60 años del boom del gotelé: el motivo por el que esta (odiada) técnica inundó España

  • El gotelé no es precisamente querido en nuestro país a pesar de ser uno de los grandes símbolos de los hogares españoles del siglo XX

  • Si alguien alguna vez se ha preguntado por qué llegó a nuestros hogares, las prisas tuvieron mucho que ver en ello

  • Aunque aún hay nostálgicos que lo mantienen en sus hogares, las paredes lisas son las que reinan ahora

Unos lo odian, a otros ni les disgusta, y otro tanto convive con él a pesar que de su gusto no es. No hablamos de otra cosa que no sea el gotelé, un efecto en la pared que en el siglo pasado se reconocía como elemento decorativo, igual que aquellos papeles pintados con formas psicodélicas, del que hoy muchos se arrepienten o cuando quieren comprarse una casa una de las primeras cosas en la que se fijan es las paredes, que estén totalmente lisas. Por mucho que la mayoría no lo quiera ver ni en pintura, el gotelé no deja de ser un elemento propio de nuestro país al que, para qué engañarnos, le tenemos hasta cierto cariño.

Las paredes rugosas ya no son tan frecuentes como hace años, pero todos recordamos y sabemos qué es el gotelé y, vayamos a donde vayamos, esas paredes no se encuentran en otro lugar. Lo cierto es que el gotelé tiene su historia, un nombre que viene del francés, de goutte o gouttelette, gota en el idioma de nuestros vecinos fronterizos. Y para saber de donde viene tenemos que irnos hasta los años 60, cuando surgió un poco de rebote, por una casualidad que hoy muchos lamentan.

Todo para tapar desperfectos

En esa década comenzó una especie de éxodo desde las zonas rurales hacia las grandes ciudades, al contrario de lo generado en la pandemia, lo que provocó un gran crecimiento del mercado inmobiliario en las urbes. El Plan de Estabilización franquista de finales de los 50 hizo que las ciudades comenzasen a crecer rápidamente, tan rápido como se levantaban los edificios.

Sí, mucha rapidez, la culpable de que muchos hayan convivido décadas con el gotelé. Esa celeridad, al final, hizo que hubiesen algunos desperfectos o desniveles en las paredes y para cubrirlos alguien tuvo la brillante idea de taparlos con el gotelé, que no solo cubría, también servía de elemento decorativo para las paredes. Una técnica de pintura al temple que dejaba un acabado en grano que hacía pasar desapercibidos parte de los desperfectos surgidos por la premura con la que se levantaban los edificios.

Primero el gotelé se hacía con una escobilla o una máquina manual, pero ya después los años pasaban y llegó la pistola compresora, gracias a la cual el tipo de gotelé podía elegirse para hacerlo más pequeño, grande o con una rugosidad más delicada o gruesa. Aquel boom nos hizo a muchos convivir con un diseño al que tenemos cariño, pero que seguramente has quitado de tu casa.

Quitarlo, un gasto para el bolsillo

Pese a que siempre están los nostálgicos que prefieren dejarlo, otros aprovechan meterse en reformas para dejar sus paredes lisas y que no quede rastro de una moda que se introdujo en la mayoría de familias en los 60, y todo por culpa de las prisas. Claro, es que al final el gotelé limita la decoración, pues si quieres darle un toque diferente a una de las paredes del salón con papel pintado, es imposible hacerlo por culpa de la rugosidad.

Y claro, quitarlo no es especialmente barato porque después tocaría alisar las paredes y pintarlas, aunque todo depende también del tamaño de la gota, que eliminarlo fácil no es. Por eso en una casa de unos 80 metros cuadrados la broma de quitar el gotelé puede salir por unos 2.500 euros, todo depende del presupuesto que te den claro, pero para hacernos una idea.

Pero como lo vintage siempre vuelve, quién sabe, quizá en unos años estamos todos deseando tener una pared de gotelé y nos maldecimos por haberlo quitado. Hasta en Instagram muchos se sacan fotos en esas paredes para dar rienda suelta a su postureo. Eso sí, de lo que no cabe duda es que el gotelé siempre será parte de la historia de los hogares españoles.