La regla de los 10 años: por qué hay que cambiar algo gordo de tu vida cada década

En muchas ocasiones somos completamente conscientes de que no somos del todo felices, pero aun sabiéndolo, en la mayoría de las ocasiones no hacemos nada por darle una vuelta a eso y llegar a alcanzar esa felicidad completa que todos buscamos, pero a la que no todos somos capaces de llegar. Por eso mismo, hay expertos o gurús de la felicidad que establecen que hay que cambiar de vida, más o menos, cada diez años. No radicalmente, claro está.

¿Por qué es bueno cambiar?

Un artículo de Psychology Today lo explica. En él exponen que el médico e investigador David Sackett estableció que, una vez alguien se convierte en experto en algo, se debe dejar a un lado este aspecto del ámbito laboral. ¿Por qué? Según su razonamiento, estos expertos retrasan el progreso porque ya produjeron sus ideas antes de que fuesen aceptados o nombrados como expertos y, tras llevar ese título, se pasan el resto de su carrera y vida defendiendo sus ideas anteriores. Esto hablando generalmente, claro, no siempre tiene que ser así.

Como consecuencia, Sackett pensaba que estos expertos no tienden a ayudar al progreso o a los más jóvenes a que aporten nuevas ideas. Por eso mismo, cree que una vez se domina un campo, se debe pasar a otro que incluso pueda ser más importante y te permita reinventarte, no dormirte, estar siempre alerta de lo que ocurre, aprendiendo. Según su razonamiento, no es necesario ser experto en lo mismo durante toda la vida.

¿Renovarse cada 10 años?

Renovarse o morir podría ser la conclusión de este experto que aboga por cambiar lo que hacemos o la forma de vivir cada diez años aproximadamente. No tiene que ser una década exacta, ya que cree que, por ejemplo, si a los cuatro años no nos va bien, hay que tomar otro rumbo cuanto antes, al igual que si llevamos 12,13 o 14 años en un trabajo y estilo de vida que nos va bien, ese cambio puede posponerse. No todo es exacto, pero sí que puntualiza que, tarde o temprano, hay que hacer ese cambio por mucho que queramos retrasarlo.

De esta manera, se establece que no solo hay que hacer cambios tras un fracaso, también cuando el éxito toca a nuestra puerta. Obviamente esto último nos da seguridad y tranquilidad, pero arriesgar nos permite avanzar como personas, trazar nuevos objetivos y marcar metas que antes no teníamos en nuestro radar y que nos empuja a salir de nuestra zona de confort.