La importancia de comer carne blanca, una aliada en la lucha contra el colesterol

  • Los expertos aseguran que los efectos adversos que se han atribuido a la carne roja no se han encontrado en la carne blanca.

Sabemos que hay carne blanca y carne roja. La distinción se realiza comparando los tonos de las carnes en crudo. La carne blanca suele pertenecer a animales de dos patas pero no siempre es así, la carne de conejo es blanca y la de avestruz roja.

Las consideradas carnes blancas son el pollo, el pavo y el conejo. Éstas son las más consumidas. La característica nutritiva principal de las carnes blancas es su bajo aporte graso, ya que contiene menos del 10% de grasa por cada 100 gramos de carne. Además, son una gran fuente de proteínas, esenciales para el aporte de aminoácidos que ayudan al desarrollo de los tejidos corporales. Por tanto, tomar carne blanca es muy recomendable y no debe ser considerado un alimento a eliminar en periodos de dietas de adelgazamiento.

Además de proteínas, aportan vitaminas del complejo B (encargadas de proteger el sistema nervioso), minerales como el hierro, el fósforo o el zinc y poca grasa. Para garantizar esto último, conviene no tomar la piel, que es donde se concentra la mayor parte de grasa.

La carne roja (caballo, vaca, buey; animales de caza y las vísceras) tiene un mayor contenido en hierro, por lo que supone un buen aporte férrico. A pesar de ser una buena fuente de proteínas, vitaminas y minerales su consumo debe ser ocasional. Por tanto, es recomendable tomar carne blanca que roja. La Sociedad Española de Nutrición Comunitaria (SENC) recomienda entre 3 y 4 raciones a la semana de carne blanca y sólo de forma ocasional, unas 2 o 3 veces al mes, se recomienda incluir carnes rojas.

Otro aspecto a considerar es la forma de cocinarla. Se recomienda evitar cocinar la carne durante un periodo prolongado y a altas temperaturas o exponerla directamente a las llamas por ejemplo en barbacoas, retirando y evitar siempre consumir las partes quemadas de la carne.

Los expertos aseguran que los efectos adversos que se han atribuido a la carne roja no se han encontrado en la carne blanca. De hecho, se la considera buena aliada de la alimentación saludable. Según un artículo publicado en Archives of Internal Medicine en el que se analizó a medio millón de personas, hay una relación inversa entre el consumo de carne blanca y la mortalidad total, y esa relación inversa sigue dándose si se analiza solo la mortalidad por cáncer, tanto en hombres como en mujeres.

Para sustituir la fuente de proteínas que es la carne roja, las carnes blancas son una buena opción. No solo por sus proteínas de fácil digestión, sino también por sus lípidos insaturados, los minerales que contiene (hierro, cinc, cobre) y las vitaminas del grupo B que proporciona. Por eso se la asocia con menor riesgo de obesidad, enfermedades cardiovasculares y diabetes tipo 2.

El consumo de carne blanca también afecta al nivel de colesterol en sangre. Un nuevo estudio demuestra que los efectos de la carne blanca y la roja "son idénticos cuando los niveles de grasa saturada son equivalentes".

Los autores de esta investigación, realizada por científicos del Children's Hospital Oakland Research Institute de Estados Unidos, explican que "cuando planteamos el estudio, esperábamos que la carne roja tuviera un efecto más adverso sobre los niveles de colesterol en sangre que la carne blanca". Sin embargo, añaden que "nos sorprendió que no fuera el caso".

Asimismo, los investigadores también han observado que restringir la carne, tanto la roja como la blanca, es lo más recomendable para reducir los niveles de colesterol. Anteriormente se focalizaba sobre todo en el consumo de carne roja, pero con esta investigación, la restricción se recomienda también sobre la blanca.

Las grasas saturadas aumentan la concentración de colesterol LDL o 'malo' en el torrente sanguíneo y si esta sustancia nociva se acumula en las arterias, el resultado podría ser un ataque al corazón o un derrame cerebral. Las grasas saturadas, la mayoría de las cuales provienen de fuentes animales, incluyen mantequilla, grasa de vaca y piel de ave.