Salir de fiesta con más de cuarenta y tantos: gastamos más, bebemos mejor y la seguimos liando

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El día acordado empieza en una nave industrial de Poblenou, en Barcelona, en un espacio preparado para hacer las veces de estudio. Allí, en la sala diáfana, llena de objetos un tanto aleatorios y bocadillos para los invitados y el equipo, se preparan las cámaras. David, uno de nuestros protagonistas, será el primero en hablar y Elena, que le seguirá, ya han llegado. Ofrecen comida y café y todos están más que listos para empezar.

La primera impresión que dan los invitados es que hay que ser bastante valiente para ponerse delante de la cámara a hablar a careta quitada y sin tapujos de los diferentes aspectos de haber cumplido una edad. Todas y todos tienen ganas de contar y de compartir y su honestidad desarmaría a cualquiera.

Gastas más, pero mejor

La primera ronda de preguntas va sobre la fiesta: salir por la noche, bailar, beber y drogarse, la resaca. ¿Cambiamos nuestro modo de hacerlo según van pasando las décadas? El INE plantea algunas cifras: el gasto medio por persona de 30 a 44 años en 2015 en bebidas alcohólicas, tabaco y narcóticos fue de unos 186 euros, mientras que en el grupo de edad que va de los 45 a los 64 años, la cifra es de 237 euros. Con estos datos en la mano, hay algo que no cuadra en la percepción edadista que hay en la sociedad sobre si los uppers tienden a encerrarse más en casa, pero los entrevistados tienen algunas ideas.

Por ejemplo, que la manera de salir cambia cuando cumples años. Han caído en la cuenta de que salir cuando eres joven tiene algo de padecer un FOMO (del inglés 'fear of missing out', 'temor a dejar pasar' o 'temor a perderse algo') de campeonato.

Lo que el cuerpo aguanta

Antes, a los 20 o a los 30, era una manera de conocer gente, de ligar de 'estar'. Ahora, todas las juergas felices se parecen, igual que las resacas, y ya no vale tanto la pena. Lo hemos pasado bien, siempre había algo que nos impulsaba a quedarnos los últimos pero ahora, hay otras consideraciones a tener en cuenta. Nos volvemos epicúreos y empezamos a valorar la ataraxia, la tranquilidad y la liberación del dolor lograda a través de la contemplación y la moderación en la serena compañía de los amigos.

Pero también está el hecho —revelan los que fueron más juerguistas— de que el cuerpo ya no aguanta como antes. A ciertas horas, ya estamos para el arrastre y la cama (para dormir) es la mejor opción. Queremos disfrutar de los amigos y de un buen rato, "pero no hay nada que impida hacer eso en horario diurno", señala Eva. Empiezas con tu vermú a las 12 y a las 10 estás en casa, borracha como un marinero irlandés, o como estos, pero digna y dispuesta a irte a dormir sin más, después de horas de risas. Y al día siguiente, como una rosa.

Otros, como David, confirman que ahora les da más pereza y que como ya el objetivo no es ligar (tiene pareja y está más relajado) para qué. Eva no fue nunca mucho de salir a lo bestia o beber hasta desmayarse y además, como dice, «tiene cosas más interesantes que hacer». Todos conocen sus límites y aunque no renuncian a una buena juerga, los términos han cambiado. Lo más interesante es la reflexión de Mat, que sostiene que la solución para una resaca son «las comidas frescas: ceviches, zumos, ensaladas». Para las que, como yo, siempre han tirado de la comida basura para consolarse durante las horas que están despiertas mientras lo único que hacen es esperar a que lleguen las nueve de la noche para acostarse de nuevo —en intervalos de seis horas perfectamente puntuados por las tomas del paracetamol—, supone un descubrimiento que hay que estar dispuesta a probar.

¿Y las resacas qué?

En mi cabeza da vueltas un artículo que leí no sé donde, que sostenía que las resacas no eran peores con la edad, según la ciencia, solo nos lo parecían, porque después de unas cuantas, uno empieza a temerlas y claro, sabe más el diablo por viejo que por diablo. La conclusión al final es que queremos mantener el vínculo social que supone salir, pero que aprendemos a hacerlo en nuestros términos y no llevados por lo que todo el mundo hace. Preferimos tener un objetivo (bailar, charlar, disfrutar del buen alcohol o de la buena comida) que salir, a ver qué pasa. La cifra de 237 euros por persona en gasto de ocio que nos ofrecía el INE puede tener que ver, por tanto, con el hecho de que la calidad de lo que nos metemos en el cuerpo aumenta y que apreciamos más sibaritismos que antes nos parecían una chorrada.

Y con los espectáculos y conciertos pasa lo mismo. Ahora preferimos los pases VIP de los festivales, aunque solo sea porque hay agua y jabón para lavarse las manos en los baños y de repente te encuentras una silla en la que reposar un rato. Somos, también, más cuidadosos con los espectáculos a los que asistimos porque, como dice David Ferran, «si te empeñas en ir a un concierto de trap, lo más probable es que te acaben confundiendo con el padre de alguien o con el camello». Y eso sí que no es plan.

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