"Estoy harto, me voy del salón al coworking": el auge de las oficinas compartidas a los 50

  • La pandemia ha normalizado el teletrabajo, pero el hogar está lleno de distracciones que pueden dificultar las tareas profesionales.

  • Alberto (52) y José María (49) encontraron la solución recurriendo a espacios laborales flexibles cerca de sus domicilios.

  • Han encontrado buen equipamiento, clima de concentración y la posibilidad de socializar, algo que no tenían en casa.

En marzo del año pasado, la pandemia por coronavirus obligó a muchas personas a trabajar desde casa. Según el CIS, el 39,3% de los trabajadores empezó a desempeñar su cometido a distancia durante el confinamiento; de ellos, el 60,9% tiene más de 45 años. La mayoría se adaptó como buenamente pudo, pensando que al cabo de unos meses la pesadilla habría terminado y podrían volver a desarrollar sus actividad profesional en su entorno habitual.

No fue así: el incierto final de la crisis ha provocado que en muchos casos el regreso a las oficinas se posponga hasta no se sabe cuándo. Y los apaños que cada uno se buscó para salir del paso durante dos meses a veces no valen para teletrabajar con solvencia un año o más. Algunos en esa situación se han replanteado el escenario; es el caso de José María (49), editor de vídeo, y Alberto (52), que han salido del brete buscándose su propia oficina cerca de casa en espacios de coworking.

Del sótano al 'coworking'

Las oficinas están preparadas para trabajar; los domicilios, no. A los posibles problemas de espacio y deficiencias tecnológicas se unen las distracciones de los convivientes. La actividad escolar se reanudó en septiembre, pero son frecuentes los confinamientos por contacto directo cuando surge un positivo en un aula. Durante el encierro, José María, diseñador gráfico, recurrió a la improvisación.

"Empecé con el portátil, moviéndome del salón a la cocina. Y no era plan. Con cuatro retales (una mesa vieja, un flexo que acumulaba polvo en el trastero y alguna cosa más), me monté un despacho en el sótano. Y así fui tirando los primeros meses. Pero cuando veo que esto va para largo, comprendo que no me puedo tirar así muchos meses y decido que debo buscar una alternativa más estable, mejor equipada y en un entorno más tranquilo", nos dice.

La tranquilidad no reinaba en su casa. Con sus dos hijos presentes, ni podía trabajar ni dedicarse a los niños como le habría gustado. Pasada la etapa dura del confinamiento, y en vista de que las clases no se reanudarían hasta septiembre, acordó con su pareja repartirse las jornadas laborales, de modo que durante tres días a la semana él se marchaba a trabajar a un local de coworking. "Me cundía en esos tres días como si fueran seis", nos cuenta. "Y cuando me tocaba quedarme en casa, ejercía de padre a jornada completa sin más distracciones que el tener que contestar un email de vez en cuando”.

Solo le hizo dudar una cosa: en su hogar se sentía más seguro. Pero cuando fue a conocer el espacio de coworking, percibió que se respetaban rigurosamente las medidas de seguridad (ventanas abiertas, distancia entre puestos, protocolos de higiene) y se quedó tranquilo. "Me siento tan protegido como en mi sótano, pero sin complejo de ermitaño", dice.

Aumento de demanda

La influencia de la pandemia en el coworking ha tenido dos fases. "La primera reacción de los usuarios fue dejar de venir al centro y la demanda cayó drásticamente en los primeros meses", explica Nacho Cambralla, gerente los centros de coworking WayCo, en Valencia. "En otoño pasado empezamos a notar un incremento de la demanda, tanto de antiguos usuarios, que regresaron, como de un nuevo perfil de personas que, tras un tiempo teletrabajando desde casa, se replanteron cómo debía ser su organización: si volver a la oficina como estaban antes, si seguir trabajando desde casa o abrir una tercera vía que precisamente la representan los espacios de coworking".

"Hay muchas personas que están cansadas de trabajar desde casa y que no encuentran la manera de separar lo personal y profesional", incide Patricia González, portavoz de LOOM, empresa que cuenta con nueve espacios de coworking repartidos en distintas zonas de Madrid y Barcelona.

José María había oído hablar bien de estos centros, pero lo que se encontró superó sus expectativas. "No sé si lo harán con todo el mundo, pero a mí me recibieron con una bandeja de croissants y café", recuerda. "El local es agradable y luminoso, además de tranquilo: se respira atmósfera profesional. La gente con la que comparto espacio va a lo que va, a trabajar, y como cada uno se dedica a una cosa distinta, no hay interferencias. Pero al mismo tiempo, puedes tomarte un café con personas de otros sectores, intercambiar experiencias y descubrir ideas y tendencias nuevas".

"Cuando rondas los 50 —prosigue— tu círculo social cuesta ampliarlo, y el estar encerrado en casa haciendo de Internet tu única ventana al mundo te limita mucho, sobre todo si te dedicas a una profesión creativa. El coworking tiene lo mejor de ambos mundos: el ambiente colectivo de una oficina y el clima relajado de estar como en tu casa". En vista del resultado, sigue trabajando así desde entonces.

Mejor bien acompañado que solo

El contingente de trabajadores creativos, junto con los del sector tecnológico predomina en estos lugares, como señala Nacho Cambralla. También son mayoría los jóvenes, pero la presencia de uppers es cada vez más habitual. "Tenemos un abanico muy amplio de edades", añade el responsable de WayCo. "No es el porcentaje más representativo, pero hay mucho profesional senior que trabaja en estos entornos, bien porque después de una carrera profesional en el ámbito corporativo está desarrollando proyectos propios, bien porque quiere sentirse en un ambiente innovador y busca contagiarse del entusiasmo de otras generaciones".

Socializar es lo que buscaba Alberto (52), quien recurrió hace seis años a estos entornos de trabajo flexibles para desempeñar su cometido profesional, que consiste en impulsar proyectos de impacto sostenibles. En tiempos de covid, "la conciliación se ha hecho más compleja", dice. Actualmente colidera Sustainable StartUp & Co., que define como "la primera comunidad de habla hispana para impulsar el emprendimiento desde la innovación, impacto y sostenibilidad". Antes tuvo una agencia de publicidad digital, con oficinas propias.

Una tendencia que se asienta en los uppers

Encuentra grandes ventajas en estos enclaves. "Disponer de un espacio abierto te lleva a optimizar tu trabajo y facilita el poder socializar en la medida de lo posible. Es muy cómodo, y la versatilidad de los espacios permite tener tus ratos de concentración y momentos de socialización".

Uno de los puntos fuertes del coworking es que pone en bandeja la posibilidad de hacer contactos. Esto, que en teoría suena maravilloso a la vez que utópico, es más sencillo de lo que parece en la práctica. El intercambio de ideas se produce de forma natural. "Es algo verdaderamente real y surge de manera muy espontánea. Las personas que forman parte del staff del espacio lo incentivan: son auténticos conectores. Se pueden llegar a plantear oportunidades conjuntas", afirma.

Los trabajadores senior no se muestran en general tan dispuestos a interactuar con sus convecinos como los más jóvenes: un 77% lo promueve, frente a un 89% de los segundos, según Global Coworking Survey. En cualquier caso, que tres de cada cuatro uppers. Una prueba más de que la mayoría sabemos adaptarnos a los cambios.