Sexting, tántrico o a diario: así están reinventando su vida sexual algunas parejas con el confinamiento

  • Marga y Vicente han pasado del 'sábado sabadete' a coger un ritmo diario. Vero y Begoña están descubriendo las maravillas del sexting en plena menopausia. Y Chris se ha dejado convencer para aprender sexo tántrico.

  • En algunas casas, el sonido del sexo, una vez que enmudecen los balcones, es lo más parecido a un volcán que entra en erupción

Si nos lo proponemos, puede que el sexo sea una de las cosas más interesantes que encontremos mientras sigamos confinados entre cuatro paredes. Placentero, reconfortante, poco costoso y terapéutico. La duda es si elegimos hacerlo entre las sábanas o delante de una pantalla. Con la pareja, en solitario o permitiéndonos una canita al aire (virtual, por supuesto). Te contaremos cómo han conseguido revitalizar su vida sexual tres parejas que sufren los mismos obstáculos que el resto: niños en casa, miedo a la enfermedad, incertidumbre económica, encierro y, muchas veces, pocas ganas de echarle imaginación.

Chris y Sara, de 49 años

Ella está separada y vive habitualmente con sus tres hijos de entre 14 y 21 años. Hasta que se decretó el estado de alarma, los fines de semana alternos y los miércoles eran una bendición sexual. Con los críos en casa del padre, la pareja aprovechaba para dar rienda suelta a sus pasiones. Ahora están con Sara a tiempo completo. "Los primeros días de aislamiento nos mirábamos uno al otro con desconcierto. Estábamos habituados a los jadeos, a los gritos, al desenfreno en la cama. Todo lo llevábamos al extremo. ¿Qué íbamos a hacer?", dice Chris, un hostelero británico que comparte negocios con Sara en la Costa del Sol.

La inquietud económica no ha conseguido relajar sus libidos, tal vez porque todavía andan en ese primer año loco de coqueteo. Sara, que cultiva desde hace tiempo su lado místico, pensó en el sexo tántrico como alternativa a sus costumbres ruidosas. "Cuando le propuse a Chris iniciarnos con un taller on line, su respuesta fue: ¡Uf, qué pereza! Pero dos minutos después ya estaba convencido. ¡Todo sea por un orgasmo!", cuenta con gracia. Sara reconoce que la idea que tenía su novio del sexo tántrico era equivocada. Él mismo lo descubrió después de tres sesiones de hora y media cada una. "Nos ha elevado el placer a unos niveles que ni sospechábamos. Lo bueno es que disfrutamos sin que apenas se nos oiga, ni siquiera la respiración", explica.

Parejas como la de Chris y Sara están recurriendo estos días a la sexóloga Nayara Malnero en busca de ideas para animar su vida sexual. "La mayoría -dice- están teniendo un tiempo extra sin mucho que hacer. Es el momento ideal para dedicarse el uno al otro y para probar cosas nuevas. De hecho, cuando pregunté a mis seguidores sobre qué temas querían que hablara en mis vídeos me pidieron que les hiciese propuestas para innovar". Para saber qué respondió, nos invita a ver su vídeo

A modo de aperitivo, dice que ella empezaría por el slow sex. "Tiempo para un 'rapidín' ya tenemos el resto de nuestra vida. Creo que nos falta dedicarnos a sentir con todo el cuerpo y eso es fácil". En ello están Sara y Chris. Ella es una apasionada del yoga, la meditación y cualquier otra técnica de crecimiento espiritual. Él tiene un cerebro más terrenal, pero el Covid-19 le está sacando de sus casillas en todos los sentidos. "Lo bueno del sexo tántrico -cuenta Sara- es que no tiene límite de edad, ni exige condiciones físicas ni psíquicas de ningún tipo. El único requisito, ganas de ir más allá en nuestra intimidad y, por supuesto, sincronización de la pareja"

A punto de estrenar su quinta década, Sara es consciente de que la edad va pidiendo una sexualidad diferente. "Si no vamos más allá de la penetración o del orgasmo, corremos el riesgo de quedarnos a medio camino. El sexo tántrico nos ayuda a conocernos mejor como pareja, a explorar diferentes modos de conexión tanto corporal como espiritual. Hemos aprendido a respirar, a calmarnos, pero también a superar cualquier inseguridad. No importa cómo sean nuestros cuerpos. Nos admiramos y punto. Prestamos atención a la energía que desprenden, no al michelín o a la flacidez de las nalgas. Esto era algo que me estaba volviendo loca antes del confinamiento".

Han logrado ya amarse sin jadeos y pasan largos ratos acariciándose suavemente disfrutando de la mirada y del contacto emocional. Él tiene mejor control de sus orgasmos y ella siente más deseo. Según Sara, el tantra va a ser, cuando esto acabe, su forma de vida. "Lo intentaremos", replica Chris, aún reacio a emprender este camino espiritual que ella le propone. Casi sin que él se entere, ella comparte una confidencia: "Le encanta el yab yum". Esta es, según dice, la postura más elemental del tantra. Sentado con las piernas cruzadas y la mujer sobre sus músculos, esta le rodea con las piernas y los brazos alrededor del cuello. "En esta posición podríamos estar horas, mirándonos y besándonos apasionadamente y sin fin". Nos confiesa que su siguiente reto es sumarle a la práctica del yoga, ya que ha notado que le falta elasticidad.

Vero y Begoña

Quienes no necesitan ahogar el deseo entre las sábanas son Vero y Begoña, de 53 y 51 años respectivamente. La suya es una de esas historias de amor mágicas que están cuajando con el coronavirus como maestro de ceremonias. Cada una vive sola en su casa. Empezaron pelando la pava en Tinder, aún sin saber que una vivía enfrente de la otra. Se descubrieron de balcón a balcón y ahora practican el sexting. Sus miradas, abrazos, besos y caricias son virtuales, pero no podrían tener un mayor magnetismo en un cuerpo a cuerpo. "Es una experiencia nueva e inesperada, pero la disfrutamos con intensidad. Ambas estamos atravesando la menopausia y la emoción de todo esto es el mejor lubricante que podríamos tener. Es, al mismo tiempo, una motivación más en este encierro tan largo", relata Vero.

Marga y Vicente

Por su parte, Marga y Vicente (49 y 47 años) se han dado cuenta de que no todo estaba perdido en su matrimonio. Su relación es una más de esas tan comunes en nuestro país cuya síntesis podríamos dejar en un lacónico "sábado sabadete, camisa nueva y polvete". "Cuando todo esto empezó, ni siquiera sabíamos si aguantaríamos el tirón", dicen. En la proximidad han encontrado una conexión que desconocían y ahora les ayuda a mantenerse en calma, aunque los momentos no sean los más propicios para la alegría. "Nos ayudó el hecho de no vernos obligados a hacer nada, ni a sentirnos culpables de no hacerlo. No había nada extraño en ello. Sin embargo, el miedo a enfermar despertó en nosotros una necesidad de cuidarnos que no habíamos experimentado antes".

De ese cariño pasaron a darse cuenta de que se adoraban el uno al otro y querían hacerse sentir bien. Con miradas, abrazos, besos y caricias. "Luego llegaron los masajes en el sofá. Empezamos, casi de manera espontánea, por los pies. Primero lo daba uno y el otro lo recibía. Después, intercambio de papeles. Y así fuimos subiendo el nivel, dejando que fluyera y sin esperar nada más que el goce de los cuerpos", detallan. Según describe Marga, lo mejor es que no se han quedado en lo obvio, sino que son mucho más creativos. "Disfrutamos de nuestros cuerpos y de cada uno de nuestros sentidos".

Como confirma nuestra asesora, Nayara Malnero, lo único que se requiere es calma y tiempo. Su consejo es empezar con masajes, despacio y descubriendo cada rincón, nuevas sensaciones y formas de estimular. "Poco a poco y desde el relax". Y si hay niños, como es también el caso de Marga y Vicente, la recomendación es enseñarles el concepto de intimidad. "Tienen que conocer que la habitación de sus papás es un espacio íntimo, que hay que tocar a la puerta antes de entrar o, mejor aún, que puede estar cerrada con pestillo. También deben aprender que hay tiempos para estar juntos y otros tiempos para que cada uno esté a solas". Cualquier espacio o momento puede presentarse idóneo para explorar. La ducha, por ejemplo. "¡Imaginación al poder!", concluye.