Las mujeres del rock: "Aún me dicen como un piropo que toco como un tío"

  • Aurora Beltrán (Tahures Zurdos), Amparo Llanos (exDover), Silvia Superstar (Killer Barbies) y Mercedes Ferrer nos cuentan cómo es ser mujer en el viril mundo de la música rock

  • Locales de ensayo, camerinos, escenarios, sesiones de fotos… No ha habido contexto donde no se hayan sentido discriminadas. “Se te sexualiza enseguida”, protesta Mercedes Ferrer

  • Y la situación no ha mejorado con los años. “Curiosamente las mujeres de mi edad parece que ya no estamos para estas cosas, pero los hombres de mi edad sí”, se queja Aurora Beltrán

Puede que la gente ajena al negocio de la música piense que en el rock, por donde pululan los seres más modernos del universo, movimiento subversivo donde los haya, rebelde por naturaleza, opuesto por definición a lo establecido, no existe el machismo. La historia nos dice que sí. El rock es en realidad un club de hombres, en el que a las mujeres se les ha reservado tradicionalmente el papel de caras bonitas, cuando no de meras comparsas. Pese a ello, algunas han logrado despuntar y, con denodado brío, demostrar una aptitud igual o mayor que la de los chicos. España no ha sido una excepción, y cuatro de las más ilustres representantes del rockerío femenino de nuestro país nos cuentan cómo es ser mujer en este coto de testosterona.

Silvia Superstar (51)

La cantante y compositora de Killer Barbies aún recuerda estupefacta un concierto de su banda en el festival Viña Rock: “Había un espectador que me estaba llamando ‘puta’ todo el rato. Estábamos tocando de día (de los grupos que había, éramos junto con Dover los únicos en que tocaban chicas) y paré el concierto: él no se podía imaginar que lo estaba viendo, y le dije que ya estaba bien y que si no le gustaba, que se fuese, que los demás no tenían que aguantar sus groserías. Y se quedó supercortado, empezó todo el mundo aplaudir, se fue y seguimos tocando. Llega un momento que piensas: por qué tengo que estar aguantando esto”.

Por ser mujer debes demostrar mucho más

Silvia conoce bien la evolución del papel de las mujeres en el rock español, pues antes de liderar Killer Barbies fue integrante de Aerolíneas Federales desde 1989. Con su grupo actual, fundado en 1995, ha publicado seis álbumes (el último, Vive le punk!, de 2020). “Por mi experiencia personal, siempre tienes el rol de la tía buena, de la guapa… Y el tópico de que si eres mujer no tienes talento. Cuando yo decía que componía las canciones de Killer Barbies (siempre he compuesto la música y el batería, las letras), la gente se quedaba sorprendida. Como si por el hecho de ser mujer no pudieses tener el talento de componer. Sí que he sentido esa presión. Por ser mujer debes demostrar mucho más, lo tenemos más difícil. El mundo del rock es muy de hombres y muy machista. Ha sido más duro. Hay que saber estar ahí y hacer frente a todo lo que venga”.

No deja de llamar la atención que Silvia haya cultivado desde sus inicios una imagen sexy, acorde con lo que el varonil mundo del rock espera de las mujeres. Pero en su caso ha sido una elección. “Siempre he hecho lo que me ha dado la gana y me he vestido como he querido”, afirma.

“Sí que es verdad que sentí esa presión cuando estuvimos en Japón, país que visitamos en dos ocasiones. Me preguntaban qué me iba a poner, porque había cosas que les resultaban ofensivas. En la portada del disco que sacamos allí hicieron un dibujo manga de mí, en el que me alargaron la falda pero me pusieron unos pechos mucho más grandes de los que tengo. Siempre he tenido una imagen sexy, porque me gusta expresarme como quiero, eso siempre lo he defendido a muerte; me gusta ese tipo de mujer, sexy, cañera, empoderada, fuerte y con carácter”.

Aurora Beltrán (58)

“Esto viene de muy atrás”, dice Aurora Beltrán (58), quien se dio a conocer a finales de los ochenta al frente de Tahures Zurdos, banda pamplonesa en la que era la única chica y cantante, guitarrista y compositora (en la actualidad sigue actuando con el grupo, actividad que compagina con conciertos acústicos en solitario). Pero antes de Tahures militó en Belladona, formación íntegramente femenina que llegó a publicar un disco de reivindicativo título (Las mujeres y los negros primero) en el sello independiente Soñua en 1986.

Lo tenemos muy jodido todavía

Evoca Aurora los días en que Belladona compartía cartel con grupos de rock radical vasco como Kortatu, La Polla Records o Hertzainak. “Íbamos como monjas vestidas: de negro, con cuello alto… Porque se confundía el concepto: si ibas sexy, eras tonta y no tenías talento. Se lo he dicho después a alguno en su cara: ‘Érais unos putos machistas. Nos entrabais a las tías y cuando bajábamos del escenario, cambiabais la actitud y hasta nos pedíais perdón. ¿Pero qué pensabais que íbais a ver?”. Admite que el acoso es algo que “incluso normalizas en su momento. Empecé a tocar muy jovencita y cuando estás con gente, te entran y tal… Te sientes muy incómoda, pero nadie hace nada, a todo el mundo le parece normal”.

La situación no era más agradable en los locales de ensayo. “Allí las chicas eran las novias o las de la pandereta”, explica. “No se nos ha dejado ser parte activa. Tienes que tocar mejor, porque ser chica y tocar la guitarra… La credibilidad es mínima hasta que te vas ganando el respeto, cosa que a los hombres no les pasa. Muchas veces me han dicho y aún me dicen: ‘Tocas como un tío’. Y te lo tomas como: ‘¡Toco como un tío, qué guay!”. Aurora denuncia que los hombres siempre se han comportado con las mujeres del rock “como pigmaliones: te dicen cómo tienes que hacer las cosas”.

El rock ha conferido a las féminas ciertos estereotipos de imagen que nuestras rockeras han tenido que soportar. “Cuando hacíamos fotos para portadas o revistas, la compañía llamaba a estilistas y a mí se me traían unas cosas… Yo decía: ‘Quiero que se me conozca porque soy cantante y compositora’. Pistola en la cabeza no te ponen, pero de alguna manera te presionan, cosa que a mis compañeros en Tahures no les pasaba; nadie les decía: ‘Ponte estos vaqueros que te marquen bien paquetón”.

Experiencias de ese tipo hacen que Aurora contemple “descolocada” cómo hoy una imagen sexy es sinónimo de empoderamiento. “Antes nos rebelábamos contra eso, y encima te tildaban de conflictiva”, comenta. “Ahora resulta que está pasando al revés: las mujeres enseñan esto y lo otro y es muy feminista. En un mundo perfecto, una mujer debería poder salir al escenario o a la calle como le diera la gana, pero es un mundo imperfecto, y todavía hay mamonazos, pajilleros y gentuza así que lo que quieren es ver teta y culo y ya no tienen que hacer ningún esfuerzo. Los que manejan los hilos le han dado la vuelta de tal manera que han conseguido convencer a algunas mujeres de que eso es muy feminista”.

En su opinión, el desprecio a las mujeres en el rock sigue vigente, y lamenta que a muchos hombres veteranos se les sigan dando oportunidades mientras a las mujeres que llevan décadas en la brecha se les pongan “palos en las ruedas”, dice. “Curiosamente las mujeres de mi edad parece que ya no estamos para estas cosas, pero los hombres de mi edad sí”.

Y no es porque ellas tengan menor gancho comercial. “Estoy convencida de que si quieres vender hielo a los esquimales, se lo vendes. Una compañía puede invertir en lo que quiera. Cuando salieron los monjes de Silos, hablando de comercialidad con nuestra compañía de entonces yo les decía: ‘¡Si habéis vendido a unos monjes cantando gregoriano!”. Con todo, prosigue, “sigo tirando para delante, porque son lastres que te impiden avanzar. Si he de ser sincera, lo tenemos muy jodido todavía”.

Dicen que hay un techo de cristal; yo diría que el techo es de titanio”, se queja. “Algunas veces dan ganas de tirar la toalla. Quiero ser buena guitarrista, buena compositora… pero ¡tanto esfuerzo! ¿Para qué? Si sale cualquier mierda (y ya no hablo solo de mujeres) y piensas: ‘¿Acaso esto es mejor que yo?’. Lo dejas pasar, pero con el tiempo se vuelve a repetir la historia. Estamos hasta el mismísimo pénjamo, que decía mi madre con mucha gracia. Que la gente busque lo que es pénjamo. Cuando descubrí lo que era, dije: ‘Qué bien, estoy hasta ahí”.

Mercedes Ferrer (59)

Para la solista madrileña la situación no es que no haya mejorado; es que ha ido a peor. “En los ochenta y noventa hubo muchos avances, fueron unos años en que se logró bastante igualdad de oportunidades. Ha sido a partir de los años 2000 cuando empezó a discriminarse muchísimo más a la mujer, no sé por qué razón. Hemos ido hacia atrás.

Empezaron los hombres de la música a tomar posiciones y muchas mujeres se quedaron descolgadas. Fue algo muy desafortunado por parte de las discográficas. Diría que a las mujeres se nos ha hecho auténtico mobbing: se nos ha quitado el altavoz. En la música urbana hay muchas mujeres, pero es con la condición de que estén absolutamente sexualizadas”, opina.

Se nos ha hecho auténtico ‘mobbing'

Con nueve discos publicados, varios éxitos incontestables —como “Viviendo siempre juntos”, que grabó con Nacho Cano (1996)— y varias canciones nuevas que avanzan álbum en camino —entre ellas, una maravilla titulada “Cuenta vacía”, a dúo con Aurora Beltrán—, diríase que su valía como cantante y compositora está más que demostrada. Pero el cliché de “chica guapa” no ha dejado de perseguirla. “Se te sexualiza enseguida, y eso te ata cada vez más a un estereotipo”, protesta.

Actualmente tiene un hater que la acosa en redes sociales. “Se dedica a ponerme a parir por mi edad y mi aspecto físico”, revela. “Y yo me pregunto: ¿si yo fuese un hombre, este tiparraco se atrevería a insultarme en público? Lo he tenido que denunciar varias veces. Utiliza un lenguaje totalmente machista, sexista… Me llama de todo: ‘La vieja ésta…’. Que alguien venga a insultarte por la edad… No sé si lo hacen igual con un tío. Es muy probable que detrás de eso haya también un componente patriarcal”.

Amparo Llanos (57)

Si hay algo sobre lo que Amparo Llanos, exguitarrista de Dover —banda que lideró con su hermana Cristina— y actualmente al frente de New Day, gusta de poner el foco es en la falta de referentes femeninos. No porque no hayan existido grandes mujeres en la música, sino porque su contribución suele menospreciarse, cuando no ocultarse, lo que deriva en que las chicas jóvenes que sienten la pulsión de querer tocar un instrumento carezcan de espejos en que mirarse, piensen que el rock es cosa de hombres, sean pocas las que se animen a probar fortuna… Y se genere un círculo vicioso de difícil resolución.

Si eres mujer, cuesta el doble

“Por un lado, hay menos mujeres en el rock —explica—, y por otro, a las que ha habido, se las olvida y se las entierra. Yo no pude descubrir a una guitarrista increíble como Sister Rosetta Tharpe hasta el año 2000, cuando en medio de una gira vimos la película Amelie, en la que los protagonistas están mirando una tele en la que aparece esa gran guitarrista de rock and roll de la que mamaron Elvis Presley, Chuck Berry… Si la hubiera descubierto cuando empecé a tocar la guitarra habría sido una referencia. Pero nadie habla de ella. Eso hace que las chicas que empiezan a coger un instrumento piensen que son las primeras y solo puedan fijarse en hombres, cuando no es verdad”. Amparo encontró sus referentes en el rock alternativo de bandas con chicas como Hole, L7, Breeders o Babes in Toyland. “Yo me compré mi primera Telecaster porque Courtney Love [cantante y guitarrista de Hole] tocaba con una igual”, nos cuenta. 

Aun así, Dover fueron un auténtico fenómeno: vendieron de su segundo disco, Devil came to me (1997), más de medio millón de copias, a pesar de estar publicado por una independiente (Subterfuge Records). Lo cual no significa que se librasen de situaciones de clara discriminación.

“Al principio —recuerda— lo afrontamos como plasma Virgina Woolf en su ensayo Una habitación propia: para que una mujer pueda escribir libremente sacando su talento debe olvidarse de si es hombre o mujer; simplemente hacerlo. En lo último que pensábamos era: ‘Soy una chica’. Simplemente teníamos algo que decir. Con el paso del tiempo sí empiezas a notar que por el hecho de ser mujeres se fijaban, sobre todo los medios y parte del público, en cosas que no eran en las que se fijan cuando están hablando de una banda compuesta solo por hombres”.

Dos chicas tocando de forma salvaje un rock áspero y furioso llamaban la atención en locales de ensayo y festivales. “En los locales chocaba muchísimo”, dice. “Mi hermana Cristina y yo fuimos, durante años, las únicas mujeres que aparecían por allí con una guitarra colgada. En los festivales chocaba muchísimo también, pero ocurre que enseguida disfrutamos en ellos de una posición de poder (éramos cabeza de cartel) y a la gente no le quedaba más remedio que aguantarse. A veces notabas incluso en compañeros de otros grupos ciertas actitudes como intentando que tú pensaras que ellos eran superiores a ti”.

Su imagen, de vaqueros y camiseta al más puro estilo grunge, también fue objeto de intentos de manipulación. “Ocurrió muchas veces”, asegura. “Recuerdo en concreto una ocasión, ya avanzada nuestra carrera, hacia 2007, en que íbamos a hacer una sesión de fotos y la revista en cuestión eligió un fotógrafo de moda. Este envió un email a la compañía pidiendo que las chicas fueran perfectamente depiladas y con unas sesiones de rayos UVA. Claro, llamamos a la compañía y dijimos: ‘No vamos a hacer una sesión con ese fotógrafo. Que se depile él sus partes y se dé rayos UVA en la calva”.

Un cúmulo de experiencias que no dejan, para Amparo, lugar a la duda: las mujeres tienen que sortear una serie de obstáculos que no existen para los hombres. “Estoy convencida. Pasa en todos los ámbitos. Coges un suplemento cultural y hasta la página 15 no aparece una escritora, y en las primeras páginas solo hay señoros con sus libritos. Cuesta el doble”, sentencia.

Ahora que lleva casi treinta años tocando, se encuentra con otro muro a la hora de dar a conocer su grupo New Day: “Yo por la edad que tengo estoy en una fase en que ya no soy la novedad que era en 1997; ahora ya es: ‘A esta ni caso’. Y eso conduce a que las generaciones nuevas de mujeres no sepan que existes, no tengan genealogía”… sean menos las que salgan, se refuerce su inferioridad numérica… y vuelta a empezar.