Sí, existen matrimonios felices: los ingredientes que todos ellos comparten

  • Gratitud, compromiso e intimidad son algunos de los ingredientes para formar la pareja perfecta. Al menos, son los que les han funcionado a Antonio y Encarnita, 40 años juntos y enamorados

La cocina de Antonio Martínez huele a la Semana Santa andaluza, a chistorra y a torrijas que elabora para sus amigos siguiendo la receta que su "amada esposa", Encarnita Iglesias, le dicta a casi 5.000 kilómetros.

Es la distancia que separa Gabón de Madrid. Este sevillano, de 67 años, reside y trabaja en Libreville, la capital de este país situado en la costa de África central, desde hace 22 años y desde entonces encuentra siempre el modo de volver con su familia al menos una vez al mes. También Encarnita, una mujer jovial de ojos muy hermosos, se escapa cada vez que puede y pasa con él grandes temporadas.

'Uppers' ha tenido la fortuna de dar con este matrimonio en uno de esos cruces celebrando la victoria de la selección española de baloncesto junto a miles de aficionados en la madrileña plaza de Colón. Ellos son nuestros héroes. Ni Gasol ni Llull ni Scariolo. Entre bromas y arrumacos, Encarnita y Antonio proyectan un amor inusitado de más de cuatro décadas que ha resistido todos los envites que les ha puesto la vida. "La clave es el respeto mutuo y sabiduría para manejar las circunstancias", responden casi al unísono cuando les preguntamos por el secreto de la felicidad en la pareja.

Personalidades complementarias

Su historia de amor arranca en 1977 en Argel, cuando ambos trabajaban para Dragados levantando las infraestructuras de esta ciudad, una de las más populosas, y también hostiles, del Magreb. "En un ambiente casi exclusivamente masculino, no era agradable batallar cada día con aduladores sin más interés que pavonearse de sus conquistas. Y entre tanto patán, descubrí en Antonio una elegancia diferente, muy discreta, y modales impecables", confiesa entre risas Encarnita. A él le asombró su personalidad desconcertante, su exquisita educación francesa y que pudiera hablar tantos idiomas. Y entonces se dieron permiso para cortejarse. Pero muy poco a poco. "Íbamos a bailar a una discoteca de Melilla y la invitaba los fines de semana a comer marisco, aunque tuviésemos que atravesar cuatro fronteras", relata el marido.

La probabilidad de encontrar a nuestra media naranja es menor que la de que nos toque la Primitiva

¿Hubo amor a primera vista? "Eso es el impulso sexual simplemente y nada tiene que ver con el sentimiento", dice Encarnita. Es algo que, según los resultados de una investigación en la Universidad de Groninga, en Países Bajos, vive una de cada tres personas al menos una vez en la vida y le ocurre con más frecuencia al hombre, sobre todo si quien tiene enfrente es una persona atractiva. Pero estos amores neuróticos que arrancan de la fuerza de atracción de dos cuerpos se evaporan con la misma rapidez que el cerebro deja de liberar esas sustancias químicas que han permitido la pasión, llámense testosterona, estrógenos o dopamina.

Valorar a la pareja, primera condición

Difícil tesitura esta de tratar de descifrar la clave del amor duradero, incluso contra todo pronóstico, cuando ni siquiera la ciencia ha conseguido explicar el misterio de por qué nos enamoramos de una persona y no de otra. Mariló López, profesora de Matemáticas de la Universidad Politécnica de Madrid, tira de estadística y dice que la probabilidad de encontrar la mal llamada media naranja a lo largo de la vida es muchísimo menor que la de que nos toque una Primitiva. Si nos ceñimos a su teoría, es difícil creer que el destino nos tiene preparado un amor en exclusiva.

Aun así, el amor acontece masivamente cada día y en cualquier lugar del planeta. Al relatar su historia, nuestra pareja protagonista va dando algunas pistas. La primera, la gratitud. Llegó un momento en que, después de varios destinos, Antonio recaló en Gabón. Ya con dos hijos y un hogar en Madrid, decidieron que el campamento base familiar quedaría instalado en la capital española. "Nuestra vida ha sido un continuo trasiego, pero amar es saber cuándo tienes que ceder el paso para que todo funcione. Es inteligencia, esfuerzo, sentido común y gratitud", alega Encarnita.

La gratitud

Y no va mal encaminada. La gratitud es, según una investigación publicada en 'Personal Relationships' por la Universidad de Georgia (Estados Unidos), el indicador más consistente de un matrimonio feliz. "Sentirse apreciado y valorado por el cónyuge influye en la percepción de la relación conyugal, lo interesados que nos mostramos y la certeza de que la pareja va a durar", explica el analista Ted G. Futris, coautor de este trabajo.

Esta cualidad podría, además, tener un efecto protector en los momentos de mayores turbulencias maritales. En el matrimonio de Encarnita y Antonio, decidieron que él trabajaría y ella se encargaría de las finanzas. "Y creo que no lo hemos hecho nada mal. Yo soy de las que me dejan un gallo y una gallina y a la vuelta te encuentras con un gallinero, un montón de polluelos y muchos huevos", cuenta ella con humor.

Compromiso, intimidad y pasión

Y mientras ellos se muestran mutuamente agradecidos, nosotros seguimos dándole vueltas a esto del amor una vez que el fuego químico se aplaca y más allá de esa locura transitoria o del destino biológico de procrear. No deja de ser un misterio. Evolutivamente, el matrimonio no está diseñado para que dure eternamente. La estadística dice que las parejas de hoy duran una media de 15 años, pero los datos que arroja la ciencia son aún más pesimistas.

La antropóloga Helen Fisher encuentra que, en cualquier cultura o tribu, el patrón es siempre el mismo: una etapa inicial de enamoramiento en la que predomina el contacto sexual; otra de cariño y crianza de los hijos; y una última más anodina, que termina con la separación. En este ciclo, la pasión y las sensaciones más intensas que identificamos con amor no durarían más de tres o cuatro años, según Fisher.

Superar juntos la barrera de los 50 es la prueba de fuego de cualquier matrimonio

El psicólogo Robert Sternberg, profesor de la Universidad de Yale, expone en su teoría triangular del amor tres elementos imprescindibles para lograr el amor consumado: el compromiso, la intimidad y la pasión. Antonio Bolinches, psicólogo y autor de 'Sexo sabio', dice que quienes han tenido la capacidad de superar juntos la cincuentena merecen felicitarse mutuamente por haber sabido conciliar las discrepancias que toda convivencia genera, incluidas las sexuales. "Es una de las sensaciones más satisfactorias que puede experimentar el ser humano". Aporta, además, una máxima de Publio Terencio: "Cuando no se puede lo que se quiere, hay que querer lo que se puede".

¿Qué hacemos con la costumbre?

Tanto Encarnita como Antonio están de acuerdo en que el esfuerzo es una exigencia ineludible para quien quiere mantener una relación en equilibrio. Es tan simple como que, si un cuerpo deja de recibir calor, se enfría. Han combatido también ese monstruo que, decía Honoré de Balzac, todo lo devora: la costumbre.

En este punto, añaden un ingrediente: la incertidumbre. "Es necesaria para mantener viva la pasión". ¿Quién tiene todas las certezas? ¿Quién las desea? "El amor cura las faltas", escribe Mariola Orellana en su Instagram junto a una imagen en la que le acompañan sus hijas y su marido Antonio Carmona con el que forma un matrimonio de 26 años, con crisis de por medio.

El mito de la bella y la bestia

En esto de los secretos de los matrimonios duraderos hay tantas teorías como científicos curiosos. James McNulty, investigador de la Universidad de Tennessee (EEUU) y experto en relaciones maritales, se detiene en el enigma de la bella y la bestia; es decir, en por qué cuando las parejas son dispares físicamente duran más y mejor que la media.

¿Por qué el matrimonio de la sensual Sophia Loren y Carlo Ponti, 20 años mayor y menos agraciado, duró más de medio siglo? Su conclusión es que los varones menos atractivos que sus esposas tienen la sensación de haber superado sus expectativas en la elección de pareja y por eso trabajan duro por mantener la relación. Por otra parte, ¿alguien imagina lo caótico y aburrido que podría ser convivir con una versión de sí mismo?

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