Quique Muñoz o las anécdotas de un enfermero rural: "Los vecinos tienen mi móvil, necesitan saberse escuchados"

  • Este profesional andaluz, a punto de cumplir 55 años, ha recopilado en su libro 'Historias de un enfermero rural' sus apasionantes 27 años en un pequeño municipio de Jaén

  • Después de cinco años en el hospital Reina Sofía de Córdoba, en la unidad del quirófano de urgencias, pidió el traslado a un pueblo para ejercer el oficio de una manera empática

  • En Begíjar (Jaén), es un vecino más y la mayoría tiene su número móvil para una emergencia a cualquier hora

Quique Muñoz (Córdoba, 1968) derrocha humanidad al hablar de su oficio de enfermero. Su historia son 3.000 historias al mismo tiempo, las mismas que los habitantes de Begíjar, el pequeño municipio de la comarca de La Loma, en Jaén, donde pasa consulta desde hace 27 años y ha decidido publicarlas en un libro que lleva por título 'Historias de un enfermero rural'.

Dada la situación de desamparo sanitario en la España vaciada, cabe intuir que este hombre debe de estar hecho de una pasta especial para elegir plaza en un entorno en el que escasea el personal, faltan medios y la población, por edad, está más necesitada de atención. Es la realidad que se vive en buena parte de los municipios pequeños y con la pandemia se ha agravado. No es que Quique haya descubierto el bálsamo que alivie estos males, pero está convencido de que la alegría con la que vive su vocación compensa con creces cualquiera de los inconvenientes.

La conexión es casi familiar

"Ser enfermero rural -nos dice desde Begíjar- es el mejor trabajo del mundo. La cercanía que me permite con los pacientes es muy gratificante y me facilita hacer un seguimiento muy estrecho de la salud de los vecinos. Después de tantos años, hay una conexión casi familiar muy positiva porque comparten conmigo muchas más cosas que un problema puntual de salud. Ellos lo agradecen de corazón, pero es a mí a quien me enriquecen como persona".

Esta es la razón que le llevó a esta localidad jienense. "No entendería la profesión sin ese trato humano cercano y empático, tan importante como un fármaco o la cura de una herida", insiste. Es enfermero, pero podría haber sido maestro rural y ejercer con la misma pasión. Fue su primer pensamiento a la hora de elegir carrera, con 18 años, pero se decantó finalmente por la Enfermería. Recuerda que en aquella época era una persona extremadamente tímida, si bien este rasgo lo fue aplacando y no le impidió sociabilizar, generar confianza, ser empático y cuidar el trato, tanto en las relaciones personales como profesionales.

Del quirófano de urgencias al campo

Empezó a trabajar en 1989 en el hospital Reina Sofía de Córdoba, en la unidad del quirófano de urgencias. "Me adapté bien a la dureza de las emergencias, pero, cuando estaba a punto de entrar en la unidad de trasplantes del hospital, pensé que el entorno rural podría encajar mejor en la idea que yo tenía de ejercer la enfermería. Entonces me trasladé a Baeza, el pueblo en el que me crie". Aunque le gustó, el tamaño -casi 16.000 habitantes- le hacían pensar que no era exactamente lo que él anhelaba y pidió nuevo destino. Esta vez fue Bejígar, a solo seis kilómetros, y resultó el definitivo.

"La enfermería rural -sigue explicando- permite un intercambio de afectos que difícilmente puede darse en un hospital urbano. A mí me ha dado la oportunidad de vivir situaciones muy interesantes desde el punto de vista médico, además de conocer a gentes extraordinarias. Al principio me interesaba por aprender la técnica para ser el mejor enfermero posible, pero con los años descubrí que la técnica y los conocimientos eran solo una parte del trabajo. El paciente necesita expresar sus miedos, liberar cualquier tensión, saber que va a ser escuchado, sentir que le importas". Admite que, solo a veces, también tiene que utilizar su mano izquierda con algún vecino para que siga sus consejos saludables o sea disciplinado con el tratamiento.

Disponibilidad absoluta por voluntad propia

Como cualquier otro enfermero, Quique tiene su jornada laboral marcada por un horario, pero casi sin darse cuenta ha ido dejando su número de teléfono móvil a aproximadamente el 97% de los vecinos. ¿El resultado? Jornada continua. Saben que pueden contar él las 24 horas del día los siete días de la semana. Su mujer, nos dice bromeando, no debe de estar muy conforme con ello, pero reconoce que son personas muy sensatas y lo hacen cuando se encuentran en un momento de extrema necesidad. "A veces esa extrema necesidad es una simple duda que para cualquier otra persona sería banal, pero a mí me da igual. Si alguien me llama es porque necesita que le atienda. Es mi manera de entender esta profesión".

'Historia de un enfermero de pueblo' nació de una manera casi espontánea. A pesar de que Quique acumula anécdotas que darían para todo un serial, señala que nunca se planteó escribir. "Pero llegó la pandemia y noté que esa distancia entre usuarios y sanitarios empezaba a calar negativamente en la gente. Los sanitarios no dejamos de trabajar, al contrario, pero el panorama era totalmente diferente. Encontré en la escritura una manera de compensar ese alejamiento y de hacerme presente, por lo que empecé a contar en Facebook historias sencillas de mis 33 años como enfermero. Entonces vi que gustaban, que la gente me seguía y que les interesaba conocer cómo se estaba sintiendo el personal sanitario. Eso me animó a seguir escribiendo".

Le animó encontrar un fin benéfico para su libro

Con la pandemia más o menos bajo control, un día se le ocurrió releer uno de sus primeros relatos y se emocionó. Pasó al siguiente y de nuevo le tocó la fibra. Así uno por uno. Animado por un amigo, se decidió a escribir un libro de relatos cuyos beneficios irán íntegros a la asociación El Mundo de Namu, que se dedica a investigar la leucemia mieloide infantil. Recopiló lo que ya tenía escrito, lo amplió dándole "un poco de aire fresco" y añadió nuevas historias. Le impulsó aún más poder dar a su publicación una finalidad benéfica.

No vamos a hacer spoiler ni a revelar detalles que merece la pena descubrir en sus páginas, pero el autor comparte con Uppers algunas líneas en las que se percibe su sensibilidad y la delicadeza con la que se acerca al paciente. Describe, por ejemplo, cómo el uso de mascarillas obligó a aprender a hablar con la mirada y a leer los sentimientos en los ojos. "Cada mañana leo en vuestros ojos ansiedad, tristeza, nerviosismo, hartazgo. Y cuando se aproxima el mediodía, encuentro que esas miradas me dicen miedo", escribe en un capítulo. A esa hora, durante la pandemia, empezaba el ritual de enfundarse la bata impermeable blanca, los dobles guantes y la pantalla de protección facial para dirigirse hacia "la ruleta rusa de saber si la persona que tenemos junto a nosotros daría positivo o negativo en la prueba de antígenos". Cuenta también cómo ese mismo sudor que leía en la mirada de los demás lo sufrían los sanitarios cada vez que un compañero caía contagiado.

Una urgencia a punto de hincar el diente a la cena

En otro capítulo relata con todo tipo de pormenores y echando mano del sentido del humor lo que significa cubrir una urgencia cuando uno está a punto de hincarle el diente a un solomillo y una llamada le obliga a mirar "el plato con aire de triste despedida". Y señala: "Alguien está luchando para que llegue un poco de aire a sus pulmones. ¡Y yo pensando en llenar el estómago!" A pesar de los años de oficio, no puede evitar que las sirenas le sobresalten desde que empiezan a sonar. "Cuando una vida está en nuestras manos, eso pesa mucho".

En el libro abundan esos momentos duros en los que ha tenido que enfrentarse a escenas de mucho dolor, a circunstancias en las que, médicamente, poco se podía hacer y, sin embargo, sabía que aún tenía mucho que dar. "No puedo fallar ni a esa persona que está viviendo el final de su vida ni a las personas que la acompañan. En ocasiones, los sanitarios no podemos hacer nada para alterar ese futuro marcado a fuego. Pero sí podemos conseguir que el camino sea más humano".

Los vecinos han acabado convirtiendo el libro en un homenaje a su héroe y él está aprendiendo a digerir las muestras de cariño. "Hacía mucho tiempo que no sentía unas emociones tan intensas", concluye.