Vuelven los viajes de trabajo o el respiro de estar sin pareja un par de días: ¿placer no reconocido?

  • "Nos cuesta reconocer que nos gustan porque parece que somos una mala pareja si no queremos estar juntos las 24 horas del día, siete días a la semana" (Lara Ferreiro, psicóloga).

  • Si la pareja es madura, no hay celosos patológicos o dependientes emocionales, los viajes de trabajo pueden ser un aliciente porque permiten echarse de menos y, al tiempo, recuperar espacios propios.

  • "Cuando viajo, estoy deseando volver a casa, pero esas 48 horas me dan la vida" (Marcos, 53)

Pocas personas lo admitirían en público, aunque en el ámbito privado es habitual que se reconozca sin ambages. Nos referimos a los viajes de trabajo, ese paréntesis de la rutina familiar y de la vida de pareja que se incluye en el turismo de negocios, una actividad que en España atrajo en 2019 a más de cinco millones de viajeros, según datos del Ministerio de Industria, Comercio y Turismo.

En 2020, las cifras se redujeron a poco más de un millón, pero las vacunas han hecho que el sector empiece a recuperarse. Los viajes profesionales han vuelto y el placer no reconocido, también. Tanto para el que viaja como para el que se queda en casa. "Nos cuesta reconocer que viajar, estar unos días fuera de casa, es un placer porque parece que somos una mala pareja si no queremos estar 24 horas al día, siete días a la semana, viviendo juntos. Estos viajes son un paréntesis súper agradable. De hecho, mucha gente en consulta me ha dicho que quería que volvieran los viajes de trabajo", asegura Lara Ferreiro, psicóloga, sexóloga y terapeuta de pareja.

Hay muchas razones que convierten este tipo de viajes en una experiencia recomendable: "son un respiro, algo completamente deseable porque cumplen distintos objetivos: puedes echar de menos a tu pareja y también tienes tiempo privado, individual, para ti. Tampoco tienes que estar pendiente de la relación y disminuyen los conflictos", explica la terapeuta. "Algunos, incluso, recuperan la parte erótica porque piensan que al estar fuera, su pareja quizá conoce a otras personas. Tienen un efecto afrodisiaco", añade esta experta.

Los viajes de trabajo sí pueden resultar perjudiciales en dependientes emocionales o celosos patológicos. "En esos casos pueden desencadenarse muchos miedos. Pero, al final, si es una pareja madura y confía el uno en el otro, esta breve separación es buena porque ayuda a echarse de menos, pero también a recuperar espacios. Son un aliciente para la vida en común", asegura Ferreiro. Así, al menos, ha ocurrido en dos de los tres casos que hemos encontrado.

"Por primera vez, feliz de dormir sola" (Lola, 56 años)

La pandemia ha cambiado los usos y costumbres de Lola, una profesora de literatura de 56 años, y Pablo, periodista y de la misma edad que su mujer. Aunque los viajes de trabajo no forman parte de la rutina habitual de esta pareja, las veces que Pablo había tenido que ausentarse siempre habían sido el aliciente del que habla la psicóloga Lara Ferreiro. "Los viajes de Pablo siempre han sido cortos. Y a mí siempre se me hacían largos. Estaba deseando que volviera. Llevamos más de 25 años casados y la convivencia pesa. Por eso, siempre me ha extrañado que le echara tanto de menos cuando se iba. Hasta ahora".

El 'ahora' al que se refiere Lola es un viaje relámpago de Pablo hace apenas una semana. "Por primera vez, estaba deseando que se fuera. Sabía que serían dos días de no tener que negociar nada ni dar explicaciones… De estar sola en la cama… Y por primera vez en todos estos años, he sido feliz durmiendo sola", explica esta docente que, sin embargo, no quiere que nada cambie en su vida: "he estado muy a gusto unos días sin marido, pero la vida diaria, con mi hijo, con padres dependientes… se lleva mejor entre dos. Y, además, no me imagino la vida sin él".

"Descubrí que sola con mis dos hijas vivía mucho mejor" (Joana, 50 años)

En el caso de Joana, los viajes de trabajo le cambiaron la vida antes de la pandemia. Joana es organizadora de eventos. Nació en Valencia, pero ha hecho toda su vida profesional en Madrid. La sentimental, también. Se casó con Nacho hace 20 años y tienen dos hijas. Experta en marketing, hace unos años decidió compatibilizar su trabajo con la organización de eventos y encuentros dirigidos al desarrollo personal. Fue una pionera del networking y del emprendimiento social. Y algo hizo click. "Conociendo a otras personas que querían cambiar y mejorar, también empecé a plantearme algunas cosas, aunque, la verdad, no sé si yo ya había empezado a cambiar antes o si conocer a otras personas me hizo cuestionarme mi vida", afirma.

Con su marido, Joana había alcanzado esa velocidad de crucero en la que todo fluye. Pero un viaje a China lo cambió todo. "Pablo trabaja en una empresa de logística y hace un par de años tuvo que pasar casi un mes cerca de Pekín. Antes de que se fuera, estaba horrorizada. Yo no podía ir, mis hijas tampoco podían dejar el colegio un mes en pleno curso. Pensaba que la rutina del día a día iba a poder conmigo, pero…".

Lo que Joana descubrió le sorprendió enormemente. "Me di cuenta de que sola con mis hijas vivía mucho mejor. Tranquila, feliz, contenta de organizar nuestro tiempo. Cuando volvió, le dije la verdad: que prefería estar sola, que si había estado tan a gusto sin él, sin echarle nada de menos, es que no tenía sentido que siguiéramos juntos", afirma.

Se separaron y parece que la decisión ha sido buena para ambos. Joana ha dejado el que fue su trabajo principal y ahora se dedica a conectar personas para que unan proyectos o sean más felices. ¿Y él? "Nacho está fenomenal. Con las niñas está mejor que antes. Le veo más feliz. ¡Hasta ha adelgazado y hace ejercicio. Ahora está cañón!", asegura divertida, pero sin atisbos de nostalgia.

"Ser solo yo en la habitación de un hotel" (Marcos, 53 años)

Con la pandemia, Marcos, abogado en una importante entidad bancaria, había dejado de viajar. En realidad, su rutina profesional se alteró completamente: cambió el despacho por el salón de casa y las comidas de trabajo por el menú casero que él, su mujer y su suegra, a quien la pandemia pilló en casa de su hija, consensuaban, compraban y preparaban cada semana.

Por primera vez, acostumbrado a pasar muchas horas fuera de casa, fue consciente de lo que cuesta conciliar trabajo y vida doméstica. "Creía que siempre había colaborado con las tareas de la casa, pero durante el confinamiento me di cuenta de todo el trabajo que lleva. No hay descanso. Mi mujer y yo llegábamos agotados al final del día", explica. ¿Más o menos que antes de la pandemia? "Mi trabajo en el banco también es agotador, pero es otro tipo de cansancio. No había que cambiar tanto el chip. Y, además, de vez en cuando tenía algún viaje que servía para descomprimir un poco", afirma.

Marcos es de las pocas personas que admiten que viajar, para él, siempre ha sido un bálsamo. "Era mi momento. Aunque tuviera alguna reunión complicada, el momento del viaje, desaparecer del radar durante un par de días, volver a ser independiente, ser solo yo mismo en la habitación de un hotel… Siempre me pareció un privilegio y ahora lo he retomado con ganas". Marcos hizo su primer viaje de esta normalidad rara hace apenas una semana. Y lo disfrutó. "Sí, y estoy deseando volver a casa, no quiero que se me entienda mal. Pero esas 48 horas a mi aire me dan la vida".