Convivir (sin ataques de nervios) con un hijo hikikomori, los adolescentes que viven recluidos en su habitación

  • Los hikikomoris son jóvenes que deciden recluirse del mundo y no salir de su habitación para escapar de la presión social

  • Los padres viven con angustia la situación porque creen que es producto de un error cometido durante la crianza

  • El trastorno aún no está muy estudiado porque suele confundirse con estados depresivos

¿Tu hijo pasa demasiado tiempo en su habitación, delante del móvil, de su ordenador o de su tablet? ¿Apenas sale para quedar con sus amigos? Si es así, quizá tengas un hikikomori en casa, una persona recluida voluntariamente para vivir en modo virtual.

Pérdida de referentes

Con una pérdida de referentes cada vez mayor, gran parte de la juventud no se siente identificada con el modelo de sociedad imperante, en el que cada vez es más difícil ser independiente y mucho menos triunfar si no se tiene una capacidad extraordinaria para soportar entornos de presión, tanto a nivel personal como profesional.

La crisis pandémica hizo que todo este malestar aflorara del todo. ¿El resultado? Jóvenes sin motivación; algunos, con problemas de salud mental. Algunos han ido un paso más allá y han decidido vivir al margen de esa sociedad para la que no se siente preparados.

¿Qué es un hikikomori?

Se trata de una palabra japonesa cuya traducción aproximada es 'retirarse del mundo'. En Japón, cobra aún más sentido, ya que se trata de una sociedad muy tecnificada con una presión social extrema donde el fracaso no se acepta ni en la etapa de formación ni en la vida profesional.

La tendencia comenzó a finales de los 90, pero terminó de imponerse en esta década, sobre todo entre chicos y chicas de 15 a 25 años, aunque algunos pasen la treintena. Para los hikikomoris, su deseo de vida es muy claro: retirarse del mundo para no correr el riesgo de fracasar y sufrir. Para evitarlo, nada mejor que estar protegidos en el hogar familiar, delante del ordenador, de la vídeo consola o de cualquier pantalla, sin límite de tiempo. La etapa puede durar días, meses o años, en los casos más graves.

También en Occidente

Este fenómeno de reclusión adolescente ya ha llegado a Europa. Los expertos señalan que los afectados se sienten débiles ante las exigencias del mundo que les toca vivir, ya sea la escuela, la universidad o el trabajo. Se sienten impotentes para entablar relaciones sociales y hasta echan de menos el confinamiento. La sociedad les da miedo y lo único que pueden hacer es evitarla.

Por su parte, los padres viven con angustia la reclusión de sus hijos, acrecentada por la sensación de que han cometido algún error durante la crianza y sus primeros años. La pregunta que se hacen continuamente es la de cómo ayudar a sus hijos.

¿Qué hacer?

El problema no afecta solo al plano familiar. Por otra parte, cada familia lo sufre de una manera distinta, pero casi siempre oculta, convirtiendo el problema en un tabú.

Desde el punto de vista de los profesionales de la salud, se trata de un trastorno mental poco estudiado. De hecho, puede infradiagnosticarse, ya que algunos de sus síntomas coinciden con los de la depresión. ¿Cómo romper el círculo vicioso? Para los padres, no hay que sentirse responsable de una situación que escapa a su capacidad de acción. El deseo de reclusión no está vinculado a ninguna experiencia de la infancia. "No podemos estigmatizar a los hikikomoris. No serviría de nada. Al contrario, hay que acompañarlos para entablar con ellos un diálogo constructivo que pueda ayudarles", explica el antropólogo belga Olivier Servais.

Un síndrome que puede ir a más

Desgraciadamente, los tiempos son favorables a que se reproduzcan estas reclusiones voluntarias. La sociedad no deja espacio para los más vulnerables. Y entre ellos, son los jóvenes quienes más necesitan confiar en ellos mismos para llegar a ser los adultos en los que quieran convertirse.

En este contexto, la tarea de los padres es acompañar, hacer comprender que el mundo está lleno de matices y oportunidades esperando a ser encontradas. A veces, si el consejo y el acompañamiento paternos no son suficientes para lograr que salgan de su reclusión, será necesario acudir a la ayuda de un psicólogo.

Además de las acciones individuales, en otras escalas también es necesario repensar las dinámicas. O como explica el antropólogo Olivier Servais, "para poder devolver a la sociedad a todos estos jóvenes, es necesario que la misma sociedad se rehumanice. No solo en el ámbito laboral, sino desde la misma escuela, incluso entre nuestras propias relaciones como individuos. Si no hacemos algo y la tendencia actual se mantiene, el fenómeno de los hikikomoris perdurará y se hará aún más grande".