Más allá de los cuñados: guía para no hacer estallar la guerra con la familia en Navidad

  • Algunas Navidades las carga el diablo. Y los 'cuñaos'. Pero hay vida más allá de una cena desafortunada. La experta en resolución de conflictos Marina B. Palencia nos lo cuenta

Este no es otro artículo más sobre las Navidades. Bueno, tal vez sí, un poco, pero lo que no queremos es que sea un artículo de esos que solo contemplan dos posibles escenarios: que seas el duende delegado de Papá Noel, todo lucecitas y buen rollo y turrón de chocolate, o que seas la hermana mala de Mr Scrooge, una hater de tomo y lomo que no puede soportar la visión de la cabalgata de los Reyes Magos. Este, queridos y queridas Uppers, es un artículo que pretende contemporizar.

La Navidad es un periodo complicado que levanta muchas expectativas y muchas nostalgias, y que suele estar más cargado emocionalmente que ningún otro el resto del año. La celebración es ubicua; la obligación de sonreír y ser feliz, parece que también. Nos vemos abocadas y abocados a pasar tiempo con personas con las que no compartes demasiados ratos desde que abandonaste el hogar familiar. Se trata de gente a la que quieres y que te quiere, pero con la que, posiblemente, has dejado de compartir experiencias y gustos. Los pobres cuñados tienen muy mala fama y se han convertido en el chivo expiatorio de todos los chistes del mundo, pero a lo mejor el problema es tu hermana o tu hermano.

Mindfulness y empatía a tope

A la tercera vez que alguien te dice que a lo mejor ahí haría falta una mesita —dirigiendo la mirada al espacio minúsculo que queda entre la mesa del comedor y el sofá, donde podría, sí, ponerse una mesita de centro si quisieras destrozarte la espinilla—, empiezan a subirte unos calores iracundos por el cuerpo que ni todo el mindfulness de mundo sería capaz de aplacar. Incluso tu padre, al que adoras por encima de tus posibilidades, que ha apoyado siempre tu independencia, que ha aguantado tus traslados y que ha sido el más firme defensor de todos tus derechos como mujer frente a una retahíla de tíos machistas, te suelta un día "ya, pero es que no todos los hombres…". Y se armó la marimorena.

El secreto para controlar esta avalancha de emociones —esta, parecería, imposibilidad de no tener una discusión la noche en que estamos todos juntos al año— es la empatía. En realidad, la empatía es un secreto a voces que puede aplicarse con las misma alegría a cualquier entorno que involucre a cierto número de personas en conflicto. Es por ello que nos dirigimos a una profesional que, normalmente, se dedica al coaching empresarial para que nos oriente. Marina B. Palencia es consultora y coach en lnterManagement Group, una consultoría con más de 40 años en el sector y que se especializa en el desarrollo humano, la gestión de conflictos , la comunicación, la empatía y la asertividad. Todas las habilidades que nos parecen fundamentales para comerse una lubina y unos turrones en paz.

Palencia enfatiza la empatía: "Cito a Simon Baron Cohen, experto del departamento de Psiquiatría y Psicología Experimental de la Universidad de Cambridge, cuando digo que es la capacidad de identificar lo que la otra persona piensa o siente y responder ante sus pensamientos con una emoción adecuada". De ninguna manera se trata de huir del conflicto sino de ver en él "una posibilidad de enriquecerse y de comprender de manera más amplia diferentes puntos de vista. En eso consiste una gestión de conflictos acertada".

La chispa podría saltar por cualquier tontería, desde un chistecito algo desagradable hasta un recuerdo compartido de manera diferentes por las personas que lo vivieron, pero Palencia nos da algunas pistas para conseguir que la sangre no llegue al río:

  1. "Ver un desacuerdo como una posibilidad de ampliar tus horizontes y no un cataclismo personal". Vamos, que no hay que acabar relaciones porque alguien tenga argumentos para afirmar que Érase una vez en Hollywood es la peli más sobrevalorada de los últimos 10 años.
  2. "Entender que la gente puede no opinar lo mismo que tú". Sabemos que esto podría parecer una perogrullada, pero pensadlo: ahora resulta que tu hermana no cree que unas botellas de plástico más o menos no son importantes. Greta, ruega por nosotros,
  3. "Huir de las generalizaciones, que siempre hacen que las opiniones se radicalicen". Las sombras de gris son más que una serie de novelas de soft-porn: son los matices que permiten a las personas forjar sus opiniones y actitudes.
  4. "El objetivo de una discusión no es convencer a tu interlocutor/a, sino entenderlo/a". Los yankis utilizan ese famoso "agree to disagree", estar de acuerdo en estar en desacuerdo, que va fantástico si no se enuncia con displicencia.
  5. "No utilices el humor si el tema de la discusión es algo realmente importante para la otra persona". Reírte del o la otra en su cara: NO.

Reconocer el conflicto para superarlo

Las discusiones, además, tienen tendencia a alargarse más allá de lo razonable y acaban por aburrir a los otros comensales, así que la manera de terminar la conversación y poder pasar a otra que permita que la fiesta continúe en paz puede estar en ofrecer una tregua y hablar desde el yo: "Se puede optar por hacer un resumen de la conversación, lo que indicará que ha habido una escucha activa por tu parte, y concederá la importancia que se merece a tu interlocutor y después tratar de cerrar de una manera amable que no haga sentir a la otra o al otro que ha perdido", explica la psicóloga.

Se trata, en definitiva, de disfrutar de la velada y de la compañía de personas que seguro que tienen algo que aportar a tu vida, que en un pasado fueron importantes para ti o que quieres mucho, pero con quien no acabas de entenderte. Y si no, siempre tienes la opción de llenarte la boca de polvorones y fingir que no puedes hablar.

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