El placer de despedir a Serrat

Sepan ustedes que despedir a Joan Manuel Serrat, a un grande, no es un drama, es un todo un placer, o más bien una sucesión de placeres. Nueva York, Latinoamérica y varios rincones de España ya han despedido al maestro en su gira final. Toca turno por fin a Madrid, la ciudad que tanto ‘amor y cariño’ -en sus palabras- le ha dado. Quedan dos de tres, 13 y 14 de diciembre, y Barcelona, 22 y 23 de diciembre, con todas las entradas vendidas (arrasadas) hace más de un año.

Despedir a Serrat, decimos, no es un drama. De verdad es un todo un placer. Por todas estas razones:

Porque Serrat pide nada más empezar que nos dejemos de nostalgias y melancolías. Quiere alegría. Quiere una Fiesta (y su ‘Fiesta’ fue el chimpún de la noche). Quiere que caiga la noche y se vayan nuestras miserias a dormir. Eso sí, difícil obedecer. Hubo nostalgia, sí, pero las lágrimas y la emoción ganaron a la melancolía.

Porque nos recuerda que las mejores canciones son las que se pegan a las entretelas y el corazón de cada uno. Y así son las suyas, así son para ese público más entregado que nunca. Un público tranquilo, emocionado, vivido, que llora, recuerda, se sonríe…

Porque la vida no es lo que fue sino lo que uno recuerda de ella. Lo dice Serrat mencionando a su amigo Gabo (Gabriel García Márquez). Y la gran familia del Wizink Center le canta a él, le recita suavemente, ‘Aquellas pequeñas cosas’, las que recordamos de una vida, las que hacen que lloremos cuando nadie nos ve.

Porque esta noche todos querríamos haber nacido en el 'Mediterráneo'. Hasta los del Atlántico, que ya es decir. El cantor, embustero y marinero nos trajo la luz y el olor mediterráneos, sus amores, juegos y penas. Momentazo. El más esperado.

Porque Serrat impresiona como siempre, ¡gracias!, con las eternas letras de Miguel Hernández, ese hombre que ‘amaba profundamente la libertad y la vida, y las dos se las arrebataron’. ‘La Nana de la Cebolla’ nos llega más que nunca, muy muy pegada a las entretelas, a las suyas y a las de cada espectador. El momento más estremecedor.

Porque escuchar ‘Para la libertad’ (seguimos con Miguel Hernández) mientras Bansky te lanza sus flores de paz desde la gran pantalla del escenario o ver imágenes de inmigrantes del Open Arms mientras escuchas Mediterráneo son bofetadas necesarias. Como la alusión al cambio climático y a los poderosos que no hacen lo que deberían.

Porque saber despedirse con elegancia es una virtud. Suenan intensos los 'Cantares' de Machado y la letra cobra más sentido aún. ‘Todo pasa y todo queda. Pero lo nuestro es pasar. Pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar’. Eso sí, se echó de menos la Saeta, el cantar del pueblo andaluz a la fe de los mayores.

Porque Serrat es único. Y así de claro nos quedó cuando en 1995 lo homenajearon nuestros mejores músicos engrandeciendo aún más sus himnos. Inevitable recordar a Antonio Vega en el ‘Romance de Curro El Palmo’, a los Enemigos en ‘Señora’, a Mercedes Ferrer en ‘Fiesta’, a Rosario en ‘Lucía’… Escuchar a Serrat en su despedida es escucharlos a todos ellos.

Porque la señoras del público lo dicen, ‘está más simpático que nunca’. Charlatán, irónico y feliz.

Porque la ‘Fiesta’ que pide Juanito llega al final con el público en pie, modo concierto de rock, y todas las luces encendidas. Se acabó. ‘El Sol nos dice que llegó el final. Por una noche se olvidó que cada uno es cada cual’.

Gracias maestro. Dijiste que querías despedirte tú, que no te despidieran un virus, la salud o el público. Así ha sido, a la orden, ahora que al techo no le iría nada mal una mano de pintura.

¡Nos vemos en tus canciones!