La redención de George Clooney: de sentirse vacío a cuidar de sus gemelos mientras su mujer salva el mundo

  • El periodista Juan Sanguino repasa la biografía de la última gran estrella de Hollywood. Desde su obsesión por la fama a la retirada a la vida familiar con Amal y sus gemelos

  • Tuvo la cara paralizada de adolescente y su padre era famoso, dos rasgos que le marcaron profundamente

George Clooney no es solo la última gran estrella, en el sentido clásico de la palabra, surgida de Hollywood. Es además la estrella que más disfruta siéndolo. Se ha pasado toda su vida preparándose para ello, como si ese fuese su destino, así que cuando por fin lo logró a los 33 años, aparcó por completo su vida personal para dedicarse en cuerpo y alma al oficio de la fama. Y cuando por fin se asentó en la cima, decidió retomar su vida y fue padre a los 53 años. Ahora estrena El cielo de medianoche en Netflix, su primera película en cuatro años, pero su 2020 confinado se ha reducido a cuidar de sus gemelos, poner lavadoras y fregar los cacharros mientras su mujer, la abogada por los derechos humanos Amal Clooney, salvaba el mundo desde el despacho de su mansión.

"Le corto el pelo a mis hijos, paso la aspiradora y mantengo la casa ordenada cada día. Me siento como mi madre en 1964. No me extraña que quisiese quemar su sujetador", bromea. Porque una estrella de verdad siempre sabe cuál es su lugar. Cuando era pequeño, George solía decir que de mayor quería ser famoso. Creía que era una profesión en sí misma. Su padre, Nick Clooney, era un presentador de televisión.

"En el microcosmos de Cincinnati, desde Ohio hasta Kentucky, mi padre era una gran, gran estrella", explica. "De modo que mi hermana y yo éramos conocidos, todo el mundo sabía quiénes éramos y hablaba sobre nosotros. Si marcaba 15 puntos en un partido de baloncesto, el periódico titulaba 'El hijo de Nick Clooney marcó 15 puntos".

En Navidad, los Clooney repartían regalos entre las familias más desfavorecidas y Nick le inculcó a George una serie de principios para la vida: si algún compañero de clase decía algo racista George debía enfrentarse a él, si presenciaba una injusticia debía manifestar su desacuerdo. También aprendió desde niño la importancia de las apariencias ("si pareces un imbécil, probablemente lo seas", solía decir Nick) y la separación entre la vida pública y la privada. "Podíamos ir en el coche a un evento discutiendo, pero en cuanto nos bajábamos del coche nos agarrábamos del brazo y sonreíamos mientras firmábamos autógrafos. Después del showen el coche", recuerda.

Pero la experiencia que más forjó el carácter que hoy conocemos de George Clooney es una parálisis facial que sufrió de adolescente. Sus compañeros de la escuela lo apodaron Frankenstein porque durante 18 meses la mitad de su cara se quedó inmóvil. Fue entonces cuando George se dio cuenta de que la mejor estrategia era reírse de sí mismo antes de que lo hicieran los demás. "Antes de que nadie pudiera enterrarme por Batman & Robin, señala. Además de la fama heredada de su padre, el tío de George era el actor José Ferrer (ganador del Oscar en 1951 por Cyrano de Bergerac) y su tía la emblemática cantante de pop/jazz Rosemary Clooney. La fama era el negocio familiar.

La caída en desgracia de Rosemary forjó la madurez de George como aspirante a estrella: cuando el rock reemplazó al pop, al jazz y al swing como la música de moda, la gloriosa carrera de Rosemary durante los 50 cayó en el olvido de la noche a la mañana. La cantante cayó en una depresión que la empujó a una adicción a los tranquilizantes de la que nunca llegaría a recuperarse. De esta tragedia George extrajo la moraleja de que el éxito depende de una serie de factores ajenos a ti y que no debes creerte el mejor cuando te cubren de halagos ni el peor cuando te critican.

"En la universidad me dediqué a salir de fiesta. Yo venía de una familia católica muy estricta en la que el toque de queda era a las nueve. Me pasé aquellos años drogándome y yendo detrás de las chicas. En aquella época la cocaína no se consideraba perjudicial, su consumo era muy popular". Él mismo reconoce que, cuando dejó los estudios para mudarse a Hollywood con 300 euros en el bolsillo, lo que más le atraía de ser actor era la atención. Clooney encadenó una ristra de telecomedias, pero siempre tuvo el ojo puesto en la integridad profesional: si sentía que no estaba haciendo un buen trabajo (Los hechos de la vida) abandonaba el proyecto, si temía encasillarse en el rol de "tipo gracioso de la tele" (Rosseane) abandonaba el proyecto, si consideraba que un productor trataba con desprecio a los trabajadores (Mira quien habla, adaptación televisiva de la película) abandonaba el proyecto.

Pero la muerte en 1990 de su tío George, en honor al cual le pusieron a él su nombre, le sumió en una crisis de la que salió decidido a construirse una carrera digna. George había sido un héroe de guerra y un gran artista, pero el alcoholismo le impidió triunfar y durante sus últimas horas de vida solo acertaba a repetir "qué pena, qué desperdicio". Clooney vendió su casa, se divorció de su esposa (Talia Balsam) y dejó de hacer audiciones para comedias donde no pintaba nada. "Me casé con ella en el punto más bajo de mi vida, no era alguien que debiera estar casado en ese momento. Creo que no le di la oportunidad a Talia. Yo soy el responsable del fracaso de ese matrimonio", ha admitido el actor.

Y aun así, la industria estaba tan convencida de su madera de estrella que Warner lo fichó en exclusiva. El siguiente papel que le ofreció fue en una serie dramática sobre el día a día en un hospital.

Urgencias llegó a congregar a 45 millones de espectadores en Estados Unidos cada semana. El personaje del doctor Doug Ross sentó las bases de la imagen pública de George Clooney: nunca hablaba del todo en serio excepto cuando había que ponerse serio (entonces desplegaba sus valores), era consciente de las necesidades de todas las personas que lo rodeaban para sentirse a gusto y hacía lo posible por satisfacerlas y ponía su talento (aparentemente) innato para la seducción al servicio del bien. Nunca abusaba. Era socarrón, pero no cínico. Inteligente, pero no condescendiente. Personificaba una masculinidad casi hiperbólica, pero sin caer en la agresividad. No es que George Clooney evocase a Clark Gable, es que evocaba la idea que el público tenía en su recuerdo de Clark Gable: Clooney evocaba la mismísima idea del Hollywood dorado.

La inmensa mayoría de sus personajes posteriores han emulado estos rasgos y el propio Clooney ha trabajado para ser en la vida real el mismo galán que en la pantalla. Cuando el rodaje de Urgencias separaba en dos comedores a los actores, directores y productores de los operarios, Clooney promovió la mezcla de trabajadores. Ese es un carácter que no se puede fingir. Cuando el público ve a Clooney aparecer (en el mundo real o en una película), sabe exactamente quién es. Por eso es una estrella, porque el Hollywood del siglo XXI se ha llenado de actores que odian la fama, que no quieren mostrar su personalidad o que buscan desaparecer detrás de sus personajes.

Clooney asume su popularidad como lo haría un político: comprendiendo que es un peaje inevitable para su ambición profesional y decidido a utilizarla a su favor. Por eso, y por su implicación en diversas causas políticas y sus reuniones informales con altos mandatarios (Obama, Arafat) en su villa del Lago Como de Milán, se ha hablado siempre de su futuro en la Casa Blanca. Al fin y al cabo, su árbol genealógico también lo emparenta con Abraham Lincoln.

Su coherencia es tan aplastante que casi resulta irritante. Conduce varios coches eléctricos, pero ha declinado ejercer como portavoz de causas ecologistas porque también posee un jet privado y es consciente de que esa contradicción neutralizaría su voz. (Y aparte, también le granjearía un par de días de polémica en redes sociales, algo que él se cuida mucho de evitar). Clooney también sería un gran político porque le encanta contar historias, y qué es un político si no alguien con la capacidad de persuadir mediante la oratoria. Él fue capaz de transformar una extravagancia de millonario, regalarle a cada uno de sus 14 amigos íntimos un maletín con un millón de dólares, en un relato conmovedor sobre la lealtad y sobre la subjetividad de lo que significa triunfar.

"Amal y yo nos acabábamos de conocer, pero todavía no estábamos saliendo. Yo era un tío soltero. Mis amigos y yo nos estábamos haciendo mayores. Entonces se estrenó Gravity y, como no querían pagarnos sueldos, nos prometieron porcentajes sobre la recaudación en taquilla. Y como la película fue mejor de lo esperado, acabó siendo un buen negocio para mí. Y pensé 'mis amigos llevan conmigo 35 años, me han ayudado, me han acogido en su sofá cuando no tenía casa, me han prestado dinero para hacerme fotos para el currículum. Si me atropellase un autobús, todos ellos estarían en mi testamento. ¿Por qué esperar a que me atropelle un autobús?".

Un autobús no, pero en 2015 Clooney sufrió un accidente de moto en Sardinia. Mientras estaba en el suelo, se puso a pensar en aquel otro accidente en un rodaje de 2004 (acabó cayéndole fluido de la espina dorsal por la nariz y sufriendo pérdidas de memoria) que le provocó tantos dolores que llegó a contemplar el suicidio. Y cuando abrió los ojos, docenas de personas estaban haciéndole fotos y vídeos con sus móviles. "No soy un tipo cínico, trato de ver la vida buscando la parte buena de todo. Pero nunca olvidaré ese momento en el que pensaba que iban a ser mis últimos momentos de vida y para toda esa gente no era más que una pieza de entretenimiento", lamenta.

El cielo de medianoche es su primera película en cuatro años. Él ha reconocido que cada vez trabaja menos como actor porque se le van notando los años y los mejores papeles se los ofrecen a tipos más jóvenes. Si Clooney protegía la dignidad de su carrera cuando no era nadie en los 80, ahora con más motivo. Su talento como director está fuera de toda duda (es una de las tres personas que han logrado la nominación al Oscar en seis categorías: película, director, actor, secundario, guión original y guión adaptado) y, además, quiere dedicar tiempo a disfrutar de esa familia que se negó a crear en los 90 por temor a que se interpusiese en su estrategia cerebral de conquistar Hollywood. Ahora su habitación de recreo, que incluía un bar y una diana de dardos, es la sala de juegos de los gemelos Ella y Alexander.

"Antes el trabajo era más que suficiente para mí", aclara. "Tenía trabajo, amigos, una vida plena. Pero no sabía que no estaba tan plena como yo pensaba hasta que conocí a Amal. Todo cambió. Me di cuenta de que había vivido con un espacio vacío enorme. Nunca había sentido que la vida de alguien fuese más importante que la mía, todo lo que ella hace es más importante que cualquier cosa que haga yo". La pareja tiene una mansión en Los Ángeles, una villa en el Lago Como, una residencia en Los Cabos (México) y una casa-molino en una isla del Támesis en Oxford. La mayor fuente de ingresos de Clooney no es el cine, sino la publicidad ("si me va mal siempre puedo volver a anunciar cafeteras", bromea) y los negocios: en 2013 vendió su empresa de tequila Casamigos por mil millones de dólares. Pero lo que más atesora, a punto de cumplir los 60, es el tiempo. "Cuando me surge un proyecto que me va a ocupar todo el verano, me siento a sopesar si merecerá la pena. ¿Cuántos veranos me quedan por vivir? ¿20? ¿25? No son tantos como para invertir uno de ellos en algo que no merezca la pena".