Se cumplen 40 años de la victoria de Felipe que unió un país: "Ahora tenemos sobredosis de jefes y déficit de líderes"

  • El 28 de octubre de 1982, el PSOE liderado por un joven Felipe González consiguió una victoria electoral histórica, con el 48% de los sufragios y 202 diputados: 26 escaños por encima de la mayoría absoluta

  • Ignacio Varela, analista y consultor político, autor de 'Por el cambio': "Los partidos no deben inspirar ilusión, sino confianza"

  • "La principal diferencia entre el modelo de liderazgo de Felipe González y el actual es la misma: aquellos que entienden el poder al servicio de un proyecto colectivo y los que ven el poder como un proyecto en sí mismo"

Era inimaginable. Con una democracia tan reciente y frágil era imposible pensar que un partido de izquierdas, prohibido entre 1939 y 1975, sumara más de 10 millones de votos. Pero ocurrió. Fue el 28 de octubre de 1982. El PSOE liderado por un joven Felipe González consiguió una victoria electoral histórica, la mayor hasta la fecha, con el 48% de los sufragios y 202 diputados. 26 escaños por encima de la mayoría absoluta permitían gobernar sin sobresaltos parlamentarios, aunque fuera del Congreso hubiera terrorismo, crisis económica y ruido de sables.

Se cumplen 40 años de ese hecho histórico y es momento de analizar, valorar y quizá diseñar un nuevo mapa de lo que fueron esos días y de las consecuencias que han tenido para los nuestros. Sobre esa premisa surge 'Por el cambio' (Deusto), libro escrito por Ignacio Varela, analista, consultor político y 'sombra' de Felipe González en muchos de aquellos años.

El libro tiene como subtítulo 'Cómo Felipe González refundó el PSOE y lo llevó al poder'. ¿En ese cambio, cuánto contó la sociedad española?

La sociedad fue el motor de todo, tanto en lo que se refiere al cambio del Partido Socialista como a la Transición misma. Ella fue quien señaló el objetivo, que era recuperar la libertad y dar el salto a la modernidad; y a la vez fijó tajantemente los límites: no aceptaría nada que abriera de nuevo el peligro de una confrontación entre los españoles. Lo primero generaba esperanza; lo segundo, miedo. Esa dualidad de sentimientos marcó a fuego toda la década. El mérito de Felipe González fue interpretar antes y mejor que nadie ese mensaje y llevarlo a su práctica política. De hecho, él gobernó el Partido alianza previa con la sociedad, obligando a su partido a ir a donde por su propio impulso no habría querido ni sabido ir. A mi juicio, la cualidad más sobresaliente de González como líder, además de su longitud de visión, fue su extraordinaria permeabilidad para captar el pulso social.

Felipe González fue muy crítico y hasta agresivo con la dirección antigua del PSOE. Hoy, esa actitud arrogante puede asustar al aparato de los partidos. ¿Cómo consiguió sumar apoyos?

Los jóvenes que conquistaron el poder del PSOE enquistado en el exilio y lo devolvieron a la realidad española tenían que actuar expeditivamente y sin demora. Había un sentimiento de urgencia histórica: se sentía ya muy próximo el final de la dictadura y si el Partido Socialista no comparecía en ese momento, alguien ocuparía el espacio del socialismo, pero no sería el PSOE.

¿Qué diferencia hay entre el joven líder de entonces y los líderes jóvenes de ahora?

La principal diferencia entre el modelo de liderazgo que representó Felipe González (no sólo él) y los que vemos actualmente es la que siempre ha existido entre aquellos que entienden el poder al servicio de un proyecto colectivo y los que ven el poder como un proyecto en sí mismo. Hay liderazgos, jefaturas y caudillajes. En la España actual tenemos una sobredosis de jefes (algunos con prentensiones de caudillaje) y un déficit de verdaderos liderazgos.  

¿Cuál es el recuerdo que más le ha impactado de sus años en Moncloa, en el gabinete de la Presidencia?

Todos los que vivieron aquellos “años de plomo” responderán lo mismo: el impacto brutal del terrorismo. Es imposible estar en el poder con varios muertos cada semana y no sentirte en parte responsable de ello. La sacudida emocional de cada atentado era emocionalmente incomparable a cualquier otra cosa.

En política, ¿los años suman o restan?

Depende de la capacidad de maduración y de aprendizaje de cada persona. Hay políticos muy jóvenes que demuestran una gran madurez y políticos veteranos que siguen razonando y comportándose como adolescentes, y prefiero no dar nombres. En el caso de Felipe González, siempre fue una persona más madura que lo que indicaba su edad.

¿Qué convirtió en especiales a los políticos de la Transición?

Un rasgo de la época fue que se produjo una elipsis generacional. Amortizamos una generación entera, la de mis padres: eran demasiado jóvenes cuando estalló la Guerra Civil y, cuando llegó la democracia, ya era tarde para que se hicieran cargo del país. Ello nos condujo a muchos a asumir responsabilidades totalmente inadecuadas para nuestra edad. Yo ingresé por primera vez en un partido político con 17 años, y Felipe González fue secretario general del PSOE con 32. 

La frase más personalmente emocional de mi libro es la que constata que, el 15 de junio de 1977, yo tenía 23 años y voté por primera vez en mi vida. Mi padre tenía 60 y también votó por primera vez en su vida. Es muy fuerte, pero en ese ejemplo se condensa el drama de una generación.

Cuando hay un líder claro como fue el caso de Felipe González, encontrar recambio es difícil. ¿Cómo vivió González ese momento? ¿Cómo se enfrenta un líder a su sucesión?

Hace unos meses grabé una larga conversación con él para un podcast y reconoció que ese fue uno de sus fracasos: no preparar adecuadamente su recambio y el tránsito hacia otro liderazgo que, necesariamente debía ser diferente al que él ejerció. Por otra parte, es algo muy común en los líderes que alcanzan una gran dimensión histórica.

Felipe González consiguió que unas siglas políticas ilusionaran a los ciudadanos durante más de una década. Hoy vivimos el descrédito de la política. ¿Qué tendrían que hacer los partidos para hacernos recuperar la ilusión?

Sería suficiente si nos hicieran recuperar la confianza en la capacidad de la política democrática para dar respuesta a los problemas de nuestro tiempo. La democracia no se legitima únicamente por su superioridad moral; además, ha de demostrar que es el sistema más eficiente. Eso ocurrió en el último tercio del siglo XX y por ello la democracia derrotó a los totalitarismos en casi todo el mundo. Hoy, demasiada gente se despega de la democracia representativa (que es una redundancia) y cae en las fantasías plebiscitarias del populismo, o en los cantos de sirena de los caudillajes autoritarios, porque no encuentran en la democracia una respuesta para sus vidas. No se trata de crear ilusión, sino de infundir confianza. En realidad, todo en política -al menos en política democrática- es una cuestión de confianza.

Si pudiera hacer la carta de los Reyes Magos para crear al líder perfecto que España necesita hoy, ¿qué pediría?

No existe el líder perfecto. Dicho eso, hoy en España me conformaría con pedir que el liderazgo político recupere algo del contenido que da sentido al concepto. No veo en el panorama un líder que merezca ese nombre. Esa es la consecuencia de casi dos décadas de darwinismo invertido en la política española, que ha padecido un proceso sostenido -y dramático- de selección regresiva de la especie, a la que, por cierto, no es completamente ajena la sociedad española. No existe un solo incentivo, ni económico ni de prestigio social ni de gratificación moral, para que un joven valioso se dedique a la política. La consecuencia es que en ella solo quedan quienes no serían competitivos en cualquier otra actividad. Junto al degradación institucional, el cáncer que corroe la política española es la degradación de la materia prima esencial: el factor humano.