'Plantados', los presos que se rebelaron contra el sistema carcelario cubano: "No nos arrepentimos"

  • La película 'Plantados', de Lilo Vilaplana, homenajea a los prisioneros cubanos que rechazaron los uniformes y la reeducación impuesta por el régimen castrista a partir de los años 60

  • Hablamos con Ernesto Díaz y Maritza Lugo, ex presos plantados supervivientes, durante la promoción de la película en España

  • "Ser plantados conllevó un precio muy caro: golpizas casi a diario, todo tipo de torturas, años enclaustrado en calabozos de castigo...", recuerda Díaz

La segunda mitad del siglo XX fue una época convulsa para Cuba. La Revolución Cubana, encabezada por Fidel Castro, había triunfado a finales de los 50, terminando con la dictadura de Fulgencio Batista e instaurando una nueva etapa en un país agrietado por la inestabilidad política de las últimas décadas. El relevo en el poder, sin embargo, fue también inclemente con la disidencia política; el castrismo, en aras de mantener el control y evitar una revuelta social, encarceló a miles de opositores y sometió a muchos de ellos a planes de reeducación para 'convertirlos' al marxismo.

Muchos presos, con el anhelo presente de una posible reducción de condena y la desesperación del encierro, aceptaron los uniformes, las sesiones de 'rehabilitación' y el consiguiente sometimiento a la voluntad de Fidel Castro para escapar de la cárcel, el enclaustramiento en la celdas de aislamiento y las golpizas continuadas. Pero hubo un movimiento interno en las prisiones que desafió a la autoridad y se mantuvo fiel a sus principios. Fueron los presos plantados.

Ahora, aquellos prisioneros reciben un homenaje en la película 'Plantados', un film del director Lilo Vilaplana que se estrena mañana en cines españoles. En la gira promocional por España, Uppers ha hablado con Maritza Lugo y Ernesto Díaz Rodríguez, ex-presos plantadosUppers que sobrevivieron a los años de violencia carcelaria. Ambos describen un retrato crudo de las represalias a la disidencia, en un testimonio que condena el régimen castrista y ensalza la "dignidad" de aquellos que antepusieron sus principios a una salida de la cárcel precoz.

Plantados, "una condición suprema de dignidad"

A sus 82 años, Ernesto Díaz Rodríguez recuerda con nitidez los 22 años que pasó en el presidio. Habla de su experiencia con sosiego, en un tono plano ajeno a sobresaltos o exageración. Es él quien describe la figura de los plantados. "Es una condición suprema de dignidad, de respeto a sí mismo. Durante muchos años, como meta principal, se habían empeñado en doblegar nuestra libertad, hacernos hincar de rodillas", explica a Uppers. "Pero tropezaron con un grupo de hombres y mujeres que eran una muralla moral, histórica. Estaban dispuestos a entregar su propia vida por defender su dignidad".

Esa defensa innegociable de los valores propios que ejercían los plantados tuvo consecuencias físicas y psicológicas. "Aquello conllevó un precio muy caro. Golpizas casi a diario, todo tipo de tortura, años enclaustrado en calabozos de castigo", detalla. Uno de los recuerdos más vívidos le lleva a la prisión de Boniato, donde pasó, según su testimonio, siete años consecutivos en un calabozo de dimensiones irrisorias. Para describir con mayor precisión el espacio, Díaz sostiene que, al recostar la espalda en una de las paredes, las piernas no llegaban a estirarse y debía levantar las rodillas. Siete interminables años pasó allí, "viviendo entre ratas, cucarachas y mosquitos".

Para los plantados, claudicar no era una opción. Ni la insalubridad ni el maltrato que relatan, con los presos estabulados como ganado en celdas colectivas, fue motivo suficiente para cesar en su lucha. Tampoco la idea de escapar pronto del infierno. "Aceptar un plan de reeducación llevaba la condición de estar menos años de prisión, sufrir menos atropellos, pero conllevaba una entrega de tu propia dignidad vivir de rodillas ante tus carceleros, aceptar la negación de los principios por los que tú luchabas y habías ido a la cárcel", clama.

"Para los que decidieron ser plantados no cabía esa posibilidad. Éramos conscientes de por qué habíamos ido a la cárcel y no estábamos dispuesto a acceder a la humillación de hincarnos de rodillas", resume.

"Para las familias fue más duro que para nosotros"

Con el paso de los años, nuevas generaciones de reos dieron continuidad al movimiento plantado. Hombres y mujeres jóvenes se rebelaron contra el sistema carcelario. Una de esas mujeres pioneras fue Maritza Lugo, condenada a 5 años de prisión por, según cuenta, organizar un partido político de oposición. Además de aquel tiempo, cuenta, pasó cierto tiempo encerrada en una "celda de castigo" sin que hubiese una condena firme de un tribunal, un tiempo nunca registrado.

En su caso, los costes emocionales derivados de aquel nefando periodo se han extendido en el tiempo, clavados en su memoria. "Escucho un ruido de un hierro y me viene el recuerdo de la prisión a la mente; alguna cadena, algún grito... Lo tengo grabado en la mente", manifiesta Lugo.

Las familias de los presos fueron las grandes damnificadas en todo el proceso. "Para las familias fue más duro que para nosotros", sentencia Lugo. En su caso, la dureza del aislamiento y las condiciones de insalubridad en las que sobrevivía fueron tan impactantes que su hermana, a la que dejaron que le visitara, no quiso volver a verla. "Cuando me vio se puso a llorar. Me dijo que no podía verme así", recuerda. Cuando sus hijos fueron a verla, el 'shock' fue mayúsculo. "Llegué a decirles a los carceleros que no me la trajeran más. Usaban eso en mi contra; es una tortura ver a tus hijos llorando", aduce la ex-presa, cuya mirada desprende rabia hacia el régimen de Castro.