¿Ganas de renovar el nido? Las cuatro claves de cómo no hacer una reforma

  • La llegada de septiembre nos impulsa a hacer cambios, a veces en nuestra propia casa: ¿qué debemos plantearnos antes de hacer una reforma?

  • Dependiendo del alcance de la obra, entran más variables en juego: ¿hay que pedir permisos a la comunidad de propietarios o al ayuntamiento? ¿Cómo gestionamos los escombros? ¿Conocemos a buenos profesionales?

  • Las decisiones impulsivas y las reformas se llevan mal: contratar a un interiorista con un equipo de obra o a una empresa especializada en reformas nos va a ahorrar muchos dolores de cabeza

Suele ocurrir. Venimos de vacaciones con ganas de mantener la armonía y en lo primero que nos fijamos es en nuestra propia casa. ¿Qué añadir, quitar o cambiar? De ahí a hacer una reforma, hay pocos pasos. Y de ahí a pensar que podemos hacerlo casi todo nosotros mismos (resultado de un presupuesto vacacional desbordado), todavía menos.

Si esa es la idea, pensemos un poco porque estamos a punto de marcarnos un 'cómo no hacer una reforma'. Por si no está claro de lo que hablamos, estas son las razones que lo explican.

1. Hacer lo que no se ve

Los gemelos Scott y un buen número de series que van de decoración solo muestran lo que se ve. Pero detrás de una reforma hay mucho 'trabajo sucio'. Seguramento no lo imaginas, pero, especialmente los trabajos de obra mayor (implican un cambio de estructura, altura o volumen), es necesario pedir permisos al ayuntamiento y a la comunidad de vecinos; a veces, incluso, el permiso explícito a través de una junta de propietarios. Además, hay otros temas no menores, como contratar el contenedor para los escombros, y, lo más importante, dar y contratar con los proveedores adecuados, de la fontanería a la pintura.

Todo esto requiere una energía y un conocimiento del que seguramente no dispones; de ahí, el segundo punto.

2. Admitir que no sabemos nada

Es más difícil de lo que parece admitir eso de 'Solo sé que no sé nada'. En materia de reformas e interiorismo, es un hecho. Cualquier pregunta aparentemente sencilla es un enigma para nosotros. ¿Qué tubería es mejor sin arruinarse? ¿Enchufes... Había que poner enchufes? ¿Estos 54 modelos de parquet no son el mismo? Todas estas preguntas se nos plantean porque, debemos admitirlo, no sabemos nada de arquitectura y decoración porque una cosa es creer que tenemos buen gusto y otra lanzarse a la faena. El riesgo de comprar o contratar sin saber es que podemos cometer errores que salgan muy caros. Pensemos siempre en el sobrecoste que puede acarrear equivocarnos.

3. No contar con los imprevistos

En el papel todo es perfecto; en la realidad, hay variables, imprevistos que van a afectar a la marcha de la reforma. Hay que contar con ellos para no caer en depresión. Entre los imprevistos más habituales (tanto que ya deberían estar previstos), elegir el modelo de algo que justo acaba de dejar de fabricarse, que haga mal tiempo (imposible hacer un solado exterior con lluvia, por ejemplo), que se retrase la entrega de un material o que uno de los proveedores tenga que repartir su tiempo con otros trabajos urgentes o interrumpir la obra. Es decir, paciencia. Se sabe cuándo empiezan las reforman, nunca cuándo acaban.

4. Tener de modelo las redes sociales

Las redes sociales son inspiradoras, pero no siempre están en la media de la realidad. Una gran casa, con una arquitectura singular, con piezas de arte, con un equipo de arquitectos e interioristas detrás, siempre será bonita. Pero los 'mimbres' de las casas habituales son distintos, aunque también pueda sacarse partido de su potencial.

Muchas de esas casas de ensueño, además, no muestran la parte funcional de cualquier hogar: ¿dónde se tiende? ¿Hay sitio para evitar la lluvia? ¿Qué espacio hay de despensa? ¿Dónde está la basura? ¿Se recicla? ¿Dónde guardar los útiles de limpieza? Todas esas preguntas están el corazón de cualquier vivienda, aunque no sea lo más fotogénico de las redes. A veces, por ganar espacio se cometen atentados contra la convivencia. Es el caso de Pepa, una mujer divorciada que convivía con su hijo y que decidió eliminar el segundo baño para agrandar su salón. El resultado es que su hijo, recién cumplidos los 18, tiene que usar el baño del dormitorio principal.

Las decisiones impulsivas y las reformas se llevan mal. Y el daño colateral, además de un mala relación con nuestra propia casa, también puede ser económico. Reformar mal cuesta dinero. Por todo ello, debemos evaluar qué estamos pensando hacer y qué o a quiénes necesitamos para hacerlo. Si excede una simple pintura, contratar a un interiorista con un equipo de obra o a una empresa especializada en reformas nos va a ahorrar muchos dolores de cabeza.