Los vinos gallegos buscan su lugar en el mundo

  • La semana pasada fueron catados 413 vinos de la cosecha de 2020. El sector cree que sus vinos viven un momento dulce y reivindican "gritar a los cuatro vientos" que los blancos gallegos están entre los mejores del mundo.

Cosecha a cosecha, los vinos gallegos van clavando estandartes en el ancho mundo. Ya pasó el tiempo en el que el albariño era el único embajador galaico. La variedad y la calidad no dejan lugar a dudas. Al conocimiento histórico y profundo del terruño, de las variedades de la tierra y del clima se han sumado otros factores que cimentan el éxito vitivinícola gallego: la segmentación especializada del trabajo (la viña, la elaboración en bodega y la comercialización), el trabajo de enólogos y viticultores de prestigio ya consolidados que han catapultado algunos vinos de la tierra; y, por último, la llegada de enólogos y viticultores jóvenes que con cierto atrevimiento controlado han ido buscando la elasticidad de las uvas autóctonas y han explorado sus posibilidades, sacando al mercado nuevos y sorprendentes productos.

Cinco denominaciones de origen

Galicia tiene reconocidas cinco Denominaciones de Origen para sus vinos (D.O). Rías baixas (Pontevendra y A Coruña), que es la extensa con la albariño como reina: el 965 de sus 4.000 hectáreas plantadas. Monterrei con algo más de 500 hectáreas, en cinco municipios de Orense. Sus uvas fetiche son la doña branca, godello, treixadura, Mencía y merenzao. Entre Lugo y Orense está la Ribeira Sacra con 2.500 hectáreas y algunos vinos que están dando grandes alegrías al nombre de Galicia. Ribeiro es la más antigua, en Orense, con 2.800 hectáreas. Y Valdeorras, con 1.200 hectáreas en el noreste de Orense. Además hay cuatro indicaciones geográficas protegidas, con menos volumen de producción: Barbanza e Iria, Betanzos, Val do Miño y Ribeira do Morrazo.

Este es a grandes trazos el mapa vinícola gallego, un dédalo de bodegas, microclimas, vientos y lluvias de interior y de costa, cañones de ríos que bañan las viñas. Arcillas, pizarras, suelos arenosos, granitos, calizas. Cada año, la Agencia Gallega de Calidad Alimentaria celebra el concurso anual de catas de vinos, con la participación de doce especialistas. Este año han emitido su opinión -con diez atributos sobre tres fases: visual, olfativa y gustativa- sobre 413 vinos de 19 bodegas, recogidos, uno a uno, por funcionarios de la Agencia y bodega a bodega. "Las catas son un referente para Galicia y cada sector. En otoño haremos las de quesos y mieles. Nuestra intención es realizar un acto promocional que sirva para dar a conocer nuestros productos de calidad", explica Ricardo Rivas, jefe del área de calidad, quien sostiene "que el haber llegado a la cata numero 33 de vinos nos hace pensar que somos uno de los certámenes de mayor prestigio, los premios Acios, son muy valorados porque también sirven para fomentar la sana competencia entre las bodegas”.

Carácter atlántico

La cosecha 2020, la que ha sido catada, viene potente. Coinciden muchos de los expertos participantes. Es la opinión de María Graña, tecnóloga y especialista en enología de la Estación Experimental de Enología de Ribadumia. "Los vinos que se han presentado a la cata reflejan el carácter atlántico de los vinos gallegos, y las características más genuinas de las variedades y de las diferentes zonas de producción. Los vinos blancos presentan un perfil aromático en los que destacan las notas afrutadas con matices de flor blanca, en boca presentan una buena estructura, armoniosos, en los que la acidez aporta ese carácter fresco y salino que se espera en nuestros vinos. En los vinos tintos predominan los aromas de frutos y bayas del bosque, con notas balsámicas y fragantes, en boca, estructurados, de acidez graduación alcohólica equilibrada y una tanicidad bien lograda. Dentro de la variabilidad de cada añada, se ha podido constatar nuevamente el buen trabajo que se viene realizando desde el viñedo".

Aaron Álvarez, miembros de la Asociación Gallega de Sumilleres (Agasu), coincide y añade que "los vinos gallegos están viviendo un renacer, un momento dulce, empezamos a ser valorados en el extranjero". A su juicio, resulta clave la aportación de enólogos jóvenes que están haciendo cosas diferentes en pequeñas bodegas, con una viticultura más sostenible, arriesgando y buscando la acidez y la frescura.

Para Francisco Javier Rodríguez, gerente del grupo de desarrollo rural Miño-Ulloa, "cada día hay más profesionalidad, se nota en el trabajo con la uva, con la especialización de los procesos". Su grupo trabaja con un programa Leader financiado con fondos europeos y que se centra ahora en ayudar a la comercialización, el márquetin y el posicionamiento del vino, como antes lo hicieron con la producción y la maquinaria. "Si fuéramos capaces de hacer una sola denominación llamada Vino de Galicia sería un paraguas que ayudaría a todos, aunque es una idea que choca con los intereses de cada D.O.", admite.

Tino Pintos, uno de los fundadores de Terra de Asorei, en las Rías Baixas, defiende que su D.O. está viviendo un momento cumbre: "Estamos exportando a tope. El 85% de nuestra producción va fuera, especialmente a EEUU, Japón, Suecia, Rusia, Francia y Alemania".

En las conversaciones surgen los nombres de algunos enólogos y productores de referencia, clave de bóveda de la calidad de estos vinos: Eulogio Pomares, Raúl Pérez, José Luis Mateo, Iria Otero, Bernardo Estévez o Marcial Dorado, entre otros. "Todos están haciendo cosas chulas, pero sobre todo bien hechas", agrega Aaarón Álvarez.

El debate en torno al vino gallego también gira sobre las asignaturas pendientes del sector. Tino Pintos es contundente a este respecto: "Nuestra asignatura pendiente es creernos que tenemos con el albariño uno de los mejores vinos blancos del mundo. Y gritarlo a los cuatro vientos. Nos falta ese punto de orgullo. Incluso los franceses han incluido la uva albariño en su D.O. de Burdeos como mejorante de sus vinos blancos".

Dos milenios de historia

El vino gallego lleva 2.000 años de producción ininterrumpida, lo que es casi una excepción en las regiones vitivinícolas. Hubo momentos oscuros como en toda Europa a mitad del XIX. El vino gallego se vio arrastrado por variedades foráneas que sustituyeron a las autóctonas para dar sustento a la población rural. A partir de los 70 se empezó a apostar por las variedades tradicionales gallegas y aunque fue una apuesta arriesgada hoy hay más de 60 variedades autóctonas y únicas en el mundo.

"En la década de los 90 entra la viticultura moderna y todo cambia y empezamos a destacar en los mercados internacionales, con un identidad propia, una historia por contar", explica Álex Paadin autor, junto a su padre Luis, referente reconocido en este mundo, autor de la Guía de vinos de Galicia. Para Paadin uno de los asuntos a resolver en el futuro tiene que ver con el minifundismo. "Aunque ha servido para preservar el paisaje y la variedad, muchos viticultores no pueden rentabilizar su esfuerzo. Y aunque hay una mentalidad colectiva del vino gallego nunca se ha vendido conjuntamente. Falta esa visión global para venderlo como un bloque aún manteniendo sus elementos diferenciales".