Malas noticias: ¿por qué no debes tomar la cerveza en una jarra congelada?

En plena hora de calor no quieres ni oír hablar de alimentos calientes. Solo te apetece o un vaso de agua bien fría o, si estás por ahí, sentarte en una terraza a la sombra en la que corra algo de aire fresco a tomarte una cerveza bien fría. Y no hablamos de cerveza por hablar, somos unos de los países que más la consumen, solo en 2020, aún con el efecto pandemia y el cierre de la hostelería, se consumieron 3.328 litros de cerveza en España. Sobre todo en esta época te suelen servir la cerveza en una copa o jarra helada, algo que crees que te viene genial, pero ¿y si fuese un error garrafal?

¿Por qué no hacerlo?

No, no es lo más adecuado. ¿Por qué? En primer lugar, cuando se congelan las jarras o las copas se hace en arcones en los que puede que no estén solos, es decir, que haya alimentos congelados, como pescados, que acaben impregnando de olor a nuestra copa y que, al echar la cerveza, no huela ni tenga el sabor que debería tener. No obstante, este no es el único problema de las copas congeladas.

La espuma es la gran afectada, ya que su textura cambia al entrar en contacto con el hielo aferrado al cristal de nuestro vaso. Además, en caso de que hubiese mucho hielo, pueden desprenderse trozos que alteren la textura y el sabor de nuestra preciada cerveza.

Por tanto, ese exceso de frío afecta también al aroma de nuestra cerveza, así como a su apariencia, haciéndola mucho más básica de lo que realmente es y afectando a sus propiedades y a su textura, no precisamente de una forma positiva.

Cada una necesita una temperatura concreta

Pero claro, no todo tipo de cerveza debe tomarse a la misma temperatura, por eso mismo es tal sacrilegio servirlas todas en una jarra o copa congelada, cada cual necesita una temperatura mayor o menor, buscando siempre un equilibrio para que los aromas no queden ocultos, por ejemplo.

Las cervezas lager, por ejemplo, es mejor que se sirvan frías, mientras que las Pale Ale, IPA o las negras, sin embargo, si bien se sirven frescas, no necesitan una temperatura tan baja como las rubias. De esta manera es como se puede lograr percibir todos los matices de la cerveza tanto en el paladar como en nuestras fosas nasales a través de su aroma.

Lo que sí es importante es que se conserven a una temperatura algo más baja de la que debe consumirse, así estará a la temperatura idónea cuando se sirven en el vaso o después de llevarse desde la nevera hasta el lugar donde se va a tomar.