Gándara o volver al primer amor: “Esta herida ha estado siempre conmigo y por fin sé por qué”

  • Alejandro Gándara es Premio Nadal, Herralde y Anagrama, discípulo de Juan Benet y uno de los pensadores más respetados de nuestro país

  • Tras cuarenta años escribiendo novela y ensayo, este experto en filosofía griega se para a diseccionar en 'Primer amor' su "enloquecimiento" de los 18

  • “Un chaval joven se enamora con la misma angustia y el mismo miedo que un adulto, pero sin herramientas: y justo ahí es cuando echa su partida de cartas con la muerte”

Avisan de la editorial, la entrevista será al final en su casa. Ha tenido que ir a por su hija pequeña, de 9 años. Prepara un brebaje de jengibre, regaliz y miel: “Es antiinflamatorio”, dice una vez sentados a la mesa de su despacho y rodeados de libros, con la grabadora a punto. Hay una distancia entre lo que contará poco después sobre las rupturas "abruptísimas" de su vida y este hombre de 66 años, que sabe cuidar aunque a veces, como dice, el amor le “apriete”. Parece que los años le han traído ternura. O le han dejado sacarla. Vuelve ahora a Alfaguara con ‘Primer amor’, novela en la que disecciona, cual cirujano-filósofo, los materiales de la pasión que lo enloqueció a los 18, allá en su pueblo de Salamanca. “Esta herida ha estado siempre conmigo y por fin sé por qué”, dice.

Alejandro Gándara (Santander, 1957) ha ido a pelo en busca de respuestas. Premio Nadal, Herralde y Anagrama, discípulo de Juan Benet y uno de los pensadores más respetados y relevantes de nuestro país, no hará juegos de ‘soy yo pero no’ en nuestra charla, aunque por supuesto hay dosis de ficción en el libro. Bisturí en mano, se ha esforzado en construir varias ideas clave: que el amor fusión siempre duele, que de hecho eso indica que lo es, que a los 18 uno no tiene herramientas aunque ya ame como un adulto, que uno no se enamora solo (está la familia, la clase social, los amigos, todo), que siempre sale mal y que, la mayoría de las veces, es en realidad un símbolo que esconde otras cosas más interesantes. Así de complejas son las emociones humanas.

Como escribió en redes la primera vez que mencionó este libro: “Es para ese momento en que uno necesita, de una vez, empezar a entender el amor. No digo a manejarlo ni a nada parecido, solo a entenderlo. A que no nos destruya y a no destruirlo: tan fácil es lo uno como lo otro”. Y no, por si alguien se lo pregunta, no ha vuelto a ver, al menos en la vida real, a la Brígida del abrigo rojo.

¿Por qué un libro sobre un primer amor a los sesenta y tantos?

Envejecer es una oportunidad, es cuando las cosas empiezan a tener sentido. Hasta entonces la experiencia nos ha pasado por encima, nos ha arrasado. Envejecer es una especie de renacimiento. Puedes volver sobre lo que has hecho sin tanta intensidad y con más distancia y puedes darle sentido. Digamos que vives dos veces. Me ha pasado con este libro: he recuperado ese amor de una forma muy sensible, muy vívida. Y al mismo tiempo he descubierto lo que significaba, por qué sucedió. El tiempo te da todo eso. Las veces que te has enamorado, las que te han dejado, que has fracasado… Todo es un magma en el que encontrar sentido.

¿Qué significaba?

Pensaba que era un primer amor que nunca me había abandonado, pero en realidad esa ruptura fue el símbolo de todo aquello con lo que había roto. Ella era la única imagen a la que poder agarrarme.

¿Creías que era un primer amor pero era un símbolo de ruptura?

Explicar toda esa ruptura se hace en el libro a través de esa chica, alguien a quien podía mirar. A lo otro no lo podía mirar. Lo fui descubriendo a medida que escribía la novela. Como todo buen hortera, pensaba que iba sobre un amor romántico, desesperado, de película, un tanto heteropatriarcal pero muy heroico, y en realidad era el símbolo de una ruptura muy abrupta. Nunca me pude explicar por qué rompí con todo tan a lo bestia: familia, amigos, carrera de medicina, beca, ciudad. Todo, y me fui a Suiza a fregar platos. Ella lo encarnó.

¿La experiencia te hace más sabio?

No. La experiencia te hace ser más sabio si estudias tu experiencia, si investigas, si reflexionas. 

¿Se podría haber titulado ‘Mi primera gran ruptura’?

Sí, fui la primera vez que dejé radical todo un mundo y me fui. Recuerdo que había en mi casa una maleta de cartón con la bandera de España pegada con celofán que era de mi padre, que ya había desaparecido de nuestras vidas cuando tenía 14. Debí de sentir algo inmenso para tener que romper con todo: iba a ser otro, me convertí en otro. Acabé estudiando políticas y sociología en Madrid.

¿Qué has descubierto de ti al acabar esta novela?

Siempre he pensado que la gente era enigmática y misteriosa pero que yo era claro como el agua de los riachuelos de montaña. Y no (risas). Soy tela marinera y hay una parte de mí que ni siguiera yo conozco. Hay una forma que tengo de hacer las cosas que no procede de ninguna forma de razonar las cosas. Procede de una voz interior, un daimon, que me hace hacer en momentos inesperados. Me ha pasado varias veces en mi vida.

¿Qué otras veces?

Soy un experto en cortar, no las amarras de un barco, sino las de la flota entera. Divorciarme y dejar la Escuela de Letras, por ejemplo, a los cuarenta y tantos. Eso fue dejar de nuevo todo un universo: mi exmujer y mis hijos, una institución que podría haber seguido adelante pero yo ya no quería seguir con la gente con la que estaba, no quería seguir con nada que tuviera que ver con la creación literaria o los periódicos... Simplemente corté y apareció un escenario completamente distinto. Y ahora recientemente he vuelto a cortar. Estamos en la fase de solo quiero vivir en las islas griegas (risas). Lo que pasa que ahora tengo más familia que antes, incluso otra, así que me aguanto (risas).

¿Quizá hayas ido metiendo más ternura en esas rupturas?

Han ido siendo menos radicales, pero igual de misteriosas. Hay muchas cosas de las etapas anteriores que no puedo mirar. No puedo. Son como fobias. Soy fóbicos. En griego fobos es miedo, aunque haya pasado como asco o rechazo. Y creo que vi cosas que hubieran podido hacerme daño. Y les tengo miedo. Soy un fóbico en el sentido etimológico.

Qué curioso que uno empiece mirando un amor y acabe mirando una fobia

Una fobia a la propia vida además. En general tengo fobia a todo lo que me ata mucho. Mi pesadilla recurrente es que me meten en la cárcel. Y no puedo salir. Cuando llegó la pandemia estaba aterrado y pensé que la había pasado bien, como un gentil hombre, pero mi familia ya me dijo que no (risas). Aunque me escribí un libro en mes y medio. Sin embargo, las reclusiones duras (cuando estuve 15 días en un submarino o cuando me embarqué en el barco pesquero del Gran Sol) las he llevado muy bien, como si estuviese entrenado para ello. Pensé que iba a ser frágil, pero no.

¿Con el amor también te pasa que lo buscas y te sientes encerrado?

Sin duda. Tiene un punto de agobio, de exigencia, de normatividad, de cuidado… tiene una constelación de cosas que limitan. Y por el otro lado es la forma en la que mejor se desenvuelve uno: es cuando eres más libre a pesar de pensarte encerrado. Es lo contrario de la droga, en la que piensas que eres muy libre pero estás encerrado. Eso el amor, no la pasión amorosa del libro, que es un fenómeno obsesivo neurótico en el que volcamos nuestra fantasía sobre un objeto hasta volver loca la mirada.

¿Cuántas veces crees que has sentido esa neurosis?

Entre ninguna y cero. He querido mucho a las personas y me he enamorado de varias mujeres, pero no he partido de una pasión ciega previa. Cuando me he ido con la persona estaba profundamente empatizado ya con ella. Nunca me ha pasado enamorarme de forma enloquecida y que luego haya podido conquistar a esa mujer, sino que ya teníamos un vínculo antes. Solo en este primer amor hubo esta ceguera, con una persona por otro lado que nunca me pareció que tuviese ninguna cualidad especial. Pero pasó. Y fue desesperante. Nunca he vuelto a sentir un amor tan sobrecogedor. De no poder vivir. No estaba ni siquiera desesperado, es que no quería vivir. La existencia perdió el sabor.

¿Cómo sabes si es amor fusión? 

Por el dolor. La única forma. Para diferenciarlo del apego, del interés, de la necesidad… Sientes tanto dolor que dudas de que sea amor. ¿Cómo puede ser amor algo que duele tanto? Lo es. Y es la única prueba. Duele independientemente de que te quieran. Hay una cosa ahí que te fundes en el otro, que no puedes dejar de pensar en él, que no puedes respirar. Al protagonista no le deja de doler en ningún momento: cuando se declara, cuando le dicen sí y cuando le dicen no. 

¿Será que te pone en contacto con algo muy vivo?

Platón decía que es nuestra forma divina. Cuando somos superiores a nosotros mismos. 

¿El primer amor es el último amor?

El primero no tiene por qué ser de juventud. Tengo un amigo de 60 que me jura que esta es la vez en que se ha enamorado, que lo anterior era otra cosa. Pero cuando eres joven amas como un adulto (la misma desesperación, fuerza, angustia) pero no tienes recursos: y justo ahí es cuando te echas una partida de cartas con la muerte. Es la primera vez que te reconocen y tú exiges ser reconocido. Y se llama primer amor precisamente porque acaba: así que todos salimos de ahí con el corazón roto. Y sin herramientas para curarlo. Cuando te lo rompen con 40 y 60, al menos tienes alguna herramienta, un escudo. 

¿Por qué estamos tan obsesionado en el siglo XXI de tener herramientas con el amor?

La gente le ha cogido miedo al personal. Nunca se ha visto más claramente eso de que el infierno son los otros. Hay muchas explicaciones para esto, pero la principal es que tenemos miedo a la intimidad con el otro. Se ha creado en el siglo XX y ahora está en plena ebullición. Y no digo ya si eres mujer: la mujer ha desvelado una forma de tortura y maltrato a la que la cultura y la sociedad han estado ciega. Y es normal que tenga todo tipo de prevenciones. En este sentido, el hombre tiene miedo de sí mismo. En mi calle, era habitual escuchar los gritos de las mujeres cuando les pegaban sus maridos. Era una música tal que nadie prestaba atención. A mi padre nunca le juzgué por pegar a mi madre, me parecía un hijo de perra, pero no se lo reprochaba. Sí le reprochaba que nos amargase tanto la vida, pero no eso. Entonces cuando uno sale de ahí y puede ver con perspectiva, coge cierto horror a las relaciones. Y creo que el siglo XX descubrió demasiados horrores como para que no le tengas miedo al otro. La riqueza de géneros de ahora mismo tiene que ver también con destruir todos los símbolos que construyeron esa violencia. Si volviera a nacer ahora, no creo que volviese a ser romántico: no podría. 

¿Les falta a los hombres una revolución contra la violencia?

Sin ningún género de dudas. Los hombres no saben todavía lo que ha pasado, no saben por qué han sido así, quién les comió el tarro. No han tenido su revolución contra la violencia, que es claramente estatal. Hasta que los tíos no se rebelen aquí no va a pasar nada. El número de asesinato de mujeres sigue siendo el mismo. Pasa lo de siempre a pesar de todo. La única incógnita es qué piensan hacer los tíos con esta mierda. 

¿Desde lo que sabes ahora qué le dirías a ese chaval de 18?

Nada. No podría escucharme. Sería imposible. Hemos vivido una prisión mental en mi generación, donde solo era posible el amor romántico hombre-mujer, muy influido además por el cine americano, una de las cosas peores que ha pasado a la hora de difundir y potenciar esa ideología. En mi pueblo no había homosexuales: los habría, como muestra la novela, pero había una negación sobre uno mismo gigante. 

¿Has hecho las paces con la figura de tu madre?

Lo he intentado. Un niño perdona difícilmente la violencia gratuita que se ha hecho contra él. El adulto tiene una responsabilidad y tiene que tomar decisiones que protejan a su hijo, si no las toma, va a tener su desprecio. Eso no va a desaparecer. El niño puede perdonar cuando ya es adulto los errores del adulto, pero no puede quererle. Yo creo que eso es imposible, porque el otro no ha hecho lo que tenía que hacer en un terreno de vida o muerte. He intentado salvarla al meterme profundo en lo que eso significaba. Me da mucha pena cómo acaban. Su huida del pueblo es muy triste.

¿Volviste a ver a tu padre?

Nunca.

¿Qué le dirías sobre el amor y el miedo al Gándara del futuro?

Corre a las islas griegas y vuela (risas). No, la edad te pone en un sitio distinto. De joven quieres experiencias, al otro, ritmo. Pero llega un momento en que te cansa el trato con el mundo: buscas una intimidad. No sé cómo será el futuro viviendo 150 años, pero no habrá quien lo aguante. Y no me imagino mayor infierno que volver a enamorarme (risas).