Parece que se empiezan a abrir las terrazas. Esos espacios conectores, donde se desparraman confesiones, se hacen planes, se rememoran viejas aventuras o se llevan a cabo distendidas reuniones para comenzar nuevos proyectos. También era ese lugar donde nos abrazábamos, nos chocábamos las manos o brindábamos para celebrar la vida.
Como todo, las terrazas también cambiarán, porque ahora para celebrar la vida, primero tendremos que preservarla. Y quizás los abrazos, los choques de manos o los brindis también tengan que reinventarse.
Al menos hasta que el dios-vacuna nos traiga una pócima con la que combatir el virus. Hasta entonces, disfrutemos de la "nueva cañalidad".