David Jiménez: "El corresponsal de guerra puede convertirse en un yonki del riesgo"

  • Tras destapar la cara B del periodismo en 'El Director', el escritor David Jiménez publica 'El Corresponsal' (Planeta, 2022), una novela de ficción sobre el oficio de los informadores en zonas de conflicto

  • Hablamos sobre el oficio, los costes de la guerra y la importancia del miedo en estas coberturas

  • "El Corresponsal es un homenaje a un oficio que está desapareciendo"

A dos manzanas de la cafetería Sarajevo, en el lobby de uno de esos distinguidos hoteles del Paseo de la Castellana, el escritor y periodista David Jiménez (Barcelona, 1971) saluda a todos los presentes tras calentarse las manos. Hace una mañana gélida, a prueba de corresponsales de guerra o ciudadanos de León, pero hoy no hay excusa. Le espera una de esas jornadas intensivas de promoción con decenas de medios de comunicación. La culpa la tiene su nuevo libro, 'El Corresponsal' (Planeta, 2022), una novela de ficción nutrida de su experiencia en Birmania en la que, sin caer en estereotipos, trata de contar la vida de los informadores que se juegan el pellejo en las zonas de conflicto.

Pide un té verde -que no prueba en toda la conversación- y comienza a responder preguntas en un tono de voz familiar, sereno, como si en lugar de hablar sobre la guerra estuviese contándole un cuento a un niño. Vislumbra un futuro negro para la vertiente del periodismo que motiva su novela -"El Corresponsal es un homenaje a un oficio que está desapareciendo"- y recuerda con nostalgia al joven descarado que, siendo un polluelo en el oficio, le planteó al mismísimo Pedro J. Ramírez una corresponsalía de El Mundo en Asia.

P. ¿Por qué Birmania como eje central de su novela?

Birmania es uno de los países que a mí me marcó más, porque en el año 2007 cubrí allí la Revolución del Azafrán, que la lideraron los monjes y fui testigo, siendo un joven reportero, de una masacre terrible de gente inocente. De hecho, muy cerca de donde estaba, mataron al fotógrafo japonés Kenji Nagai, que es uno de los protagonistas de la novela.

Como digo en el libro, los corresponsales siempre tienen esos lugares de los que no vuelves nunca y son lugares donde conocieron la verdad de los hombres, es decir, de lo que somos capaces los seres humanos cuando hacemos ese click que nos hace hacer las peores cosas. A la hora de escribir la novela, pensé que no había un lugar mejor que Birmania, que combina una belleza increíble con la oscuridad de un régimen totalitario que reprime a la gente de una manera brutal. Ese contraste era un buen lugar para el libro.

Cuenta en el primer pasaje del libro que Vinton, uno de los protagonistas, entra en la vejez prematura del corresponsal de guerra. ¿Le ocurrió a usted también?

Es curioso, porque en un trabajo normal, cuando tienes cierta veteranía, te promocionan y te hacen jefe de planta o en tu despacho de abogado te hacen socio. En cambio, en los reporteros, cuando llegas a esa edad de los cuarenta y pico, de repente la gente te mira raro en tu propio periódico, como si estuvieras a punto de tu jubilación, y suelen ser sustituidos por gente más joven.

Al final es difícil, porque el corresponsal ha estado cubriendo guerras durante muchos años fuera de su país, no conoce la redacción y tampoco se puede incorporar a un trabajo normal porque es un inadaptado. Y ahí es cuando entra en conflicto. Muchos corresponsales, cuando llegan a una edad madura, dejan de ser apreciados como personas de acción. Pero tampoco pueden ponerse una corbata y hacerse directivos de un periódico. Curiosamente, en mi caso fue así.

Así lo cuenta en El Director. ¿Cómo fue la conversación de un chaval de 26 años que se planta en el despacho del director y le dice que se quiere ir a Asia?

Uno, cuando estudia periodismo en la facultad, una de las grandes fantasías que tiene es ir a cubrir el mundo, conocer personajes fascinantes y vivir aventuras. Lo cierto es que eso lleva a muchas desilusiones, porque te encuentras en una redacción cubriendo ruedas de prensa y haciendo cosas que no son tan excitantes como pensabas. Después de hacer todo eso, un día dije: 'yo quiero otra cosa'. Entonces fue cuando entré en el despacho del director y me ofrecí para irme de corresponsal a Asia. Recuerdo que me preguntó: ¿tú sabes algo de Asia? Yo le dije 'no, pero vamos a probar, ¿no? Era una época en la que había dinero en los periódicos, podías hacer eso.

Hoy, probablemente, el director diría: 'bueno, vete y ya veremos si te pagamos', porque se ha precarizado mucho el periodismo. Aquello me permitió vivir esa aventura de 20 años sin la cual hubiera sido imposible escribir El Corresponsal, porque al final un novelista tiene que escribir de cosas que conoce bien para poder recrear ese mundo. Y eso es lo que he hecho con El Corresponsal: coger esos 20 años de experiencia de reportero y contar la vida de esos reporteros de una manera que no se cuenta. No esa versión muy Hollywood, de héroes; a mí me interesaba entrar en el lado humano de los corresponsales, que se enamoran, que tienen infidelidades, amores… Daba para una gran historia, de aventuras, de periodismo, de peligros.

En esta era de precariedad que comentaba y crisis del modelo de negocio, ¿cómo ve el reporterismo de guerra? ¿Sobrevivirá?

Está agonizante. Primero, el interés del público en lo que pasa lejos de su entorno ha disminuido. Luego, los medios han perdido capacidad y músculo financiero para sostener corresponsalías. Cuando era corresponsal, los últimos años recuerdo que nos llamábamos entre nosotros 'los dinosaurios'. Sabíamos que era algo que iba a desaparecer, íbamos viendo cómo iban despidiendo a nuestros compañeros y cada vez quedábamos menos. Y eso es una pena, porque es fundamental entender el mundo y saber que lo que está pasando en lugares lejanos puede pasarte a ti. El Corresponsal es un homenaje a un oficio que está desapareciendo.

Se cuenta de algunos profesionales, como Julio Fuentes, que siempre que decía lo de abandonar el reporterismo de guerra era con la boca pequeña. ¿Por qué hay gente que no puede dejarlo?

Los corresponsales tienen un regreso a la normalidad muy difícil, porque han vivido cosas tan excepcionales que la normalidad les sabe a poco. Yo sí he notado momentos en los que la adrenalina de estar en situaciones de peligro te empujaba luego a volver a buscarla. Llegas a perder la noción del peligro, y llegas a una situación en la que si has sobrevivido en medio de toda esa destrucción, te siente más vivo que los demás. Es una sensación de poder e invulnerabilidad que vas a seguir buscando. Te puede pasar como a un adicto. El corresponsal a veces se vuelve un yonki del riesgo, y creo que eso es muy peligroso, porque las posibilidades de que ocurra algo malo son mayores.

Lo dice el protagonista del libro, Daniel Vinton: "Solo los idiotas y los locos no tienen miedo".

El miedo es lo que te hace parar y razonar. Alguien que no tiene miedo en una guerra es un imprudente y un peligro. De hecho, en el mundo de los corresponsales, hay gente que está considerada como peligrosa para trabajar con ellos, porque cometen imprudencias y no tienen en cuenta los riesgos. A mí me decía un gran jefe, Fernando Mújica, que "un corresponsal muerto no puede enviar su crónica". Luego puedes tener mala suerte. Cuando vas a la guerra, siempre está la posibilidad de que te maten. Pero desde luego, no compres más boletos de los necesarios.

Muchas veces no mueren los imprudentes. Hay un elemento de suerte; veteranos que conocían al dedillo lo que era una cobertura como Julio Fuentes, que tenía todas las medallas, pueden tener mala suerte. Una emboscada en la carretera, un obús en el momento equivocado en el sitio equivocado. La suerte también es un elemento fundamental, pero no hay que tentarla más allá que lo necesario para hacer tu trabajo.

Su libro define a una figura conocida en el reporterismo de guerra: los War Dogs, los perros viejos. ¿Hay compañerismo en el frente?

En situaciones de riesgo es cuando yo creo que se ve de qué está hecho de verdad alguien. Y en los reporteros, en mi experiencia, y lo he reflejado en El Corresponsal, hay gente leal que compite por una exclusiva con las reglas justas, pero he visto auténticos perros viejos que son capaces de cualquier cosa por pisar la exclusiva a otro. En el libro se cuenta cómo un tipo, cuando está en un tsunami, le dice al piloto del helicóptero que el resto de periodistas no van a subir a bordo, cuando aún no habían llegado.

Hay casos conocidos en la profesión. Algún conflicto en el que alguien le roba el teléfono satélite a un compañero. Esas cosas pasan, hay traiciones y deslealtades. Pero también hay gente que se comporta como un grandísimo compañerismo, que es capaz de poner en riesgo su vida para quedarse contigo en una situación de peligro. Los reporteros son como las personas, y eso es lo que he querido reflejar.

¿Qué es para usted un corresponsal?

Es una forma de vida, estar dispuesto a jugarte la vida para contar la verdad de un mundo que no siempre te gusta. El corresponsal tiene que asumir la responsabilidad de contarle a gente que está muy lejos cosas que, aunque no crean que son importantes, lo son. Y también de explicarlo de una manera que se entienda. Nunca he entendido al corresponsal como el aventurero que se va a un lugar para contar sus batallas en el bar. Creo que el corresponsal es una persona que tiene que estar muy comprometida y debe tener una intolerancia a la injusticia muy fuerte para querer luego jugarse la vida para contarlas. Al final es un buscador de la verdad sin fronteras.

¿Hay machismo en el sector?

Ha habido muchísimo en eso que se llama 'la tribu'. Eso ha cambiado mucho también. Las mujeres lo han tenido mas difícil, hay mucho paternalismo en las redacciones. Hay mujeres que se saben manejar en un conflicto igual o mejor que los hombres. Es verdad que luego hay riesgos: lo vimos con el acoso en las revueltas en Oriente Medio, en lugares como Egipto, donde fueron acosadas sexualmente.

Requieren de protección de los medios y los compañeros, pero muchas de esas mujeres se saben proteger solas muy bien. Son personas que tienen el mismo mismo o más valor que el que tienen los hombres. Eso de que a la guerra solo pueden ir los hombres es algo muy antiguo, de otro siglo. Hoy en día, gracias a personas que abrieron el camino como Martha Gellhorn en EEUU o Rosa María Calaf en España, hay toda una generación de reporteras.

Primero fue El Director, luego El Corresponsal. ¿Qué viene ahora?

Me gustaría que el próximo libro no fuera de periodistas. Habrá que pensar en una historia que se salga del mundo del periodismo, aunque sea un mundo en el que hoy me encuentro más cómodo. Todavía es un poco pronto para hablar del siguiente proyecto, pero ya hay alguna cosa en mente que no está vinculada al periodismo.