La luna de miel que Sylvia Plath y Ted Hughes pasaron en Benidorm: así les marcó de por vida

  • En la ciudad alicantina la pareja de escritores vivió una pasión desigual que tuvo su reflejo en algunos de los poemas más desgarradores de la literatura del siglo XX

  • Por momentos, Sylvia se sentía dichosa y dedicó algunos fragmentos a las viudas del mar y a los pescadores, pero nada le calmaba cuando tanto le pesaba estar viva

  • El 11 de febrero de 1963 decidió poner fin a su vida. Dejó pan y leche a niños, encendió el gas y metió la cabeza en el horno. Tenía 30 años. A Ted se le acusó de ser el causante de su sufrimiento. Él prefirió guardar silencio

¿Puede alguien sentirse dichoso e infeliz a la vez? Para la poeta estadounidense Sylvia Plath cualquier acontecimiento se convertía en una maraña de emociones difícil de ajustar en su atormentada cabeza. Y así ocurrió durante su estancia de cinco semanas en Benidorm. Llegó a esta ciudad en julio de 1956 acompañada del escritor británico Ted Hughes con el que se acababa de casar, apenas unos meses después de haberse conocido. Celebraban su luna de miel. "Tan pronto divisé aquel pueblecito y vi aquella mar azul centelleante, la limpia curva de sus playas, sus inmaculadas casas y calles –como una pequeña y resplandeciente ciudad de ensueño– sentí instintivamente, al igual que Ted, que habíamos encontrado nuestro rincón", escribía en una carta dirigida a su madre.

Los primeros bikinis se vieron aquí

Benidorm era entonces un pueblito de pescadores que ofrecía abundante sol, arena fina y una playa alargada. La combinación era similar a la actual, pero con un Mediterráneo más limpio y transparente y sin los 400.000 habitantes en temporada alta que tiene ahora. Ese año, el de la luna de miel de esta pareja de escritores, se aprobaba el ordenamiento urbanístico que alumbraría una ciudad de amplias avenidas. Y gracias a su alcalde, Pedro Zaragoza, que viajó en 1953 en Vespa hasta El Pardo para convencer a Franco, las bañistas ya podían usar bikini sin miedo a ser acusadas de escándalo público.

"El alcalde fue en Vespa a pedir a Franco que autorizase el uso de bikini"

Llegaron en autobús y se hospedaron en una de las habitaciones de una casa de alquiler con jardín de la viuda Mangada, "una mujer pequeña y vivaracha de ojos negros" que conocieron en el viaje. El bullicio y el fastidio de compartir espacios comunes les llevó a mudarse a una vivienda céntrica y con más intimidad. Sylvia y Ted no eran turistas, ni siquiera veraneantes. Se integraron en la vida del pueblo y visitaban el mercado como unos vecinos más. De hecho, la escritora mencionaba Benidorm como uno de los lugares en los que residió. Igual que Cambridge, Londres, París, Munich o Madrid. Pero el paraíso resultó un infierno que la abrasó.

Cada intento de suicidio fallido era un "terrible regalo"

La ciudad alicantina fue una experiencia catártica y dejó una huella abisal en Sylvia, pero puso en evidencia las sombras de una depresión que arrastraba desde niña. Alta, hermosa, rubia y, sobre todo, muy talentosa, se resistía a aceptar su mundo y se empeñó en crear el suyo propio. Intentó suicidarse en varias ocasiones y cada una de ellas la asumió como "el gran y terrible regalo de renacer". Ni los dibujos ni la palabra conseguían calmar su dolor cuando tanto le pesaba estar viva.

Al escribir y al dibujar trataba de esquivar sus demonios interiores, llenar el vacío de lo cotidiano y ordenar estéticamente su cabeza. Había muchas cosas de Benidorm que quedaron fijas en su memoria y pudo llevarlas después al papel. Le llamó especialmente la atención el abnegado coraje de las viudas del mar, que alojaban familias en sus casas cediéndoles las mejores habitaciones. "Van completamente vestidas de negro: medias, vestidos, zapatos… y cuando bajan al pueblo añaden a su atuendo una mantilla, también negra". Silenciosas y tejedoras como Penélope, sin esperar a nadie y empalmando un luto con otro.

Tan pronto hacían el amor como se herían de muerte

A la joven poeta le marcó también la belleza de aquella "pequeña y relumbrante ciudad de ensueño" y el recuerdo de los pesqueros de sardinas y las arboledas donde las almendras "engordan sus cáscaras", las cabras que lamían sal marina y los carros tirados por burros cargados de melones. Benidorm le insufló vida y encontró inspiración para algunos poemas que escribiría años más tarde. Todo aquello era "una extraña mezcolanza de pobreza, limpia y llena de colorido, y hoteles color pastel, todo aparentemente como si lo acabasen de construir".

"Paseé con Ted haciendo bocetos detallados con pluma y tinta, mientras él leía"

La pareja apuraba cada día holgazaneando, escribiendo, dibujando y retozando. "Paseé con Ted haciendo bocetos detallados con pluma y tinta, mientras él leía, escribía o meditaba sin más, sentado a mi lado". Muchas de las ilustraciones del pueblo marinero están recogidas en el libro 'Dibujos', que inspiró a Isabel Coixet su película 'Nieva en Benidorm'. Tan pronto hacían el amor como se herían de muerte. Sylvia consiguió amar y sentirse viva, aunque cualquier gozo era transitorio. Deseaba vivir y amar sin condiciones, pero no pudo evitar sentirse acotada como mujer, privada de su deseo sexual y limitada en su instinto creativo.

Dos años después, la primera traición

Ted, insignia de la poesía británica del siglo XX, fue su gran amor. Frente a la fragilidad de Sylvia, él era un titán, en cuerpo, carácter y modales. Tuvieron dos hijos, Frieda y Nicholas, y en 1962 se separaron. Era una relación descompensada, con demasiada inclinación al escándalo. En 1958, ella descubrió la primera traición: "Ted venía por la carretera. Caminaba con una sonrisa amplia e intensa y la mirada clavada en los ojos de cierva de una chica desconocida". En 1962, un día de verano, sonó el teléfono y Sylvia adivinó que "era la otra". Cuando el marido regresó a casa, ella ya había hecho una fogata con sus papeles, poemas y libros favoritos. Le pidió que se marchase para siempre. El desamor la precipitó hacia esa depresión cada vez más desbocada.

Pan y leche para los niños antes de morir

El 11 de febrero de 1963 decidió poner fin a su vida. Y lo hizo del modo más estremecedor. Dejó pan y leche a niños, precintó la puerta de la cocina, encendió el gas y metió la cabeza en el horno. Tenía 30 años. "Sucedieron muchísimas cosas en su vida, pero su final las eclipsa todas", declaró posteriormente su hija Frieda. Ted fue solo un pretexto más en su atribulada cabeza, igual que lo fue la temprana muerte de su padre, Otto Plath. Ni siquiera su escritura, la expresión más descarnada de esa necesidad de ajuste de cuentas con la vida, pudo salvarla. Su marido mantuvo silencio cuando le acusaron de ser el culpable del suicidio y se dedicó a escribir de forma frenética. Prefirió eso a dejarse arrastrar al ruedo y ser asediado "hasta vomitar todos los detalles de mi vida con Sylvia", declaró a una periodista. "Al salir del horno ya la habían destripado, pelado y aderezado. La llamaban suya", escribió, refiriéndose a críticos, biógrafos y profesores, en un poema dedicado a su hija Frieda.

"Al salir del horno ya la habían destripado, pelado y aderezado"

La tragedia acompañó a Ted para siempre

Ted viajó de nuevo a Benidorm, esta vez con Assia Wevill, la mujer con la que traicionó a su mujer, y repitió el mismo patrón de pasión y posterior desprecio, acentuado por la sombra demasiado alargada de Sylvia. Assia decidió un idéntico final. El domingo 23 de marzo de 1969, al anochecer, abrió las llaves del gas de su casa y se tumbó en el suelo abrazada a su pequeña Shura. Madre e hija murieron por intoxicación. El escritor murió en 1998. Frieda es pintora y vive en Australia. Nicholas, biólogo, se ahorcó en Alaska el 16 de marzo de 2009.

Hace solo unas semanas salieron a subasta algunas pertenencias personales de Sylvia. Entre ellas, una baraja del tarot que Ted le regaló el día de su vigésimo sexto cumpleaños por la que algún anónimo pagó 206.836 dólares, multiplicando por cinco su precio de salida. También un amuleto con la efigie del dios Horus que le confió su marido durante esa luna de miel en Benidorm, un testimonio más del carácter exótico e insólito de su labor creativa.