Del diálogo a las metas alcanzables: cómo motivar a mi hijo adolescente para que estudie

  • El abandono escolar no llega de la noche a la mañana. Los chavales empiezan faltando a clase y suspendiendo sistemáticamente

  • Antes que responder con castigos, mejor premiar el esfuerzo

  • Retomar la conversación favorece que los hijos vuelvan a considerar a sus padres como personas de fiar y harán caso de sus consejos

Son las 7:30 de la mañana y no consigues sacar a tu hijo de la cama para que llegue a clase. Sale al recreo y no vuelve al cole. Falta a los exámenes y, cuando se presenta, suspende. No te extraña porque siempre está enganchado al móvil y nunca le ves abrir un libro. Situaciones como esta se vienen repitiendo a diario generación tras generación cuando hay un interés nulo por los estudios. La preocupación de los padres crece por momentos y es necesario buscar una solución. Desde Uppers hemos consultado con psicólogos y profesores sobre cómo motivar a mi hijo adolescente para que estudie.

Tal vez, lo primero es ponernos en su lugar. Mirar atrás y recordar cómo éramos nosotros con catorce, con dieciséis o con dieciocho años. Así nos podremos hacer una idea de cuáles son sus intereses y preocupaciones, que nada tienen que ver con las nuestras como padres de familia.

En los últimos 25 años en España se ha conseguido bajar en un 50% la tasa de abandono escolar, pero seguimos a la cola de la UE con un 18,2%. Esto quiere decir que unos 585.000 jóvenes de 18 a 24 años han dejado de estudiar sin haber conseguido terminar Secundaria. No tienen ni Bachillerato ni FP de Grado Medio.

Cuando los hijos abandonan las clases no les preocupa su futuro, sino su plan del día siguiente o del fin de semana. Además, la mayoría cuenta con sus necesidades básicas cubiertas lo que incluye el móvil y su correspondiente acceso a Internet. A los padres en cambio precisamente su futuro les supone un quebradero de cabeza. Los trabajos que pueden encontrar sin terminar sus estudios son poco reconocidos y los sueldos un desastre.

Para qué sirve ir al colegio

Muchos adolescentes creen que lo que aprenden en el cole no les va a servir para nada. A ello se une que tienen una libertad absoluta para entrar y salir, no hay hora de llegada y a su disposición alcohol y drogas a edades demasiado tempranas. También sucede que toman como referentes personas jóvenes que presumen de una vida llena de lujos a través de las redes sociales y parece que sin haberse volcado en los estudios.

El abandono académico no se produce de la noche a la mañana. Lo normal es que ese adolescente lleve bastante tiempo desmotivándose, dejando a un lado el estudio día tras día, con una falta de interés gradual. Las consecuencias, que son unas notas desastrosas, le sirven para aumentar su frustración. Lo normal es que se muestre rebelde en clase porque se encuentra con falta de capacidad para seguir el ritmo de los profesores. No ha atendido y carece de la parte teórica imprescindible. Frustrado, desmotivado, rebelde, incomprendido… el adolescente acaba explotando y deja los estudios.

El resultado puede ser catastrófico porque ese exceso de tiempo libre le juntará con otros adolescentes igual o más desmotivados. Corren el peligro de caer en adicciones, participar en situaciones que no se ajustan a su edad e incluso de formar parte de actividades delictivas.

El abandono escolar es un fracaso del sistema educativo

Los profesionales educativos se cuestionan a diario cómo revertir esa situación. El abandono afecta al sistema educativo a nivel global y muchos opinan que sería necesario un cambio radical en todos los aspectos: actualización de la metodología, de las materias, de las estrategias… La educación debería ser atractiva para ellos y no un aburrimiento. Sobre todo, que tuviera en cuenta que los chicos son diferentes unos de otros y además sus intereses llegan a ser opuestos.

Una vez hecha una pequeña radiografía del panorama educativo en la adolescencia, los profesionales apuntan que para motivar a los chavales se puede llevar a cabo una serie de estrategias. Merece la pena intentarlo, antes de conformarnos con el abandono escolar.

Ante un suspenso, ¿conviene castigar?

Es habitual que ante los suspensos repetidos los padres respondan con castigos como prohibir el uso del móvil o salir con sus amigos. Candela, estudiante de 1º de Bachillerato con 16 años, explica que es lo peor que pueden hacer y del enfado se negaría a estudiar y seguiría suspendiendo.

En primer lugar, habría que encontrar el fondo del problema. Si un chaval no estudia, estorba en clase, incluso llega a desafiar la autoridad de sus profesores y consigue que le expulsen, en realidad está llamando la atención. Sus padres le obligan a estudiar y responde haciendo lo contrario: rebelándose. Probablemente necesite la ayuda de un adulto y ni él mismo lo reconozca. Puede que presencie conflictos en casa, que no tenga buenas relaciones con sus familiares, que sufra acoso, que haya empezado a consumir drogas…

Volver a relacionarse como padres e hijos

Lo más sensato sería buscar cómo conectar con él y su mundo interior. Aquí habrá que ser constante y paciente, hacer lo imposible por empezar una conversación y por hablar con él. Siempre habrá un espacio y un lugar donde retomar la relación y el vínculo entre padres e hijos. A partir de ese inicio de conversación, volverá la confianza y después seguramente saldrá a la luz la causa real del problema.

Los padres por su parte tendrán que aprender a escuchar al adolescente y dejar los consejos para mucho más tarde. Lo normal es querer explicarle las barreras profesionales que suponen las carencias académicas. Lo más común, por ejemplo, es que el mercado requiere personas bilingües y esos padres cuando eran pequeños desaprovecharon la oportunidad de aprender inglés. Los chavales rechazan estos consejos porque no los entienden ni les interesan. En un clima de confianza, cuando sus padres les demuestren que son de fiar, les escucharán y después acudirán a ellos ante un problema.

A su vez será necesario desarrollar “un sexto sentido” para encontrar el momento de iniciar conversación. Si llega echando humo de la calle porque se ha enfadado con un compañero no querrá ver a nadie. Es lógico y lo mismo les pasa a los adultos tras discutir con su jefe. Mejor dejar las preguntas para cuando se calmen las aguas.

Pactar metas alcanzables

Las notas suelen ser motivo de discusión. Suspender sistemáticamente debe hacer saltar todas las alarmas y tal vez sea la antesala de ese abandono definitivo. Al conseguir que retome sus estudios mejor pactar con el adolescente unos objetivos sencillos de cumplir que un imposible. En vez de pedir que apruebe todo de golpe será más realista que se centre en unas asignaturas básicas para que siga avanzando sin frustración. A partir de aquí será vital valorar su esfuerzo y no tanto el resultado. Es mejor premiar ese esfuerzo que castigar porque ese premio les sirve de revulsivo, a no ser que la meta sea inalcanzable para ellos.

Como ejemplo, Alejandro, un chico de 14 años y estudiante de 3º de la ESO, nos explica que en casa le han prometido una moto si sus notas al final del curso superan una media de 9. Piensa que si tras el esfuerzo que está llevando a cabo cada día solo llega al 7 no tendrá su premio. De este modo, se pregunta para qué esforzarse tanto la próxima vez si no va a conseguir su moto. Los padres tendrían que preguntarse si el objetivo era inalcanzable.

Poco a poco aparecerán los intereses con los que podría encauzar su futuro mientras termina de forjarse su personalidad y pasa la adolescencia. Descubrir sus capacidades y apoyarle para que las refuerce, en ello está la clave, lo mismo que en respetarle sin imponer.

Dar responsabilidades

Otro de los problemas de los adolescentes es que creen que tienen derecho a todo y no valoran esa educación que están recibiendo. Suele coincidir con que no tienen ningún tipo de responsabilidad, ya sea recoger su cuarto, hacerse la cama, sacar el friegaplatos o poner la mesa. Estas pequeñas tareas les sirven para ser conscientes del trabajo que supone cumplir con las obligaciones.

Es necesario educarles para hacerles responsables e independientes. Podrán quedar con los amigos cuando hayan cumplido con sus obligaciones en casa. Habrá que darles libertad para que se equivoquen sin soltar demasiado… Porque esas responsabilidades e independencia van unida a unos límites establecidos y a unos hábitos saludables.

Hacer una revisión de los métodos de estudio entre padres e hijos también les genera confianza. Cosas como dejar el móvil fuera de la habitación mientras estudian y respetar las horas de sueño para no dormirse en clase. Probablemente al principio el adolescente rechazará el apoyo de sus padres, pero después se sentirán mejor emocionalmente, lo que va unido a esa responsabilidad, a cumplir con sus tareas y conseguir aprender a controlarse en todos los aspectos. Puede que la familia necesite orientación o ayuda externa.

También es relevante que el hijo vea cómo sus padres se involucran e interesan por su colegio, por el día a día, responden a las llamadas de los profesores, acuden a las reuniones y a las tutorías. Es lógico que si los padres no se interesan por su ámbito escolar el hijo tampoco lo hará. Con paciencia y constancia esos chavales dejarán atrás la adolescencia y podrán emprender un futuro con más amplitud de miras junto a sus padres.