¿Castigos sí o no? "A los padres no les gusta castigar, pero nuestra sociedad se mueve por premios o sanciones"

  • Si la finalidad del castigo es infundir miedo, no es una buena estrategia, ya que los hijos pueden temernos, pero quizá no nos respeten

  • Para la psicóloga Sara Palau, lo importante no es tanto el castigo como ser conscientes de las consecuencias que acarrean ciertos comportamientos

  • "Si no respetamos una señal, nos multan, ¿o le pedimos al policía que nos motive?"

Muchas personas creen que los castigos son necesarios en la educación de los hijos; otras, en cambio, los consideran innecesarios e incluso negativos. Lo cierto es que pueden ser buenos o malos, según el objetivo que persigan. Si la finalidad es infundir miedo, las cosas se están haciendo mal. Esto suele suceder cuando los padres no saben ejercer su autoridad de otra manera o se sienten inseguros en su papel.

La derivada de castigar a los niños con este objetivo es que los niños y jóvenes creerán que no se merecen nada bueno. Tampoco tendrán autoconfianza y se volverán inseguros, buscando continuamente la aprobación de sus padres, con una autoestima muy baja. Por último, creerán que, para ejercer su autoridad, tienen que amenazar y castigar, un modelo de comportamiento que no es bueno para la edad adulta.

En la otra cara de la moneda, hay hogares en los que el castigo está normalizado a tal punto que no surte efecto. Con estas variables, teniendo riesgos para la personalidad adulta y sin apenas efectividad, ¿merece la pena castigar?

Se trata de las consecuencias

Para la psicóloga Sara Palau, lo importante no es tanto el castigo como ser conscientes de las consecuencias que acarrean ciertos comportamientos. Así lo explica en un post de su cuenta de Instagram (@sarapalau.terapias). "A los padres no les gustan los castigos, pero la sociedad funciona con premios y castigos. Hay consecuencias: si no respetamos una señal, nos multan, ¿o le pedimos al policía que nos motive? Si no recogemos la caca del perro, nos multan; si hacemos algo muy bien, nos premian y eso nos motiva a seguir trabajando. Hasta cuando nos equivocamos, estamos buscando un mejor resultado".

Por tanto, como indica esta experta, es esencial que niños y adolescentes interioricen que cada acto genera una reacción y una consecuencia, buena o mala, que tendrá impacto en su vida. ¿Cuando es mala, cómo se trata? ¿Volvemos al castigo tradicional?

Para comer, coliflor

Lo ideal es que ante ciertos hábitos o conductas se pueda tener una conversación sosegada en la que se hable de por qué tal comportamiento no es aceptable. Sin embargo, para Palau, hay otros mecanismos sutiles y no tan sutiles que pueden ayudarnos a poner los ansiados límites. La comida es uno de ellos. "La comida es un estímulo primario. Si hemos tenido un mal día o queremos premiarnos, acudimos a la comida. Nunca falla. ¿Qué hacemos cuando queremos premiar a nuestros hijos? Les damos de comer algún capricho, alguna chuche. Si tu hijo es un desordenado, no le grites, basta con decirle que hay coliflor para comer". En este caso, la consecuencia del desorden no sería, por tanto, el típico castigo acompañado de un mal gesto, sino algo mucho más tangible: un gran plato de verdura, cuanto más simple, mejor.