"Me voy, amigos": la frase que ya casi nadie dice por culpa de la cuarententa

  • Juan Tallón, periodista y escritor, arranca con esta reflexión su andadura en Uppers.es como colaborador

  • Estando confinados, lo de irse parece difícil: nos vamos a la cama, a la ducha, a la cocina o a la mierda. Pero no es lo mismo

De pronto, ya casi nadie dice "Me voy". Parece raro que decir algo así se extrañe. Pero cuando cambian las cosas importantes, sin querer cambian también las superficiales. Ahora no puedes irte a ningún sitio, así que, como mucho, quizá consigas decir "Me quedo", lo que resulta tan banal como anunciar "No me voy". Vivimos tiempos de conformarse con cualquier cosa, y desde luego con menos de lo que pides, aunque cuando pasas de los 40 esa es ya una lección aprendida. En vista de que solo cabe permanecer en casa, y a lo mucho en una de esas huidas fugaces salir a comprar comida y bebida y regresar enseguida, si la situación dura es posible que perdamos la costumbre de decir "Me voy". Y eso ya es más serio.

Como un letrero de neón

"Me voy" se decía casi sin pensar. Funcionaba como un escudo, como una varita mágica, como un letrero de neón. En 'Todo es mentira', el personaje que interpretaba Coque Malla decía "Me voy a Cuenca" cada vez que las cosas se ponían feas, y se ponían feas todo el tiempo. Una existencia común estaba repleta de 'me voys'. Algunos resisten, pese al encierro. Te vas a la cama, a la ducha, a la cocina, a la mierda. Pero no es lo mismo.

En 'Camino de Los Ángeles' John Fante hacía decir a su personaje Arturo Bandini "Me voy" media decena de veces. Primero, cuando conseguía un trabajo en el puerto, cavando zanjas. "Me voy de aquí", afirmaba al poco, cansado del pico y la pala. Se hacía entonces lavaplatos. Apenas aguantaba cuatro semanas. Creía que era un empleo sin futuro. "Se acabó. Me voy", le anunciaba a su supervisor. Luego se hacía ayudante de camionero. Pero su jefe, un tipo fuerte y tatuado, era un indeseable. "Me voy. Tú y tus ridículos músculos os podéis ir a la mierda", le decía, y entraba a trabajar en una tienda de comestibles. El día que desaparecieron 10 dólares, el dueño lo puso en la calle de malos modos. "No se altere. Ya me voy", replicaba Bandini para tener la última palabra.

La última vez que nos fuimos

Recuerdo perfectamente la última vez que dije "Me voy", derrotado por los elementos. Solo fue hace dos semanas, en Madrid. Llevaba desde las dos y media de la tarde en el bar Pichileiros con una docena de amigos y eran ya las once de la noche. Me fui a casa y a las pocas horas a Galicia. Y desde entonces, no me fui más. ¿A dónde podría? Por el medio, el mundo cambió. Tal vez no vuelva a ser el mismo. Solo espero que en el nuevo puedas aún decir que te vas.

Francamente, "Me voy" no es una gran frase. Ni siquiera si la pronuncias medio minuto antes de morir, cuando te vas de una vez por todas. Tampoco la grabarías en tu lápida. Pongamos que se trata de una frase vacía por el uso. Es breve, o o bastante breve, y llevas toda tu vida diciéndola, con lo cual aún significa menos. Y, sin embargo, en las nuevas circunstancias, con millones de personas encerradas en sus casas, casi añoras decirla. La incluirías entre tus cien frases favoritas. Haciendo memoria, se la oíste pronunciar de maravilla a Vincent Vega, en 'Pulp Fiction', cuando se dirige a Mia Wallace y le dice: "Me voy a casa, a tener un ataque al corazón".