Cocaína a los 50: cuando llevas más de tres décadas enganchado

  • Hablamos con Raúl y Santiago, mayores de 50, ambos enganchados desde hace décadas a la coca

  • Raúl (55): "Al principio potenciaba las noches de juerga... ahora es una adicción y algo totalmente íntimo y oculto”

  • Santiago (52): "Todavía no hemos intentado dejarlo en serio, pero creo que de aquí a un tiempo va a ser inevitable"

“Todo comienza como una gran fiesta y un desmesurado entusiasmo juvenil para acabar siendo una peligrosa y solitaria afición que niegas llamar adicción”. Así comienza su relato Raúl, sentado, tranquilo y mirando a los ojos de su interlocutor. Ha accedido a contarlo, aunque pide guardar su anonimato. Su vida es como la de cualquier otro, no le van mal las cosas, pero desde hace más de 30 años la cocaína forma parte de su vida.

Otra ciudad, otra persona, la misma generación, el mismo problema. Santiago no puede dejar de drogarse para buscar el subidón más grande cuando practica sexo. Estos son sus testimonios.

La cocaína es la droga estimulante ilegal más consumida en Europa.

Según revela el último informe presentado recientemente por el Observatorio Europeo de las Drogas y Toxicomanías, más de 2,6 millones de jóvenes europeos entre 15 y 34 años la han consumido en el último año. Reino Unido, Países Bajos, Dinamarca, Francia, Irlanda y España son los países donde mayores cantidades de esta droga se ha detectado en los estudios de aguas residuales. España, Italia y el Reino Unido concentran casi tres cuartas partes (73%) de los pacientes que inician tratamiento especializado relacionado con la cocaína en Europa. Estos son los datos, pero ¿cómo es la vida de cada individuo enganchado a la cocaína, y qué sucede cuando cumples 50 años y sigues consumiendo?

De la fiesta a la intimidad

Raúl cumplirá 56 años en unos meses. Es madrileño, pero vive en Barcelona desde hace dos décadas. Actualmente trabaja como alto ejecutivo de una gran empresa multinacional en esa ciudad (con ingresos de 100.000 euros anuales). Está casado y no tiene hijos.

Comenzó a fumar hachís en la adolescencia. Un poco más adelante, superada la mayoría de edad, experimentó con otras drogas como el LSD, éxtasis y la cocaína. Mientras las primeras resultaron aventuras pasajeras, la última sigue presente en su vida.

Asegura que se adentró en el mundo porque, en aquella época (el inicio de los años ochenta) el uso de drogas otorgaba un cierto prestigio social. “Al principio, me gustaba la euforia que producía, potenciaba las noches de juerga y era un punto para ligar. Si encontrabas a una chica que te aceptaba una invitación a 'farla', tus posibilidades de follar aumentaban exponencialmente ese día. Han pasado muchos años y ya poco tiene que ver con toda esa fiesta. Ahora es una adicción y algo totalmente íntimo y oculto”, explica Raúl.

Desaparecer un par de días

Hubo un cambio significativo al final de los noventa cuando llegó a Barcelona. En esa época empezó a consumir habitualmente en la casa del camello. Se podía pasar allí hasta dos días seguidos, metiéndose tiros sin parar y sin dormir. “Yo no sé meterme un par de tiros y pasar del tema. Cuando me pongo, me tengo que meter, por lo menos, tres gramos”, confiesa.

Antes compraba directamente a las putas, pero con la mierda que están dando por ahí, ya no me atrevo

Su forma de consumir es peculiar, aunque no infrecuente. Cuando se ve muy agobiado, desaparece unos dos días y se va en busca de sexo y drogas a algún prostíbulo de la Ciudad Condal. “Antes compraba directamente a las putas, pero con la mierda que están dando por ahí, ya no me atrevo. Ahora, quedo con un camello, que me merece un poco más de confianza, aunque lo cierto es que la calidad deja siempre mucho que desear…” continúa Raúl.

El gramo de cocaína en la calle cuesta unos 60 euros. Desde hace muchos años este perfil de consumidor utiliza camellos que le llevan su dosis al lugar que ellos le indican, estén donde estén, bien en una tertulia después de una comida o a su propia casa. Un telefonazo o un WhatsApp y en menos de 15 minutos hacen la entrega.

En su día a día Raúl lleva una vida muy ajetreada, propia de un ejecutivo de su rango, hace una vida social que define como normal y, aparentemente, su matrimonio se ha acostumbrado a sus esporádicas desconexiones, aunque expresa que en muchas ocasiones tiene serias dudas de que vaya a durar mucho más.

Dejarlo

“¿Que si he intentado dejarlo? Por supuesto. Hace unos años ingresé un mes en un centro de desintoxicación de mucho renombre. Me cobraron una pasta y salí limpio. Me duró casi un año, pero volví a caer”.

Raúl concluye nuestro encuentro pensativo e intranquilo. Las desapariciones se han ido espaciando en el tiempo, y ahora pueden ocurrir cada seis meses. Pero, cuando sucede, se convierte en una auténtica locura que, a estas alturas de la vida, le preocupa profundamente por los riesgos que conlleva para la salud física. A eso hay que añadirle todos los sentimientos de culpabilidad y frustración que esta situación le generan.

"Follar como en mi vida"

Santiago es directivo de una empresa del sector sanitario en Madrid (cobra 60.000 euros al año). Este verano cumple 53 años. Se crió en su Ávila natal y, como no quería estudiar una carrera, a los 19 años se marchó a vivir a Londres para perfeccionar su inglés. Allí se abrió un mundo para él. Aunque a su alrededor muchos de sus amigos consumían drogas, nunca despertaron su curiosidad. Lo suyo eran las copas y ligar con mujeres. Unos años después volvió a España y se estableció en Madrid. Comenzó a trabajar de comercial y, entre su innato don de gentes y el manejo del inglés, su carrera despegó rápido. Casi en la treintena conoció a la que hoy es su mujer. Al contrario que él, ella sí sentía debilidad por las drogas; fumaba hachís.

“Al principio, ella fumaba porros y yo no, y a mí no me importaba mucho aunque no me gusta el olor del tabaco. Luego llegó el viaje a Ibiza. Allí probé los éxtasis. Nos comíamos uno, luego nos íbamos de marcha y después, a follar como en mi vida. Eso me gustó mucho. Entonces alguien me dijo que si me gustaba eso, debería probar la coca. Empezamos poco a poco pero en dos años ya nos pasábamos todo el fin de semana puestos y acabábamos follando como locos cuando estaba amaneciendo”, recuerda Santiago.

Consumir a los 52 años

En los últimos años, los fines de semana para Santi comienzan los jueves. Los viernes le cuesta dios y ayuda ir a trabajar, pero nunca falla. En el trabajo también ha conocido gente con vicios como el suyo, y ahora forman parte de su círculo de amigos. La verdad es que profesionalmente parece irle bien. No puede decir lo mismo de su vida familiar. En los seis o siete últimos años nos cuenta, que las crisis de pareja se han vuelto tan recurrentes que rayarían la monotonía si no fuera porque cada una es vivida como una tragedia.

Los lunes por la mañana cada vez noto más como se cae el mundo encima

Santiago ha hablado muchas veces con su mujer sobre la necesidad de parar la dinámica de consumo, pero nunca lo han llegado a materializar, según dicen porque nunca se ponen de acuerdo en el cuándo.

“A mí, la verdad es que, aunque me deje muy cansado, ponerme me encanta. Me lo paso bien, socializo con amigos, nos divertimos…”, mantiene Santiago. Aunque reconoce que “los lunes por la mañana cada vez noto más como se cae el mundo encima. Todavía no hemos intentado dejarlo en serio, pero creo que de aquí a un tiempo va a ser inevitable”.