero nadie parece interesado en contar el drama de ella), cuando en realidad ni Carolyn ni Jane hacen lo que quieren ni mucho menos cuando quieren.

Recuperar el yo

Lester encuentra por fin su placer al renunciar a todas sus responsabilidades de ser un hombre blanco de clase media y se queda solo con las ventajas de ser un hombre blanco de clase media: contar su propia historia, considerarse superior moralmente, dejar tirada a su familia sin que nadie le juzgue y exclamar “ahora voy a mirar por mí mismo” como si antes hubiera mirado por alguien más. Él mismo expresa la melancolía de su adolescencia (“lo único que hacía era salir de fiesta y ligar, tenía toda la vida por delante”) así que se propone regresar a aquel estado emocional: “No sé lo que he perdido, pero nunca es demasiado tarde para recuperarlo”. Lester, como Jane y Ricky, no tiene ni idea de quién es y se empeña en definirse a sí mismo respecto a lo que no es.

Pero la verdadera ironía de 'American Beauty' es que estuviera producida por un gran estudio, Dreamworks, propiedad de los multimillonarios Steven Spielberg, Jeffrey Katzenberg y David Geffen. Su éxito supuso un gran salto en el proceso de absorción de los disidentes por parte del sistema para así tranquilizarlos, asimilarlos y neutralizarlos. Del mismo modo que en Matrix las máquinas necesitaban absorber a Neo para derrotarlo y mejorar en sus futuras actualizaciones, Hollywood se apropió de la sátira que en los 80 habían contado marginados como John Waters o David Lynch: si Hollywood hacía el chiste en sus propios términos nadie le prestaría atención a los disidentes de verdad. Y por eso, con aquellos cinco Oscar, Hollywood se dio una palmadita en la espalda a sí mismo.

El siglo XXI ha estado marcado por el asalto definitivo de los 'friquis' como Ricky y Jane a la cultura mainstream: 'El señor de los anillos', Marvel y 'Juego de tronos' han masificado una subcultura que llevaba décadas siendo considerada marginal. Series como 'Glee', cantantes como Lady Gaga y cualquier campaña publicitaria apelan a la euforia de ser diferente. Todo el mundo quiere ser como Ricky y Jane (ser raro y no parecerse a los demás) hasta el punto de que todos hemos acabado siendo iguales. Los Lester están en Twitter y las Carolyn están en Instagram, pero lo más perverso es que la mayoría de individuos aspiran a ser Carolyn y Lester a la vez: demostrar su triunfo profesional, poseer objetos materiales y presumir de su felicidad pero a la vez fingir que nada les importa, reaccionar con cinismo ante todo lo que les rodea y definirse su personalidad en contraste con lo equivocados que están los demás. Normal que estemos tan cansados.