Secretos de un lobo de mar: Carlos Lago relata su vida a bordo de un pesquero

  • Este marinero nos invita a una travesía en el tiempo llena de recuerdos que arranca con 14 años en un modesto pesquero rumbo a Namibia

  • “Lo que más me maravilló -dice- fue la cantidad de vida que hay en lo más profundo de los océanos, donde no llega ni un resquicio de luz. Millones de organismos de todas las especies, colores y tamaños"

  • Al final aprendió que la simplicidad atrae la grandeza. Y grande para él es el amor paciente de su esposa, cada pequeño instante extraordinario o su propia entereza frente a la adversidad

Hay tres tipos de hombres, según decía Aristóteles: los vivos, los muertos y los hombres de mar. El capitán Carlos Lago (65 años) es de los terceros. Natural de Bouzas, un barrio costero típicamente marinero de la ciudad gallega de Vigo, le corresponde serlo por derecho, cuna, linaje y carácter. De no haber sido por el infarto que cortó en seco su amplísimo periplo en el mar, habría cumplido sus bodas de oro (50 años) en el oficio. Es hijo de patrón de barco, sobrino, nieto y primo de marineros… El menor de 15 hermanos, muchos de ellos navegantes. Son varias generaciones atadas al mar y su vida ha transcurrido entre patrones, marineros y el ruido de los mástiles. Quién mejor que él puede contarnos cuántos enigmas guarda aún el mar, dónde se esconde exactamente el sol o qué hay más allá del horizonte. Cualquiera de las curiosidades que al resto de los humanos se nos ocurran para él fueron inquietudes que pudo ir descifrando del modo más puro: explorando, viajando, observando y aventurándose a lo desconocido.

Empezó como pinche de cocina para la tripulación

Aunque el mar lo lleva en su ADN, la narración para Uppers de su travesía arranca con 14 años. "A esta edad subí por primera vez a bordo rumbo a Namibia como oficial acompañando a mi padre, pero en la cocina, preparando la comida para el resto de la tripulación. A los 19 días le dije que yo quería el mar, no el caldero y, efectivamente, pasé a ser un marinero más de la tripulación". Afortunadamente, en esa época la vida en alta mar ni de lejos se parecía ya a la de aquellos marineros españoles de hace siglos cuya crónica se contaba en naufragios, incendios, asaltos, colisiones, tragedias, epidemias, condiciones higiénico sanitarias indescriptibles y largas temporadas sin pisar tierra hacinados y conviviendo con ratas y ratones. Pero todavía faltaban años para llegar a los avances y comodidades que tiene hoy la flota pesquera española, compuesta por 8.839 buques, muchos de ellos con gran potencia y capacidad de almacenaje.

"Hermoso, pero hay que sufrirlo"

"Aquel primer barco -recuerda Carlos- era modesto. Cuando llegaba la orden de hacerse a la mar de repente te encontrabas de frente con la inmensidad del mar, noches sin luna, silencio y absoluta desconexión del mundo. Había que convivir en espacios diminutos, lejos del hogar, con pocas comodidades y ningún lujo (al menos material)". Nada le hizo desistir y con 19 años ya era patrón de litoral. Con 29, ya casado, ascendió a capitán. Tuvo tres hijas y entonces se convirtió en ese marinero de Rafael Alberti, "siempre mirando el horizonte, pero con la mente en lo que deja atrás". "Hermoso, pero hay que sufrirlo", advierte. Han sido muchas horas sin más ruido que el monótono sonido del motor y del mar, con las manos entumecidas y el cuerpo aterido de frío. "Días de calamidades en los que, al caer la noche, uno trata de cerrar los ojos a la espera de un nuevo día mejor".

El mar es fuente de vida para la naturaleza y también para el ser humano. "Es libertad, fuerza, coraje, poder y también amenaza. Bajo ciertas condiciones puede ser un lugar peligroso", asegura después de haber navegado con vientos fortísimos, marejadas, corrientes de resaca y grandes olas que sacudían la embarcación. Y así durante días, viendo amanecer y descubriendo cada día un mismo horizonte siempre infinito. Aun habiendo comprobado que el mar nunca fue amigable para el hombre, también tuvo ocasión, como hizo Juan Sebastián Elcano, el navegante español que completó la primera vuelta al mundo, de cerciorarse por sus propios ojos de la verdad de todo lo que había escuchado.

Y lo que vio fueron cosas asombrosas

"Me maravilló -dice- la cantidad de vida que hay en lo más profundo de los océanos, donde no llega ni un resquicio de luz. Millones de organismos de todas las especies, colores y tamaños. Desde algunos apenas perceptibles al ojo humano a otros que pueden pesar varias toneladas". Habla de una vida ajena a la luz solar, que se nutre de energía diferente a la que utilizamos el resto de los seres vivos en la superficie. "Da igual lo profundo que puedas llegar, existe vida todavía más allá", añade.

Carlos puede considerarse un superviviente. Aprendió desde pequeño respeto por el mar y pericia suficiente para protegerse y saber qué hacer en los momentos de emergencia, pero su mejor táctica está en su cabeza. "Salir al mar -reconoce- es duro y agotador, pero un marinero lo soporta con una entereza y orgullo extraordinarios". Es el carácter que el mar ha forjado en él y eso le ayudó a desarrollar la extraordinaria capacidad de gestionar los sentimientos de su tripulación en los peores momentos. "Es importante mantener fuerte la cabeza porque hay muchos momentos de estrés y uno no puede dejarse vencer por el cansancio, el miedo o la soledad".

Cualquiera de estos detalles los corrobora su amigo Braulio, miembro de la Asociación de Navegantes Artesanales y Deportivos San Miguel de Bouzas, punto de encuentro de muchos marineros profesionales, recreativos y jubilados, que dan continuidad a biografías como la de Carlos recuperando embarcaciones tradicionales y manteniendo viva la cultura marítima tradicional.

Podemos hacernos una idea de su intensa biografía con las imágenes que nos envía del barco El Rocío en los caladeros de Nafo, en Canadá, en 1992. En esta zona la flota española ha faenado durante décadas, en la parte exterior de los Grandes Bancos de Terranova, en el océano Atlántico. Sus condiciones naturales han favorecido el desarrollo de la mayor zona de pesca del mundo, a pesar de que algunas de sus áreas se han cerrado para proteger a ecosistemas marinos vulnerables.

En alguna de ellas se puede observar el mar congelado ese mismo año, a 230 millas de la costa de Terranova. "No se recordaba que la barrera de hielos llegara tan lejos de la costa. Hasta los témpanos venían con focas sobre ellos".

Después de tanto vivido, el mar sigue despertando en él la misma fascinación que a los 14 cuando embarcó por primera vez. Es una curiosidad que ha estado presente en el ser humano desde la Antigüedad, aunque ese interés y necesidad de entender los océanos haya ido variando con el paso del tiempo. Él aún tiene grabado el contoneo de las olas, el chapoteo que producen las faenas de los pescadores y el sonido de una naturaleza que nunca es igual.

Disfruta de la sabiduría de los grandes marineros

Carlos podría hacer suyas las palabras de Marco Polo, comerciante y viajero veneciano, tras su viaje de 24 años y más de 24.000 kilómetros: "No conté ni la mitad de lo que vi, sabiendo bien que no me creerían". Hoy disfruta de la sabiduría de los grandes marineros, como Fernando de Magallanes, que en el siglo XVI ya intuyó, contradiciendo a lo que decía la Iglesia, que la Tierra era redonda porque había visto su sombra en la Luna. Sobre todo, ha aprendido que la simplicidad atrae la grandeza. Y grande para él es el amor paciente de la esposa que espera su llegada, los pequeños instantes que se vuelven extraordinarios su propia entereza frente a la adversidad. Mucho más que los miles de millas navegadas y los países visitados.