Póngase a la cola: cuando el placer no tiene ganas de esperar

  • No volveremos a ser felices. Al menos, no hasta que los recados, los deseos, las gestiones... la vida, en fin, deje de hacer cola y esperar turno. Así lo cuenta Juan Tallón en este nuevo artículo

Cerca de casa hay una pequeña mercería. Pequeñísima. Lleva ahí toda la vida. Nunca me coincidió pasar por delante y ver clientela en el interior. Es un negocio que se acostumbró al vacío. No necesita a la sociedad. Pero esta semana casi me caigo de culo al advertir que había dos personas haciendo cola a la entrada. Es verdad que el mundo ha cambiado mucho, pensé. Y aquella fue solo una señal. La semana anterior, mientras aguardaba turno en la fila de las cajas del supermercado, un jubilado preguntó a una joven si podía adelantarla. Ella tenía cuatro o cinco artículos en la cesta y él solo una botella de aceite. La joven lo miró de arriba abajo, muy despacio, seguramente preguntándose a dónde iba con tanta prisa. Al fin retiró los auriculares de las orejas y le respondió: "No". Confieso que me reí. Eso me pareció otra señal.

Hacer cola para todo, con la desescalada y la nueva normalidad, empieza a volverse rutinario e insoportable. Se te cae el alma a los pies. No te importa esperar para conseguir unas entradas para un concierto, acceder al teatro o pedir unas cervezas. Solo faltaría. Pero, ¿para todo lo demás? ¡Qué vivimos en los tiempos de la velocidad y la inmediatez! ¡Y podemos morir mañana! ¡Sí, tenemos prisa, qué pasa! Después de todo, no somos británicos, que tienen en la fila –en la fila civilizada– una de sus señas de identidad. Hace tres años, el University College de Londres publicó un estudio que fijaba cinco minutos y 54 segundos el tiempo que los británicos son capaces de aguantar haciendo cola antes de empezar a resoplar y al cabo abandonarla.

Elogio de la prisa

Pensábamos que, después de una mala época, caracterizada por el estrés y el vértigo, llegaría el turno de la lentitud: la meditación, la slow food, los retiros espirituales, el turismo rural, el yoga, el hilo musical, los tratamientos de belleza y bienestar personal… Fue un espejismo. Hay muchas cosas que hacer, la vida es breve y quieres hacerlo todo sin someterte a esperas. En caso contrario, el deseo decae, la existencia se vuelve fastidiosa y tu ánimo se frustra.

Cuando quieres algo, en los tiempos que corren, se supone que lo quieres ahora mismo. Ya en 1989 Vicente Verdú decía a propósito del último libro de Umberto Eco que "lo importante no es comprar 'El péndulo de Foucault', sino comprarlo a toda prisa. ¿Qué podría pensarse de alguien que en el mes de mayo del año que viene se nos acercara con la noticia de que acaba de leer la última novela de Eco? ¿La última novela de Eco? ¿A qué podría referirse el interlocutor? ¿No le sería mejor callarse?" Pues eso. Los individuos hemos sido convocados a esta vida para responder lo antes posible a lo mucho que se nos ofrece.

Pero de pronto, como digo, hay que esperar en todos los negocios, oficinas, despachos. Ante la oferta de experiencias y objetos que la vida nos oferta, nos encontramos de bruces con el ceremonial de multitudes: la cola. Es mucho decir, quizá, que nos acostumbramos a su visión. Pero ahí están desde hace meses todo el tiempo, en todas partes. Por si no bastara, al ampliarse la necesaria distancia entre persona y persona, la fila se estira. Y ese efecto óptico agranda tu sufrimiento.

En otra temporada salías de casa para hacer algunos recados, pongamos que cuatro, y al final hacías tres. No estaba tan mal. Era imposible no olvidarse de uno. Siempre hay un momento en el que no sabes dónde tienes la cabeza. Pero en la nueva normalidad sales a hacer esos mismos recados y es posible que solo hagas uno. No es que te olvides. Ojalá fuese eso. Para los otros tres –y esto es nuevo– hay que hacer cola, y no te apetece; en el fondo, no te corren tanta prisa. Pasas. Adónde conduce esta vida desesperada sino a la locura.

Todo lo que necesitas, o lo que no necesitas, pero deseas, desemboca desde hace meses en una fila pequeña, mediana o grande, pero siempre soporífera. "Haz lo que quieras", parece decirte el mundo, para después añadir "pero cuando te toque. Respeta el turno". Así nunca volveremos a ser felices.