A los 50 todo el mundo tiene un pasado: los detalles que conviene contar en una primera cita y los que no

  • Una relación se construye desde la autenticidad, pero debemos ser prudentes. Los ex, por ejemplo, quedan fuera

  • Pensémoslo bien, ¿cuántos primeros encuentros habrá hasta conseguir que se encienda la mecha?, ¿vamos a dar siempre la misma murga?

En una primera cita después de una separación no existen normas. Ni en el vestir, ni en quién paga la cuenta, ni en el tiempo prudente para dar el primer beso. Lo más que se atreven a decir los terapeutas de pareja es que hay cosas que funcionan y otras no. Y si algo funciona, sin lugar a duda, es la sinceridad. ¿Significa esto desembuchar todo nuestro pasado? Ni mucho menos.

La verdad ante un desconocido siempre exige el matiz de la prudencia. Pasados los 50, llegamos con una mochila de experiencias, sentimientos, ideas, opiniones, hábitos y necesidades que no siempre serán del agrado de los demás. O aficiones y costumbres que, de sobra lo sabemos, pueden resultar extrañas. ¿Qué necesidad hay de sacarlo, menos aún en una primera cita? Antes habrá que crear un clima de confianza y de comunicación honesta y respetuosa. Sobre todo, tendremos que saber si esa persona a la que empezamos a conocer encaja o no en nuestra vida.

Sam Yagan, ex directivo de varias aplicaciones virtuales de búsqueda de pareja y, por tanto, un auténtico sabio en este tipo de cortejo, ni siquiera se plantea cuánto pasado se puede contar. De acuerdo con sus logaritmos amorosos, la posibilidad de que exista compatibilidad se sintetiza en tres cuestiones: el gusto por las películas de terror, los viajes exóticos y la decisión de vivir en un barco. Son cosas que pueden agradar o desagradar, pero lo importante es que ambos coincidan y el resto poco importa.

En el extremo opuesto está Mandy Len Catron, escritora y profesora de la Universidad British Columbia (Canadá), que propone, sin embargo, que la vulnerabilidad, aunque sea aterradora, es la clave para convertir a una persona en tu alma gemela: "Compartir sueños, miedos y esas partes de nosotros mismos que normalmente protegemos es positivo. Exponerse y hacer que alguien lo haga del mismo modo es una forma de sentirse verdaderamente comprendido, amado y aceptado. Es como mostrar tu vientre", dice. Pero, aun estando de acuerdo con Len Catron, convendría no bajar la guardia. Hay personas, con rasgos claramente narcisistas, expertas en avasallar con las preguntas y en sonsacar información que jamás habrías revelado, para luego utilizarla a su favor.

Entre una postura y otra, existe un nivel de intimidad que no deberíamos dejar cruzar jamás. No es una cuestión de honestidad, amor o sinceridad, sino de aprecio por uno mismo. El respeto de quien está dispuesto a querernos debería empezar por acatar esa privacidad sin necesidad de levantar sospechas. Y si no es así, tendríamos que interpretarlo como un signo claro de posesión, invasión o intento de manipulación. Marianne Dainton, investigadora de la Universidad de Filadelfia, ha llegado a la conclusión de que la sinceridad llevada al extremo es una gran fuente de infelicidad. La sinceridad, dice, no tiene que ser sincericidio. Esto significa que, por ejemplo, los ex no estarán presentes en la primera cita, como tampoco estarán nuestra vida sexual anterior, fantasías eróticas o nuestro historial de infidelidades, intimidades familiares o complejos físicos. Son cosas que, sin el contexto adecuado, pueden terminar en desastre o abocar esa incipiente relación a una dependencia tóxica.

Cómo guardar las lindes entre la verdad y espacio personal

Según la aplicación de búsqueda de pareja Ourtime, la generación de baby boomers. "Por eso, nos jugamos más y no queremos tirar por la borda el inicio de una relación. El miedo a estropearla es algo que tenemos en común", explica Aurelio Conde, el love coach de esta web en España.

Aunque no puede darnos una fórmula mágica para capear con nuestro pasado de manera que sobrevivamos con éxito a la primera cita, Conde ofrece algunas pistas a tener en cuenta:

Elección del sitio. Un lugar tranquilo que nos deje mantener una conversación relajada y sin alzar la voz. Hablando, pero sin acaparar. Preguntando, pero sin avasallar. No puede convertirse ni en un monólogo, ni en un interrogatorio.

Puntualidad. Cuando uno llega nervioso tiene más probabilidad de perder los papeles y excusarse poniendo por delante aspectos personales que aún no conviene sacar a relucir.

Optimismo. A todos nos gusta la gente con actitud positiva y con capacidad de ver el vaso medio lleno independientemente de sus circunstancias.

Cuida el lenguaje corporal. No vaya a ser que lo que no suelte tu boca lo delate tu nerviosismo. El lenguaje corporal debe ser coherente con la conversación. El mejor consejo es la autenticidad. Ser espontáneo ayuda a estar relajado y a no tener que fingir la persona que uno no es. Es tan fácil como hablar abiertamente de nuestros gustos e intereses o qué nos hace felices, en lugar de sacar temas escabrosos.

Los ex no tienen derecho de admisión. No debemos comentar nuestras relaciones pasadas, ni hablar mal de ellos, ni mencionar problemas con nuestros hijos.

El dinero tampoco se toca. Rompería toda la magia confesarle, por ejemplo, un episodio en el que tu cabeza te llevó a la quiebra.

Mantener el misterio. Mostrarse algo enigmático forma parte del entusiasmo en una primera cita y supone un doble desafío para la otra persona porque, si tiene interés, querrá descubrir más. No está reñido con la transparencia, simplemente ayuda a mantener la curiosidad y un punto de incertidumbre muy saludable.

Prudencia. La mejor estrategia para ser comedido con tus palabras es escuchar, no solo hablar. Además, así podremos saber si es la persona que estamos buscando.

La seducción es diversión. Olvídate de tu pasado y coquetea. A eso viniste, ¿no? Estás en una cita y hay que divertirse. No es un confesor, ni un terapeuta ni un paño de lágrimas. Llegaste aquí para ligar.

Acorta la cita. Una hora es más que suficiente para quedar aterrado o fascinado. Si es esto último, siempre es preferible quedarnos con ganas de saber más uno del otro.