Durante el mes de junio, y hasta el 3 de julio, el Museo Thyssen-Bornemisza (Madrid) publicó en sus redes sociales cuatro vídeos que relacionaban otros tantos cuadros de su colección con canciones de rock latino. Los cuadros en cuestión no eran precisamente modernos: Nubes de verano, de Emil Nolde, data de 1913; Paisaje sudamericano, de Frederic Edwin Church, de 1856; David Lyon, de Thomas Lawrence, de 1825; y, el más antiguo de todos, Cristo con la cruz a cuestas, de Derick Baegert, se pintó en 1477 y 1478. Los vídeos constan de dos partes: en la primera, el autor del original maridaje explica, en tono académico, el vínculo entre el lienzo y su canción; en la segunda, liberado de toda contención, interpreta el tema en una sala del museo. El artífice no es otro que Víctor Coyote.
Víctor Aparicio Abundancia (65) es músico: en 1980 fundó y encabezó Los Coyotes, uno de los grupos más insólitos de la movida madrileña. También es dibujante, ilustrador, diseñador, escultor… “Por facultades, tengo más ojo que oído; eso es así”, reconoce. “Me encanché a la música con el punk: era fácil y servía de vehículo para decir cosas a través de las letras. Y ahí me he mantenido. En los ochenta me iba de juerga como todo el mundo, pero a los dos días decía: ‘Mañana quiero levantarme a las nueve de la mañana y ponerme a dibujar’. Y cuando llevaba dos días levantándome a las nueve y dibujando, quería irme de juerga. Ambas cosas son una constante en mi vida. Estar de juerga perennemente me aburre muchísimo”.
A juzgar por sus proyectos más recientes, no parece que el aburrimiento forme parte de su vida actual. Continúa tocando en directo a razón de un par de veces al mes (“sigo componiendo, pero en mi línea de no comerme una mierda”, apostilla); en mayo publicó un nuevo libro de cómic, Entresijos, recopilación de viñetas costumbristas ambientadas en localizaciones atípicas de Madrid (“laterales y un poco random”, describe. “No es una guía ni algo unificado”); y ha entrado en el verano con la singular colaboración con el Thyssen.
Sobre esta última, comenta: “Pienso que las artes no son cubos cerrados, aunque sí lo son: los escritores no tienen mucha idea de música ni de pintura, los pintores no tienen mucha idea de música ni de literatura, ni los músicos de pintura o literatura. Me parecía interesante hacer ese trasvase, mezclando conceptos de una cosa y de otra. Parece que la gente tiene mucho problema con eso. A mí, expresiones como ‘¿qué tendrá eso que ver?’ o ‘las comparaciones son odiosas’ me dan mucha rabia. Puede parecer pretencioso el comparar cosas mías, que son menores, con otras que son evidentemente muchísimo más grandes, pero se puede comparar un ratón con un elefante”, dice.
El nexo entre los cuadros y sus canciones es distinto en cada caso. Por ejemplo, asocia Nubes de verano (Nolde) con “Cumbia de milagro” —un tema que publicó en 2019— por lo que de milagroso tiene “la transformación de la cosa guarra de la pintura en la representación de algo”, señala. En otros casos, la conexión viene por los personajes. Quizá sorprenda que Coyote haya rehuído de cuadros coetáneos del rock escogiendo pinturas de más de cien años. “La asociación del arte pop con la música pop me parece una mierda, un aburrimiento. Aparte de que es ya algo antiguo: cuando Andy Warhol vino a Madrid [en 1983], moderno ya no era. Estaba en una época como cuando Antonio López pinta a la familia real. Se estaba dedicando a hacer retratos de señoras”, dice.
“Hay otra cosa del mundo moderno que me da mucha rabia —añade—, y es eso de: ‘Ah, es que esto no es de mi época’. Cuando empecé en la música escuchaba a Elvis Costello, pero también a Elvis Presley… más si cabe; a Frank Sinatra, Louis Armstrong, Peret…, que tampoco eran exactamente de mi época. Ahora parece que los chavales están volviendo a eso, porque sus ídolos son Quevedo y Rosalía”, bromea. Y remata: “Yo nunca he hecho pop, ni hago pop, ni nunca haré pop. A mí las Vespas, los sesenta, Mary Quant… siempre me han dado igual. Yo soy un rocker o un salsero, pero no un poppy”.
A principios de los ochenta, y dentro del festivo matalojate de la movida madrileña, los rockers convivían con los poppies, pero formaban un colectivo aparte. El rockabilly, surgido en los años cincuenta, no se consideraba moderno. Sin embargo, mezclado con punk, fue la música que empezó a tocar y cantar Víctor Coyote, quien había llegado de Tuy (Pontevedra) a la capital para estudiar Bellas Artes. Luego empezó a incorporar elementos de la música latina, vuelco inaudito en aquellas fechas que terminó de descolocar a crítica y público. Algunos llegaron a pensar que Los Coyotes se lo tomaban a broma, percepción sustentada en lo chocante de sus vídeos, lo irónico de sus letras y la estética a veces kitsch de sus fotos.
“Aquí la gente habla mucho de la música como cultura, pero en España han proliferado mucho los grupos humorísticos”, dice. “Yo incorporo bastante humor a mis canciones, pero no considero que haga música humorística. Una cosa es hacer Pepito piscinas y otra escribir los diálogos de Pulp fiction”. Cuando le recuerdo vídeos como “El típico español” o “Esta noche me voy a bailar”, con sus alegres taconeos, sus ceñudas coreografías y su estilismo entre cañí y glam, responde: “¿Tú has visto el vídeo de ‘La estatua del Jardín Botánico’ recientemente? Eso sí que es desenfadado. Y Radio Futura era un grupazo, de los mejores de la época. Ahora, el vídeo… Nuestro vídeo de ‘El típico español’ es sobrio comparado con él”.
En realidad, Víctor se tomaba muy en serio la recuperación de la música latina como parte del acervo cultural español: unos ritmos bien integrados en nuestro pasado a través de cantantes de bolero, orquestas y grupos de verbena. “Era una cosa tan rara, y lo sigue siendo, que a alguien no le gustase Berlín, Londres y Ámsterdam, que era alucinante. Al final, Londres se va a quedar en una puta mierda tras el Brexit; Ámsterdam oculta su pasado esclavista y racista a base de bicicletas y porros; y Berlín es un nido de hippies insoportable. ¿Cómo me va a interesar eso? Yo no me como una mierda, pero mi ideología ha triunfado: hoy en día, todos los anglosajones se tragan el reggaetón a mazo. Ha triunfado la música latina y yo fui el ideólogo de eso. Mi victoria es pírrica, porque no me he llevado un duro, pero soy el ideólogo, porque el triunfo de la música latina es patente, le joda a quien le joda”.
No le falta razón. Hace cuarenta años Víctor Coyote apareció en la televisión nacional defendiendo el mismo discurso. El 8 de diciembre de 1983, Los Coyotes fueron entrevistados por Paloma Chamorro en el programa La edad de oro. Cuando la presentadora les preguntó el porqué de su giro hacia sonidos latinos, él respondió: “Porque como el futuro está en Iberoamérica, el futuro no se puede contradecir”.
A diferencia de otros músicos, no viajó a los países de origen para estudiar la salsa o el merengue. “No —dice ahora—, porque entre otras cosas soy bastante antiviajes. Me parece que viajar lo único que hace es acenutriar a la gente. Si no viajas, dejas en paz a la gente. Es mejor mandarles el dinero y no darles la brasa. Pero puedo decir que tengo una cultura de música latinoamericana mucho más grande, y conozco muchas más canciones y he ido a muchos más conciertos que gente que ha viajado cuarenta veces a Cancún y a Cuba. Además, cuando uno no tiene dinero para viajar, porque viajar es muy caro, hay que adaptarse al medio y quedarse en casa”. Sus únicas estancias en el continente americano fueron una vez en Brasil para grabar un disco y otra en Argentina de promoción.
El resultado de su mejunje sonoro fue comprendido a medias. Nunca Los Coyotes tuvieron un gran éxito, en parte, tal vez, porque la música que rescataban estaba mal vista: se percibía como reminiscencia del franquismo. “No hace falta decir que Franco era un dictador y un hijo de puta”, alega. “Pero había gente que hizo cosas muy interesantes en ese periodo. En eso que llaman la España en blanco y negro se hizo una de las mejores películas de la historia del cine en España, El verdugo [Luis García Berlanga, 1963]. En la España en blanco y negro, Los Bravos fueron número uno en todo el mundo con Black is black [1966]. A pesar de los pesares, en esa España hubo personas que hicieron grandes cosas. No sé si Peret era franquista o no, pero hoy es un creador indiscutible. Recuperar aquello era una opción y había gente que se lo tomaba a broma”.
Aunque las canciones de Los Coyotes no encontraron el aplauso masivo, Víctor Coyote sí que se convirtió en uno de los personajes más conocidos de la movida (llegó a salir en Átame, de Pedro Almodóvar, de 1989). Proyectaba una imagen ultraviril, de pelo en pecho y patilla contundente —reforzada por títulos como Puro semental, el último disco de Los Coyotes (1989)—, que causaba sensación. Una imagen que él describe como “de macho gay”.
“Cuando me tiro ese rollo, que ya no me lo tiro (ahora soy viejo), me lo tiro por Prince. Prince va de macho, pero de macho gay. Yo iba de macho con elementos gays, claramente. Es como si salgo ahora a un escenario con peluca: no estoy obligado a cantar calvo. No tengo por qué reflejar en el escenario lo que soy. Miguel Bosé ha ido de que no era gay toda su vida y era gay. Reivindico mi derecho a coger elementos gays, de la religión, del boxeo o de lo que sea”. ¿Cómo encaja aquella imagen de macho celtibérico con las nuevas masculinidades? “¿Acaso solo se puede ser macho si eres Bertín Osborne o un sensible tipo Jorge Drexler?”, responde. “No, hay más abanico de machos. Hay muchos tíos muy diferentes, sensibles y no melifluos, con cojones y sin medírsela cada cinco minutos…”.
Como “ideólogo” de la hegemonía latina, sigue atentamente los nuevos lanzamientos de la música en castellano. “Claro que me interesa. Lo que no me interesa son los grupos de garaje. El último álbum de Rosalía es tan atrevido como un disco de Derribos Arias. Los hits del verano pasado fueron ‘Despechá’, un merengue, y la canción de Quevedo, una canción de subidón de las de siempre. Ambas están muy bien. Rosalía es una tía a la que admiro mucho. No ha habido artista a ese nivel desde hace mucho tiempo. La bachata me interesa desde hace tiempo, también los artistas de reggaetón, y ahora el regional mexicano, que lo peta: canciones con tuba, guitarrones… Maravilloso”. Se me ocurre decirle que C. Tangana me recuerda a él. “¡Muy mal!”, exclama molesto. “¿Qué ha hecho de innovador? Ha grabado un disco que es un muermo, para hacerse mainstream, y no se ha hecho más mainstream que Rosalía en absoluto”.
En 2006, Víctor Coyote publicó Cruce de perras, un libro de relatos en el que, con citas a nombres reales (Santiago Auserón, Poch), plasmaba el ambiente musical de los ochenta. Le pido para terminar que describa aquellos días, de los que fue protagonista destacado. Sin embargo, me espeta: “No tengo ningún afán periodístico ni vocación de cronista. Si alguien quiere saber cómo fueron los ochenta, que se lea Cruce de perras”. Y tras pensárselo un segundo, añade: “Se lo voy a resumir de la siguiente manera: fue una década en que a determinados gremios se dio la misma bola cultural que hoy se da a los cocineros… Toda esta cosa de la restauración me parece un fracaso, un bluf y una tontería. No digo que esté mal, pero de cultural tiene cero. En los ochenta, los peluqueros decían que eran cultura. El Ferrán Adrià de los ochenta era el peluquero Tito”.