Simón Elías o las andanzas de un alpinista 'bisexual': "La montaña tiene más diversión que épica”
Guía de alta montaña, ha escrito libros como ‘Alpinismo bisexual’ y ‘Las ventajas de ser antipático’, en los que plasma con humor la vida en las cumbres.
“Quiero transmitir que el alpinismo es algo divertido, que tiene mucho de sinrazón. Quitarle hierro al asunto”, dice.
“Para mí estar en el monte es básico, fundamental, no podría vivir en un entorno urbano mucho tiempo”, afirma.
En su libro Alpinismo bisexual (Pepitas de Calabaza, 2013), el montañero riojano Simón Elías incluyó un relato de mismo título en el que planteaba lo natural que era, en altas cumbres y en los descansos de la escalada, marcarse lo que podríamos llamar un brokeback mountain: tener sexo con el compañero de tienda de campaña. “En las expediciones pasábamos mucho bromeando y creando situaciones de ficción que nos parecían divertidas”, explica. “Esta historia salió como un chiste que mantuvimos durante muchísimo tiempo, y al que íbamos añadiendo detalles. Ese libro es una especie de ejercicio de estilo, siempre con un tono desenfadado e irónico. En él me presento como un Borat de la montaña. Quería transmitir que el alpinismo es algo divertido, que tiene mucho de sinrazón. Quitarle hierro al asunto. Había muchos libros cargados de épica”.
Elías, de 49 años, es un alpinista diferente: otros presumen de sus logros, dotando a sus gestas de un halo heroico; él, por lo menos en ese libro, y sin omitir la dureza de su trabajo, en cierto modo lo desmitifica a base de ironía y humor. En sus propias palabras, hace “de lo épico algo estúpido, y de lo estúpido algo épico”. Otro ejemplo: tanto en Alpinismo bisexual como en Las ventajas de ser antipático (2018), aparece semidesnudo en portada. “Es una representación del clown de toda la vida”, explica. “Igual que otros payasos van con corbata y zapatones, en Alpinismo bisexual salía en tanga y en Las ventajas… me ha quedado una espina clavada: la idea era que el cuadro negro que cubre las partes se iba a poder rascar. Pero se complicó por cuestiones técnicas”.
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De profesión guía de alta montaña, Elías estaba predestinado a hacer que su vida girase en torno a cordilleras de vértigo. “Nací y me crié en la sierra, en Clavijo (La Rioja) y era casi lógico que acabase siendo alpinista y guía. Tuve la oportunidad de vivir en medio de la naturaleza, haciendo fuego y yendo a buscar las vacas, como los antiguos montañeros. Esa es la vida que he tenido siempre y sigo teniendo en España. Lo primero que hago es ir a buscar leña y encender el fuego. Eso me ha llevado a tener curiosidad por escalar y conocer otros macizos montañosos del mundo y compartir esa pasión con mis clientes”.
Define así su trabajo de guía: “Es una formación reglada, deportiva. Somos técnicos deportivos y llevamos gente a hacer escalada, esquí, alpinismo, escalada en hielo… Los últimos quince años he centrado mi actividad en Los Alpes, en Chamonix-Mont-Blanc, y soy miembro de la compañía de guías de Chamonix, la más antigua del mundo, y la más numerosa, pues somos 300 guías; es la cuna de la profesión. El alpinismo se inventó en el macizo de Mont Blanc. Por eso me mudé a Los Alpes durante una buena parte de mi vida”.
Es por ello que, de entre todas sus facetas, se describe ante todo como guía de montaña, “sobre todo cuando estoy en Los Alpes y estoy muy centrado en esa actividad, muy exigente físicamente”. De momento no se siente escritor. “Sigo haciendo mis pinitos, pero más que escritor soy guía y montañero, por ahora”. Escribe en casa; en la montaña toma notas. “Allí las condiciones son bastante duras. No hay tiempo para la reflexión. Otra de las cosas interesantes de la alta montaña es que un individuo, a base de estar allí, acaba teniendo un comportamiento muy instintivo, funcionando como un animal. Eso es incompatible con la escritura, que requiere de mucha reflexión y observación”.
Un estilo de vida diferente
Lo que más le atrae de su actividad extrema —muchos de sus amigos han fallecido practicándola— es el estilo de vida asociado. “Las hazañas quedan para momentos determinados de la vida. Lo que nos gusta a casi todos, y especialmente a mí, es dormir en una colchoneta, al raso, ver el amanecer, estar en comunión con la naturaleza, que aporta mucho al lado humano… Ese contacto directo hace que vuelvas. La dureza del espacio hace que eso sea aún más bonito, porque tienes que amoldarte a unas leyes no escritas, pero que son naturales y eternas, y con las cuales no hay mucha duda. Si hay avalanchas de piedras, has de cruzar cuando no da el sol; si hay mucho viento, sabes que no puedes pasar de una determinada altura… Así como hay muchas cosas de la sociedad moderna que no entiendo, este es un modelo que entiendo. Para mí estar en el monte es básico, fundamental, no podría vivir en un entorno urbano mucho tiempo”.
Las prisas de la vida moderna, las aglomeraciones de las ciudades… no van con él. Aunque normalmente encuentra un modo de adaptarse. “En una Gran Vía atestada en Navidad me sentiría bastante bien —dice— porque siempre habría un bar de cañas tranquilo donde apoyar el codo y tener una buena charla y reirte. Trato de aprovechar todo, como persona que ha pasado toda su vida en un entorno hostil. El mundo urbano y moderno no me desagrada. Hay obras de teatro fantásticas, conciertos…, pero hay otras cosas que me cansan, como las redes sociales, que abandoné. Lo de tener suscripciones para ver películas, series… Estoy desconectado de eso por decisión propia; vivo una vida bastante tradicional, en un sentido folclórico o etnográfico. Ahora mismo estoy en mi biblioteca, con la estufa, la conexión es mala… Busco una realidad no tan contemporánea, sino más básica”.
Un estilo de vida a veces difícil de compatibilizar con la estabilidad personal. “Debo hacer muchos viajes para intentar estar en la montaña y en la finca familiar, con mi madre; y con mi hija, que está en Francia, en la orilla sur del lago Leman. Yo creía que el hecho de vivir en Chamonix iba a ayudar a la conciliación, pero había toda una parte de mí que había dejado en España y que no tenía conmigo allí. Por eso ahora triangulo entre el lago Leman, Chamonix, donde tengo mi trabajo, y la casa familia donde vive mi madre. La vida te coloca en estas tesituras, y hay que ser alpinista, pero también padre, hijo, empresario y agricultor”.