Juanito Oiarzabal deja los ochomiles a los 65, pero no la montaña: "Una retirada a tiempo es otra victoria"

  • A punto de cumplir 65 años, esta leyenda viva del alpinismo (47 expediciones a las 14 cumbres más altas del mundo) ha decidido tomárselo con más calma

  • Hará varios documentales sobre su vida y expediciones a menor altura. El plan es también disfrutar de su hija Sanguita, su hijo Miguel y su esposa Araceli

  • Durante la conversación, repite una frase estremecedora: "Lo natural sería que yo también estuviera muerto y no aquí contándolo".

Siendo un crío, a Juanito Oiarzabal (Vitoria, 1956) ya le fascinaba la montaña y daba sus primeros pasos de escalada en su tierra alavesa junto a su aita Rufino. Pronto descubrió que lo suyo con el alpinismo no era un flirteo de adolescente. Se dispuso a aprender y de cada dificultad extrajo una lección valiosa que ha podido ir aplicando en sus 47 expediciones a las 14 cumbres más altas del mundo. Sin oxígeno adicional, con las manos desnudas y anteponiendo la ética a cualquier ego personal. De todos, su viaje más apasionante lo hizo en 2007 de vuelta a España de la mano de su hija Sanguita, una niña nepalí adoptada que hoy tiene 15 años. Su hijo mayor, Mikel, ha cumplido 21 y le acompaña en alguno de sus viajes. "Es un deportista completo y un tío muy entregado, pero tiene otros horizontes", dice de él con orgullo.

Es el hombre que más ochomiles ha subido en la historia del alpinismo. En 1995 se dio cuenta de que podía aspirar a las 14 cimas de más de 8.000 metros y cuatro años después, al alcanzar la cumbre del Annapurna, se convertía en el sexto hombre en conseguirlo. Es también el tercero que lo ha logrado sin oxígeno artificial. Su siguiente reto fue duplicar ese mismo desafío. Ha decidido parar a pesar de que solo le faltan dos ochomiles, pero eso no le resta mérito ni tampoco el récord mundial de ascensiones a estas montañas.

Dice que hay que vivirlo para saber qué mueve a alguien a jugarse el tipo escalando las montañas más complicadas o para describir exactamente cómo se ve la vida desde las alturas, con el mundo a tus pies en forma de diminutos puntos que apenas parecen moverse. "Solo sé que ahí arriba uno se siente muy bien, con una distancia prudente del mundo e incluso de uno mismo". Lo llama ganas, pasión y tal vez ese punto exacto de locura que media entre la prudencia y la osadía. No deja de preguntarse cómo es posible que siga vivo. Cuántas veces se habrá hecho esta misma pregunta en silencio Araceli, su esposa, mientras le esperaba en su casa de Betoño (Vitoria).

¿Has decidido escuchar a ese oído interno que te pide prudencia?

Es una decisión muy meditada. Siempre fui un alpinista arriesgado, dispuesto a superar cualquier límite si tenía un objetivo que me inspirase, nuevos retos y rutas alternativas. He conseguido 26 ochomiles, pero podrían haberse quedado en un número si no hubiera buscado la calidad. Yo no entiendo la victoria sin ética y soy consciente de que, a punto de cumplir 65 años y con mis achaques de salud, no podría pasar de los 7.000 metros sin oxígeno artificial. En la montaña no es fácil mantenerse vivo. Tienes que esquivar la muerte continuamente, por eso una retirada a tiempo es otra victoria.

Ahora tengo por delante tres documentales junto a mi hijo Mikel y Sebastián Álvaro, el director de 'Al filo de lo imposible', y el rodaje me exigirá volver a lugares como Pakistán, Nepal y Patagonia. Contaremos la mejor historia del mundo sobre la montaña.

¿Cómo describirías la sensación de estar en la cima?

Es vida. Llegar hasta ella hace que me sienta reconfortado, seguro, motivado y comprometido. Después de cada ascenso y de cada desafío logrado, uno respira profundamente satisfecho. Es más fácil vivirlo que contarlo. La montaña es belleza, desafío, libertad y fortaleza.

¿En algún momento has sentido que te dejabas la vida en ella?

En ocasiones he pagado el precio de querer superarme a mí mismo. Algunas montañas, como Dhaulagiri, se han cobrado muchas vidas y la imagen de esos compañeros que se han quedado en el camino vuelve una y otra vez. Es muy amarga, pero me obligo a aparcar esos sentimientos. He sufrido múltiples fracturas y he estado a punto de perder la nariz por congelación. En 2016, subiendo al Dhaulagiri, sufrí una embolia pulmonar que me obliga a medicarme.

¿El peor momento?

Uno de los episodios personales más crudos lo viví el 16 de junio de 2004 durante el desafío del K2, la segunda cumbre más elevada de la Tierra, después del Everest. La expedición formaba parte del programa de televisión 'Al filo de lo imposible' y participaban con él Edurne Pasabán, Juan Vallejo, Mikel Zabalza y cinco alpinistas más. Ese día debí haberme dado la vuelta, pero continué y fue el peor error. Sabía que estaba congelado, pero mantuve la calma. Fue un descenso agónico e inhumano. Acabé con los dedos amputados y tuve que aprender a volver a andar. En esa misma montaña once montañeros quedaron atrapados por un alud que les despojó de las cuerdas fijas.

¿De qué pasta está hecha un hombre que ha subido todos los ochomiles del mundo casi por duplicado?

Necesitas fortaleza y capacidad de adaptación, tienes que dominar el momento, imponerte a las circunstancias desfavorables, a las inclemencias del tiempo, a una avalancha, a una grieta que te encuentras de improviso. No puedes inclinar la cabeza, sino elevarte por encima de esas dificultades. Cada hazaña te hace más fuerte y te empuja a pensar qué desafío viene ahora.

¿En los malos momentos pesa más el dolor o el miedo?

Cualquiera de estos dos sentimientos pone tu capacidad al límite. Sobre todo, me he sentido en situación de vulnerabilidad. No puedes cometer ningún error y centrarte es complicado cuando estás agotado, falto de reflejos y deshidratado. Salir con vida requiere una mezcla de suerte y de resistencia física y mental. Ha habido momentos muy duros en los que la cabeza es lo único que me ha permitido resistir.

¿Esa necesidad continua de sobreponerte a la adversidad te hace más fácil soportar la vida o te ha vuelto frágil?

Me dicen que soy de armas tomar y sé que tengo un carácter fuerte que me ha permitido subyugar la montaña y sus peligros. Es una confianza que vas acumulando, pero una vez que piso el suelo soy consciente de mi fragilidad. Debajo de esta gran coraza hay un hombre comprometido con la vida y lleno de sensibilidad que ama a su familia y disfruta viendo crecer a sus hijos.

¿Qué consejos le darías a aquel Juanito adolescente que soñaba con llegar a la cima?

Le diría que le esperan años apasionantes muy intensos que le exigirán dar lo mejor de sí mismo física y mentalmente, que no se deje confundir por la euforia de la cima porque la bajada le puede deparar lo peor. Le recomendaría, sobre todo, que aprenda a agarrarse a la vida y nunca pierda de vista el privilegio de seguir vivo.

¿Se parece en algo tu alpinismo al que vemos hoy en esas montañas con expediciones comerciales?

No me gusta. Hoy todo el mundo sube al Everest de un modo relativamente fácil, con rutas programadas, con previsión meteorológica muy precisa, móviles, cuerdas fijas y botellas de oxígeno. No lo critico, pero no es el montañismo que yo amo. Pasará mucho tiempo para que una persona dé la segunda vuelta a los 14 ochomiles en las condiciones en las que yo lo he conseguido.