Navegar por aguas de Roma y acabar en las catacumbas de San Calixto, el Papa esclavo

  • En una de sus travesías por el Tirreno, nuestro relator se topa con la historia de San Calixto y el primer conflicto entre dos Papas

¡Y ante todo está el mar!

¡El mar!... ritmo de divagaciones.

Oliverio Girondo

Habíamos decidido navegar durante la noche desde la Isla de Ponza hasta el puerto de Fiumicino, muy cerca del mayor aeropuerto que sirve a la ciudad de Roma y del antiguo puerto de Ostia, llamado Ostium por los romanos del imperio. Los grandes barcos cargados de todo lo que el vasto mundo romano proveía para consumo de la gran capital descargaban allí sus bienes, en Ostia, justo en la desembocadura del Tíber. Junto al puerto creció una ciudad con sus anfiteatros, sus termas, sus hoteles y, por supuesto, sus grandes depósitos que almacenaban las mercancías hasta que, trasladadas a barcazas de menor calado, podían navegar río arriba unos veinticinco kilómetros hasta las puertas de Roma. Hoy vale la pena visitar las imponentes ruinas de esa ciudad que los romanos modernos llaman Ostia Antica.

Para las navegaciones nocturnas solemos organizar turnos, para que cada pareja pueda dormir unas horas. Pero la noche en el mar está cargada de hechizos y uno acaba prefiriendo quedarse despierto. Vistas desde el barco en plena oscuridad, las estrellas braman su silencio irónico de tiempo y espacio, su desdén justificado, su desinterés seductor. Con mucho silencio, se llega a ver en ellas los ojos helados de Morta, que no por nada es hija de Nox, la diosa de la oscuridad. Hay amantes de la noche. Pienso en el ambiguo ardor de San Juan de la Cruz:

¡Oh noche, que guiaste;

oh noche amable más que el alborada;

oh noche que juntaste

Amado con amada,

amada, con el Amado transformada!

Pero el amor por la noche no implica no ser también amante de la alborada. Y la alborada comenzó a insinuarse cuando ya navegábamos cerca de la desembocadura del Tíber sugiriendo sus cachetes rosas y sus convexidades blancas y fuimos los cuatro tras ella en nuestro barco.

Los cuatro, sentados en popa, llevábamos los ojos entrecerrados como quien mira una pintura puntillista y parecíamos lentos en hablar. Sin embargo, cuando el alba vaporosa comenzaba a darle forma a nuestras caras somnolientas, la Maga dijo: otra vez pienso en San Calixto, la primera vez que pensé en él fue cuando pasábamos por Anzio.

No sospechaba que fueras religiosa, dijo el Capitán. Mi interés por Calixto no tiene nada de religioso, contestó la Maga, es simple curiosidad por cómo funciona el mundo y permanente sorpresa por cómo se forjan las creencias.

Mi ignorancia acerca de San Calixto en ese momento era tan grande y profunda como el mismo mar, pero me sentí cobijado al notar que el Capitán y Gina navegaban en el mismo desconcierto que yo. Nos mostramos interesados en la historia. Resumo a continuación lo que la Maga nos contó.

Debemos empezar por decir que, como ya se habrá adivinado, tanto Anzio como el viejo puerto de Ostia, están relacionados con la vida de Calixto. Ya veremos cómo.

Más allá de lo que se fue transmitiendo oralmente a lo largo de los siglos, lo que se conocía acerca de San Calixto hasta mitad del siglo XIX provenía del Liber Pontificalis (Libro de los Papas). El Liber, escrito en los primeros años del siglo VI, no nos dice mucho: que nació en Roma en el barrio ahora conocido como Trastévere, que fue Papa entre el 217 y el 222, que fue “coronado con el martirio”, que construyó una basílica en el Trastévere, y poco más. Otros detalles, sobre todo de su martirio y de sus milagros, se pueden leer en el Acta que se encuentra en la Basílica de Santa María del Trastévere desde el siglo VII. Si bien el Acta fue escrita cuatrocientos años después de los supuestos hechos, ha gozado de suficiente credibilidad como para que San Calixto sea celebrado como Papa y mártir cada 14 de octubre.

Contemporáneo de San Calixto fue San Hipólito. Hipólito fue uno de los pocos cristianos cultos en la Roma de su época y, por lo tanto, un importante teólogo del siglo III. Escribía en griego. Su trabajo más importante es Refutación de todas las herejías, compuesto por diez libros. Aunque su obra se ha preservado casi completa, curiosamente, hasta la mitad del siglo XIX, de su trabajo más importante sólo se conocía el Libro I. En consideración de sus aportes a la teología y de la tradición oral que sostenía su martirio por la fe, se lo santificó. San Hipólito, Presbítero y mártir, es celebrado el 13 de agosto.

Ambos santos han convivido sin conflictos en el santoral cristiano por siglos. Y todavía lo hacen al día de hoy, apenas agitados por una convulsión que se produjo en 1842. En ese año, la sintonía amistosa que se asignaba a ambos santos y mártires se vio disturbada por el hallazgo, en un monasterio del Monte Athos, de los libros IV a X de la Refutación.

En estos libros, Hipólito se explaya acerca de la vida y el carácter de su contemporáneo Calixto. Dice San Hipólito que San Calixto, de joven, era esclavo de un tal Carpóforo, hombre rico y poderoso al tiempo que cristiano. Calixto supo ganarse la confianza de este hombre. Tanto que, cuando Carpóforo estableció una especie de “banco de ahorro” para los fieles cristianos, decidió encargar su administración a Calixto. Pero dice Hipólito que Calixto “llevó el dinero del banco a cero, y se encontraba en dificultades pecuniarias”. Cuando fue descubierto, Calixto, en su desesperación, huyó hacia Ostia y se embarcó con prisa y sin saber hacia dónde con miras a interponer al mar como garante de su vida. No lo logró. Asediado por los hombres de Carpóforo, no muy lejos de la costa, saltó al mar decidido a poner fin a su existencia en esas aguas antes que enfrentar el castigo que esperaba a los esclavos díscolos. Con la ayuda de unos marineros, los perseguidores lo rescataron y lo devolvieron a su amo.

Por eso, dijo la Maga, navegar por aquí me recuerda a San Calixto.

A nosotros nos resultaba intrigante que un hombre que de joven mostrara ese comportamiento pudiera luego reformarse hasta el punto de ser Papa y santo. Nuestro barco se desplazaba sobre un mar terso que parecía no querer revolver demasiado esas viejas aguas. Le pedimos a la Maga que nos contara el resto de la historia.

San Hipólito, tal vez a su pesar, nos deja entrever en San Calixto la imagen de un hombre de características excepcionales. Más parecido, quizás, a un hombre de negocios que a un venerable beato. Más cercano a Donald Trump que al Papa Francisco

Dice Hipólito que el amo sentenció a Calixto al castigo del pistrinum, un molino doméstico en el que los esclavos expiaban sus faltas con trabajo extenuante, pero que los depositantes engañados convencieron a Carpóforo de que lo liberara. Pensaban que era mejor ponerlo a recuperar el dinero que les debía porque sospechaban que lo había usado en préstamos ocultos que, bajo presión, podrían ser recuperados.

Ninguna recuperación sucedió. En una situación no demasiado clara, Calixto aparece próximamente creando disturbios en una sinagoga. Hipólito explica que los judíos lo denunciaron al Prefecto Fusciano, que lo hizo flagelar y lo envió como esclavo a las minas de Cerdeña en las que muy pocos sobrevivían.

San Hipólito, tal vez a su pesar, nos deja entrever en San Calixto la imagen de un hombre de características excepcionales. Más parecido, quizás, a un hombre de negocios que a un venerable beato. Más cercano a Donald Trump que al Papa Francisco, uno no diría que Calixto se encaminara a sentarse a la derecha del Padre.

Sin embargo, a veces, pareciera que las situaciones de la vida, por caminos sorprendentes, no buscaran sino crear oportunidades que favorezcan a los seres únicos, sea cual sea la razón de su excepcionalidad. Así sucedió con Calixto. En esos años el Emperador Cómodo tenía una amante favorita llamada Marcia, hija de un liberto, es decir de un exesclavo. Como era usual en su nivel social, Marcia también había crecido en el Trastévere, un barrio de mayoría de cristianos. Ya fuera por ser cristiana ella misma o por lazos de infancia compartida, Marcia tenía simpatía por los cristianos. Entre las amistades de la influyente Marcia se contaba Víctor I, en ese entonces obispo de Roma que, al establecer la prioridad de Roma sobre todos los demás obispos, se transformó de hecho en lo que hoy llamamos Papa.

Víctor, apelando a su amistad con Marcia, le entregó una lista de cristianos esclavizados en las minas de Cerdeña para que obtuviera para ellos el perdón de Cómodo. Marcia no tuvo inconveniente para conseguirlo. Cuenta Hipólito que Víctor, que conocía bien a Calixto, no lo incluyó en la lista. Pero Calixto, de alguna manera, consiguió que el eunuco Jacinto, el emisario enviado a Cerdeña con la orden de liberación emitida por Cómodo, finalmente lo incluyera.

Todos estos personajes, dijo la Maga, tanto Marcia como Víctor, son dignos de ser conocidos, pero no voy a contarles ahora sus historias para no alargar la nuestra. Lo importante es que, gracias a sus extraordinarias habilidades, Calixto logró liberarse de su condena en Cerdeña. Pero antes de que pudiera volver a Roma, Víctor, enterado de los hechos, logró sacárselo de encima enviándolo a Anzio con una pensión pagada por la incipiente iglesia.

Para nuestro pasmo, a pesar de que en esa noche de navegación habíamos recorrido lugares cargados de la asombrosa historia de uno de los primeros Papas, los hechos fascinantes de la vida de Calixto no terminaban allí. En el año 198, a la muerte de Víctor I, asume el papado Ceferino, a quien Hipólito llama “un hombre ignorante e iletrado”. El Papa Ceferino llama a Calixto de vuelta a Roma, lo nombra presbítero y lo pone a cargo del cementerio de la Vía Apia que acababa de ser otorgado a los cristianos y que hoy, con el nombre de Catacumbas de San Calixto, se ha convertido en una de las tantas atracciones turísticas de Roma. Ese cementerio es, probablemente, la primera propiedad de la Iglesia como institución.

A pesar de que San Hipólito dice que Ceferino era “avariento” y “sensible a los sobornos”, y que por esas razones se aliaba con Calixto, nosotros cuatro allí mismo decidimos que, ni bien llegáramos a Roma, iríamos a visitar las Catacumbas de San Calixto. Con esa, cumpliríamos tres visitas a lugares importantes de Calixto: Anzio, Ostia y las Catacumbas, y el número tres tiene una antigua tradición de simbolizar la perfección.

Habiendo seguido hasta aquí la trayectoria de Calixto, no sorprenderá saber que, a la muerte de Ceferino en el 217, logró ser nombrado Papa. Tampoco sorprenderá saber que esto fue demasiado para San Hipólito que, a su vez, logró que un importante grupo disidente también lo eligiera Papa. Sin dudarlo, San Hipólito se transformó en el primer antipapa.

A ambos, Papa y antipapa, se los considera mártires. De San Hipólito, sabemos que fue enviado como esclavo a las minas de Cerdeña en una de las persecuciones del Emperador Maximino en el 235 y que allí murió. De San Calixto, que murió en el 222, se dice que fue apaleado hasta morir.

Hay veces en que la conversación de los marineros en un momento de calma en el mar puede llevarte a lugares más imprevistos que una tormenta majestuosa. La sensación de extrañeza por esta historia nos perseguía aun después de haber atracado en el puerto de Fiumicino. Terminadas las maniobras de llegada a puerto, nos sentamos en cubierta a tomar un café. Gina dijo que en el mismo lugar en que a Calixto lo habían rescatado de las aguas, nosotros lo habíamos rescatado por segunda vez, aunque en nuestro caso lo rescatamos del mar del olvido. En ambos casos, y como siempre sucede, se trató de rescates provisionales.

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