La intrahistoria de Sam Bartram, el portero que se quedó bajo palos sin saber que el partido se había suspendido por la niebla

  • El arquero inglés Sam Bartram permaneció 15 minutos en el terreno de juego sin saber que todo el mundo se había ido del campo tras la suspensión del partido por una densa niebla

  • Tuvo que avisarle un hombre de uniforme de que el partido había terminado

  • "Hace quince minutos que han suspendido el partido. ¡El estadio está completamente vacío!", le explicó

Ser portero en un equipo de fútbol implica llevar por dentro una dosis de impermeabilidad ante la soledad. Son ellos los que más tiempo pasan lejos de sus compañeros y los que celebran los goles solos mientras ejercen su labor, la de que la pelota no cruce la línea de gol. Es una de las posiciones menos vistosas en el campo, un trabajo trágicamente injusto; nadie se acuerda de ellos cuando lo hacen bien y todos les señalan cuando cometen algún error. Es, precisamente, en esa resignación donde reside la grandeza del guardameta: el más fiel, el menos aplaudido.

Y si hablamos de guardametas, es imposible no recurrir a una de las anécdotas más bizarras que se recuerdan en la historia del fútbol. No hablamos del dudoso escape de Jens Lehmann para orinar en medio del partido; tampoco del imperecedero escorpión del colombiano René Higuita. Hoy te contamos la historia de Sam Bartram, el portero inglés que se quedó defendiendo su portería durante 15 minutos sin que hubiese nadie en el terreno de juego.

Un día de Navidad de 1937

Era 25 de diciembre del año 1937, un día para estar en familia y disfrutar de todas aquellas personas a las que hace tiempo que no vemos. Pero en Inglaterra, el día de Navidad es sinónimo de fútbol; allí, la Premier League no descansa y es habitual encontrarnos con partidos por la tarde. Es aquello que llaman Boxing Day, una tradición prácticamente ancestral en el fútbol inglés. Aquel día se jugaba el derbi londinense entre el Chelsea y el Charlton Athletic.

Bartram era, por aquel entonces, el arquero titular del Charlton, el club de su vida en el que pasó toda su carrera futbolística, al estilo de los Steven Gerrard o Francesco Totti, jugadores de un solo club. El día se presentaba bien para las familias de Londres: comida familiar, té y de camino a Stamford Bridge para presenciar uno de los partidos más especiales del año. Pero aquella tarde vino con un invitado tan intangible como inesperado: una espesa niebla que dificultaba la visibilidad, especialmente en el caso de los guardametas.

Aunque no se veía a un metro de distancia, el colegiado del encuentro decidió que el partido podía disputarse. Sin embargo, tal y como contó el propio Bartram en sus memorias, el partido comenzó aunque bien es cierto que hubo varias interrupciones en los primeros compases, debido a la imposibilidad de que el juego tuviese lugar. Lo que sí reconoce Bartram es que el Charlton estaba dominando el encuentro. Pero de repente, algo extraño ocurrió.

"Cada vez veía menos y menos a los jugadores. Estaba seguro de que dominábamos el partido pero me parecía obvio que no habíamos marcado gol, porque mis compañeros hubieran vuelto a sus posiciones de defensa y yo habría visto a alguno de ellos. Tampoco se escucharon gritos de festejo", contó.

La primera parte se disputó con esas pequeñas interrupciones. Pero a la vuelta del descanso, el árbitro tomó la decisión de suspender el encuentro. Desde el cuerpo técnico hasta los jugadores, equipo arbitral y público, todas las personas que se encontraban en Stamford Bridge aquella lúgubre tarde de diciembre se marcharon a sus casas. Todos menos uno: Sam Bartram.

Según consta en su biografía, Bartram permaneció 15 minutos en la portería esperando a algún atacante, algún balón largo, algún defensa que volviese a su posición. Pero todo el mundo se había marchado. Al tiempo, un hombre de uniforme se acercó a él a comunicarle la decisión arbitral: "Hace quince minutos que han suspendido el partido. ¡El estadio está totalmente vacío!", le comentó.

Bartram regresó incrédulo al vestuario, donde todos sus compañeros le esperaban. Allí fue objeto de risas y bromas, en lo que décadas más tarde ha pasado a ser uno de los relatos populares más famosos del fútbol inglés y que, al mismo tiempo, esconde una realidad que debería ser tenida en cuenta para valorar más al portero: no hay nadie más fiel que ellos en el terreno de juego.