Luis G. Rojas, psiquiatra: "El hombre libre no está triste, no es adicto y no es violento”

  • En 'Vivir más libre' el psiquiatra Luis G. Rojas aborda una cuestión medular: ¿qué es ser libre y qué nos esclaviza?

  • "Las personas más libres son las personas que más aman"

  • "¿Quiere usted ser más libre? Contrólese y siga una rutina diaria"

Todos aspiramos a ser libres, a ser dueños de nuestras decisiones y nuestras acciones. Pero la aspiración es una cosa y el llevarla a la acción, otra. Cada día, distintas circunstancias, personas y voluntades se interponen entre nosotros y lo que considerábamos nuestra libre elección. ¿Significa que somos menos libres? ¿Qué nos esclaviza de verdad y cómo no caer en la trampa de los deseos? Luis Gutiérrez Rojas, profesor de Psiquiatría en la Universidad de Granada, esboza los principios de la verdadera libertad en 'Vivir más libres' (Vergara), la guía que puede servir "a todos aquellos esclavos que creen que no pueden dejar de serlo".

La primera pregunta es inevitable: ¿cómo define la libertad?

Si preguntamos a cualquier persona de la calle qué es la libertad, seguramente diría que ser libre consiste en hacer lo que me da la gana, lo que me place, lo que me gusta, me apetece y en todo momento quiero hacer. Pero si uno piensa en ese concepto de libertad, se dará cuenta de que si uno está haciendo todo el día lo que le apetece, engordará. Quiero decir que al final se acabará atrofiando, acabará haciendo cosas que no debe. Le costará mucho elegir lo correcto.

¿Qué es, entonces, ser libre?

Si uno se plantea la libertad como la capacidad que uno tiene para hacer el bien, se dará cuenta de que es una definición que, desde el punto de vista antropológico, es muchísimo más sana porque cuando uno hace lo correcto y elige el bien, lo bueno, lo verdadero, lo bello, curiosamente va a crecer y va a ser cada vez más libre. Cada vez le va a costar menos hacer eso que es bueno para él. A la inversa, si uno solo elige lo que en todo momento le gusta, cada vez le va a costar más enfrentarse a lo que le disgusta. Si una persona va a hacer siempre lo que en ese momento le place, cuando tenga que enfrentarse en la vida a aquello que le genera esfuerzo o dolor, abnegación o sacrificio, va a sufrir muchísimo más.

¿La libertad no es, por tanto, colmar los deseos?

Depende de los deseos. Si el deseo es saber más, estudiar más... Hay buenos deseos y malos deseos. Y hay deseos que al colmarlos me hacen peor. Si yo deseo robar un banco, corromperme, hacerle daño a alguien o vengarle, puedo colmar ese deseo, pero me va a hacer mucho menos libre, y, además, va a hacer menos libre a los demás. La libertad es colmar los deseos cuando esos deseos son buenos.

¿Para qué queremos ser libres?

Cada persona tiene que hacerse esta pregunta. A diferencia de los animales, los seres humanos somos bípedos racionales. Tenemos una parte animal y una parte racional. Somos los únicos seres vivos del universo que tienen capacidad de ser libres. Las plantas no lo son, los animales, tampoco. Solo siguen sus instintos. Pero el ser humano es libre para elegir una u otra cosa. ¿Para qué queremos ser libres? La respuesta a esa pregunta es nuclear en la vida de las personas y la hacemos continuamente: ¿qué quieres ser? ¿Qué quieres hacer con tu vida? Es una pregunta clásica que hacemos en consulta. Hay muchas personas que saben responderla, pero las personas que no puedan hacerlo difícilmente alcanzarán la libertad.

En el libro se dice “Nuestra sociedad capitalista parece ser una fábrica de esclavos”. ¿Qué tiene para esclavizarnos?

El capitalismo tiene algo que engancha claramente con la naturaleza humana: colmar continuamente los deseos que ella misma nos genera. ¿Cómo lo hace? A través de la publicidad, de tal forma que cuando uno está viendo un anuncio de televisión nos están diciendo "esto es lo que yo quiero: este viaje, este ordenador, estas zapatillas..." En lo que se basa la publicidad es precisamente en generar deseos y nos impacta a través de las redes, de los whatsapps, de los anuncios...

¿Qué problema tiene eso?

Per se no tiene nada malo, pero el problema es que nos hace consumistas. Es decir, hace que nuestra vida sea trabajar para ganar dinero y consumir, para saciar un deseo que siempre será insatisfactorio porque cuando uno consigue lo que quiere se da cuenta de que eso que tanto deseaba, ese viaje, ese coche, esa casa... tampoco sacia tanto. El ser humano está diseñado para cosas muchísimo más grandes. Se siente más saciado por el amor a las personas que por lo material. Por eso nos hace esclavos: el capitalismo no nos pide que amemos a las otras personas. Nos pide que nos amemos a nosotros mismos a través de las cosas materiales. Quiere que nos apeguemos a lo material; en cuanto estemos obsesionados con la hipoteca, el viaje o no se sabe muy bien qué, dejaremos de ser libres. No podemos estar en dos cosas, en el dinero y en las personas. Uno no puede estar deseando hacer el bien a los demás o deseando comprarse un coche más grande.

Un capítulo del libro lleva por título: “El hombre libre no está triste, no es adicto y no es violento”. ¿Puede explicar cómo se relacionan esos conceptos?

¿Cuáles son los enemigos de la libertad? ¿En qué situaciones una persona pierde su libertad? Creo que corresponde a tres realidades muy frecuentes. La primera es la tristeza, entendida como la tristeza patológica, a verlo todo de manera negativa y a caer en el pesimismo antropológico, en pensar que si todo puede salir mal, saldrá mal, y en tener una visión catastrofista de la realidad, lo que supone fijarse siempre en las cosas que no funcionan, que son numerosas, pero si nos fijamos en las que funcionan, veremos que son todavía más numerosas. Sobre las adicciones, una adicción es algo que sé que me hace daño y no puedo dejar de hacerlo. Pensemos en la ludopatía, en la adicción al sexo... Te dirán que quieren dejarlo, pero que no saben cómo hacerlo. Esta es la quintaesencia de la esclavitud y de la pérdida absoluta de la libertad.

¿Y respecto a la violencia?

La persona que no tiene libertad de pensamiento, que no es capaz de argumentar, que no es capaz de argumentar lo que piensa, cuando otro piensa distinto, actúa con violencia, a veces por nimiedades. Estas personas son intolerantes hacia los que piensan distinto, quitándole su libertad de expresión. Eso es profundamente liberticida. Veámoslo a la inversa, la alegría, la libertad de movimientos y ser una persona pacífica son tres características de nucleares de las personas libres.

Vivimos un tiempo en el que las relaciones sentimentales se declinan de muchas maneras. A la pareja tradicional le siguen la pareja abierta y el poliamor. ¿Este tipo de relaciones interfieren en su idea de libertad? ¿Son compatibles la libertad y el amor?

Cuando uno habla de poliamor parece que está hablando de algo muy moderno. Parece que se inventó en 'First Dates'. Eso es bastante absurdo y demuestra que no se ha leído mucho. La poligamia lleva siglos entre nosotros, no digamos nada del movimiento hippy con "hacer el amor y no la guerra" o de la simple infidelidad que tan bien se ha retratado en la literatura (estoy pensando, por ejemplo, en 'Las amistades peligrosas'). ¿Qué problema hay? Al final, hay personas que piensan que atarse a alguien, tener una relación de compromiso con alguien, es propio de personas que han perdido su libertad. ¡Menuda visión del compromiso! Es una visión paniaguada. Las personas más libres son las personas que más aman. Y ese amor nos tiene que llevar a una responsabilidad.

Sin embargo, algunas personas piensan que tener una relación fiel con otra persona nos quita libertad.

Nos hace tener que ejercer un compromiso, pero a la larga nos da más. Querer mucho a todo el mundo es no querer a nadie. Estas personas que quieren tener relaciones abiertas son profundísimamente egoístas, lo que anteponen es el placer, el hedonismo, al compromiso. Nadie que hace eso consigue nada bueno. Si yo puedo tener una relación con quien quiera sin compromiso ninguno, esas personas no son más felices, más alegres ni tiene relaciones más satisfactorias porque al final se dan cuenta de que se han elegido a sí mismos. Todo lo que en esta vida merece la pena (la formación, el trabajo, crear una empresa, fundar una familia...) a la larga da más de lo que quita.

¿El amor está ligado a la renuncia?

Pretender conseguir el amor sin sacrificarse es querer coger una rosa sin espinas. El amor verdadero está intrínsecamente unido a la renuncia. Suena contradictorio, pero es así.

El libro arroja también una idea aparentemente contradictoria: la libertad y la disciplina. ¿Por qué para ser libres hay que seguir una rutina?

Si quiero tener un dominio sobre mí mismo, con capacidad para decidir, para controlar la impulsividad, para tener una estabilidad emocional, consigo levantarme temprano, mantener un horario, dedicar una hora de estudio y otra de deporte... Para todo ello, hace falta la disciplina. Es fundamental en la vida y se nos inculca en la educación. Cuando educamos a un niño le decimos qué tiene que hacer para que mejore. Esa disciplina es clave para la libertad. No hay nadie más libre que el que dice que hará algo: "Terminaré lo que me pides", "cumpliré los plazos"... El que no tiene esa disciplina vive una vida de trastorno de la personalidad, una vida caótica, impulsiva, cambiante e inestable que produce un sufrimiento en el que la vive brutal. ¿Quiere usted ser más libre? Contrólese y siga una rutina diaria.

La libertad no se improvisa, sino que se trabaja cada día con las que usted llama "microdecisiones". Cuando somos padres, cómo podemos hacer que nuestros hijos aprendan a decidir bien a su pequeña escala?

Es más sencillo de lo que parece. No pongamos en los hijos grandes metas diarias. No hay que ser ingeniero, aprender inglés y ser un gran futbolista. Planteémonos conquistas diarias: "Baja la basura, haz tu cama, apaga la tele, deja el móvil..." Una familia en la que los hijos no tengan unas obligaciones es una familia muerta porque los hijos se van a convertir en pequeños tiranos. Quien consigue las cosas sin esfuerzo, regaladas, no las valora. Curiosamente, los niños que vive tan bien y que tienen solucionados sus caprichos a golpe de clic son impacientes, agresivos, crueles en sus comentarios. Para que una persona valore las cosas es imprescindible que se las gane y les cueste un esfuerzo. Todos los días podemos tomar decisiones para ser más libres o para ser más esclavos.

Imaginemos a un lector que después de leer su libro descubre algo que jamás había imaginado: es una persona esclava. ¿Hay manera de solucionarlo? ¿Cómo podemos vivir más libres?

Todas las personas somos esclavas de alguna forma, no hay que angustiarse. La libertad no se alcanza jamás. Sería un poco ridículo decir "soy cien por cien sano" o "ya no se puede ser más inteligente o más bueno". Todas las cosas buenas de la vida -el bien, la belleza, la verdad y la libertad- son totalmente inalcanzables. Todos los días nos pasan cosas y tomamos decisiones. Todos los días crecemos y decrecemos. Pero podemos ir creciendo cada día para ser más libres o decreciendo para ser más esclavos. Si queremos ser más libres, primero tenemos que saber dónde tenemos el problema, la adicción o el comportamiento que me incomoda. Hay que empezar poco a poco, las microdecisiones nos harán ir revirtiendo un comportamiento que me hace daño. El problema es pactar con ese defecto, pensamos, como decía Alaska, "yo soy así, nunca cambiaré". Si una persona pacta con su esclavitud, no puede quejarse, pero no alcanzará un estándar alto de bienestar. Detectemos lo que nos esclaviza, luchemos contra ello, pidamos ayuda y crezcamos en libertad.