Una hora con Mario: “Me siento más inseguro ahora que de joven”

  • Hablamos de cómo ha cambiado él, España y América Latina desde que vino como estudiante

  • Estrena novela, 'Tiempos recios', sobre las luchas de poder en Guatemala durante la Guerra Fría

Ya le pasaba antes del Nobel. Y de Isabel Preysler (que no vino). Pero ahora más. Últimamente, cada vez que Vargas Llosa entra en una habitación, la expectación se dispara. Revuelo. Flashes. En esta ocasión viene a presentar nueva novela. La décimo novena. Se llama 'Tiempos recios' por un verso de Santa Teresa y va sobre Guatemala. Guerra fría. Dictadura militar. Comunistas. La CIA. Todo bien revuelto, no agitado, y resumido lúcidamente por sus responsables de marketing de su editorial como 'una mentira que pasó por verdad'. Poco más o menos que la secuela de 'El tiempo del Chivo', sobre el régimen de Trujillo, la que muchos creen que es su mejor novela. Esta sale a la vez y por todo lo alto en 20 países, con una primera tirada generosa de 180.000 ejemplares.

Estamos en la Casa de América, en el anfiteatro. Varias decenas de fotógrafos esperan en el photocall a que Mario aparezca. También unos cincuenta periodistas. Llega con traje impecable, 83 años. Enseguida se sienta, quiere hablar de lo suyo. La novela. El poder. Las luchas por conquistarlo. Los resentimientos. América Latina. El progreso liberal. Si cuando era más joven quiso saber en qué momento de la historia "se jodió el Perú" (él dixit), y lo investigó en otro libro, ahora ha extendido fronteras: ha querido saber en qué momento tomó el relevo América Latina en su descalabro. Y lo centra en 1954, el año en que la historia del continente cambió radicalmente, dice, cuando el gobierno estadounidense a través de la CIA derrocó, ayudado por golpistas guatemaltecos, al gobierno democrático del coronel Jacobo Árbenz Guzmán, que "fue acusado injustamente de comunista pero pretendía modernizarlo todo". Aunque claro, "un país no se jode en un día", matiza. Y sigue: "Hemos perdido oportunidades, la independencia estuvo mal hecha".

La historia surgió en una cena hace tres años, en Santo Domingo. Otro de esos eventos multitudinarios de los últimos tiempos "a los que uno sabe que no hay que ir". Se había sentado estratégicamente cerca de la puerta para huir en cuanto pudiese y pensó que era el momento cuando alguien lanzó la frase "tengo una historia para que la escribas", probablemente la más odiada por un escritor. Pero por primera vez fue diferente: "Yo dije, 'dios mío', pero lo cierto es que me dejó muy intrigado". Y comenzó a investigar. Y a viajar a los lugares donde pasó lo que sí se sabe que sucedió. Y a preguntar aquí y allá. Y a inyectar ficción en los huecos que en los que nadie sabe qué pasó de verdad: "Hay que investigar para mentir con conocimiento de causa", dice.

Vargas Llosa ha vuelto a un mundo que le es familiar. Uno que le gusta, le estimula. Que fue él de joven, aunque ambos sean ya otros. Él y ese universo. Aquella dicotomía de las dictaduras militares y la alternativa revolucionaria comunista que ha marcado a varias generaciones. "Hoy en día en América Latina no hay dictaduras militares. Tenemos dictaduras ideológicas, comunistas, como Venezuela o Cuba. Hay que estar ciego o ser profundamente fanático para negarse a ver la realidad y seguir creyendo en ellas. ¿Cuáles son los sistemas que progresan? Las democracias. Pero las nuestras son muy imperfectas, corruptas, populistas, demagógicas. Vamos a volverlas eficientes, reformarlas desde dentro. Eso trae más libertad y oportunidad. La América Latina de nuestros días es una que tiene más oportunidades de salir adelante que la que yo viví", explica.

Mario cuando coge un lápiz

Cada una de sus respuestas da para un artículo de opinión en sí mismo. Se extiende, con calma. Sube el tono de vez en cuando. Le preguntamos cómo ha cambiado él, además del continente. Qué le diría a ese Vargas Llosa que se vino a Madrid en el 54 a estudiar un doctorado y comenzaba a escribir sus primeros cuentos. "Ahora hay un Mario más viejo (risas). Pero es curioso, porque con la literatura la práctica no da seguridad. Al contrario, me siento más inseguro que de joven. No sé si es el temor de decepcionar a un público que ya se tiene o simplemente que escribir y aislarte con tus fantasmas y tus sueños y tus fantasías, unos materiales que tienen que convertirse en literatura a través del lenguaje, a través de la palabra, hacen que uno nunca esté seguro", explica.

Y comienza a hablar con otro tono. Más íntimo. Se le escapa la tercera-primera persona con varios 'uno'. "En realidad uno nunca ha estado seguro a la hora de ponerme a escribir. Las vacilaciones, esa especie de temor a no conseguir aquello que uno se ha propuesto, son mucho mayores que cuando empecé. Es la 'hora de la verdad', cuando uno se encierra, solo con sus papeles, con la máquina o como lo hago yo, con un lapicero. Uno tiene pánico, terror a fracasar y al mismo tiempo unos momentos de exaltación extraordinaria cree que ha acertado, cuando ha encontrado una puerta que se abre y empuja la historia hacia una dirección que uno no sospechaba. Hay ese elemento irracional: ese mundo en el que uno anda como perdido hasta que termina", añade.

España y la Transición

Tampoco España es ya la misma que conoció. "Cuando llegué como estudiante era era un país subdesarrollado que se parecía mucho a América Latina. Tenía una dictadura feroz, vivía completamente aislado. Recuerdo que teníamos más información en Lima sobre lo que ocurría en el mundo que aquí en la Complutense. Había un aislamiento terrible", cuenta.

Y pasa a ensalzar la Transición, sin fisuras. "Ese país se ha transformado extraordinariamente gracias a la Transición. Maravillosa Transición que admiró al mundo entero: cómo se pusieron de acuerdo los españoles de los extremos para no seguir entrematándose unos a otros. Abrirse a una democracia, a Europa, las fronteras… Hoy en día España es un país moderno, con los problemas que tienen las democracias modernas, pero ha dejado atrás la tribu y la caverna. Ojalá América Latina hubiera avanzado tanto", sentencia.