Misofonía: "No soporto el ruido que hace alguna gente al masticar"

  • Hasta que dieron con este trastorno, la hora de la comida en casa de Enrique (47 años) se convertía en un auténtico infierno

  • Investigadores australianos han encontrado la causa en una conexión anómala dentro del cerebro

  • De todas las opciones posibles, las más exasperantes son el sorbo de la sopa y mascar chicle

Si se dejase llevar por el primer impulso, Enrique, de 47 años, estamparía contra la pared el plato de su suegro cada vez que le escucha sorber la sopa y soplar para que se enfríe. "Parece enloquecer. Empieza enfurruñándose y acaba en un estado de nerviosismo que al resto nos parece desproporcionado. Cada vez más, evita comer en familia", relata su pareja María. Fue ella quien, desesperada, rebuscó en internet y se introdujo en foros hasta dar con la causa del histerismo de Enrique: la misofonía. un trastorno que hace que algunas personas tengan reacciones anormalmente fuertes y negativas a sonidos que emitimos los humanos de forma cotidiana, como masticar, sonarse, toser o simplemente respirar.

La convivencia no es fácil

En ese momento, María recordó a aquel viejo profesor que entraba en cólera cada vez que la sorprendía masticando chicle. Y entendió que quizá esa era la razón por la que a ese compañero de oficina le saca de quicio el simple tintineo de la cucharilla removiendo el café, los insufribles sorbos a la sopa o el ruido de las palomitas en la sala de cine. Existen, igual que su pareja, personas que padecen misofonía. Les puede ocurrir con un solo ruido o ampliar el repertorio de sonidos insoportables. En cualquier caso, la convivencia no es fácil.

Generalmente, estas personas pasan por maniáticas o, según la intensidad de su desagrado, por obsesivo compulsivas al estilo del infame Jack Nicholson en algunas de sus películas o del incorregible Woody Allen, que dice volverle loco el ruido del cuchillo en el plato al cortar la comida o que es incapaz de ducharse si el desagüe está en el centro. El productor Jeffrey Scott Gould cuenta que sintió un gran alivio cuando un amigo le comunicó que había descubierto que su rareza no era tal, sino un trastorno neurológico real.

Scott Gould decidió hablar de ello y dar voz a quienes, como el, padecen misofonía, en un documental que tituló 'Quiet Please' (2015). "Después de una vida conviviendo con esta sensibilidad al sonido, tuve la confirmación de que se trataba de un trastorno y decidí explorar el impacto emocional y psicológico de quien lo padece, pero también el impacto en sus relaciones, en la dinámica familiar y otros aspectos. Vi que había muchas personas como yo". Aunque se desconoce su incidencia, parece mucho más elevada de lo que podríamos imaginar (entre el 6% y el 20%).

El cerebro tiene la clave

La misofonía empezó a ser objeto de estudio recientemente y, poco a poco, vamos conociendo detalles de esta patología que nos ayudarán a ser comprensivos a esa gente que, como Enrique, hasta ahora creíamos demasiado tiquismiquis o histérica. El nombre viene de la fusión de los términos griegos 'misos' (aversión u odio) y 'phonia' (sonido). Hace solo unas semanas, investigadores de la Universidad de Newcastle (Australia) han publicado que la explicación estaría en que existe en estos pacientes una mayor conectividad en el cerebro entre la corteza auditiva y las áreas de control motor relacionadas con la cara, la boca y la garganta.

Es la primera vez que se identifica una conexión cerebral de este tipo. "Nuestros hallazgos indican que para las personas con misofonía existe una comunicación anormal entre las regiones del cerebro motor y auditivo; se podría describir como una conexión hipersensibilizada", indica su autor principal, el neurocientífico Sukhbinder Kumar. Curiosamente, encontraron también un patrón similar de comunicación entre las regiones visual y motora, lo que sugiere que la misofonía podría desencadenarse igualmente con un estímulo visual. Estos primeros resultados les sirven a los investigadores para desarrollar nuevas soluciones terapéuticas para quienes sufren esta afección considerando las áreas motoras del cerebro.

Cómo distinguirla de una simple manía

  • Esos ruidos que desatan tal histerismo los emiten siempre otras personas en gestos tan cotidianos como masticar, sonarse, toser o respirar.
  • La reacción es involuntaria e incontenible, generando un profundo sufrimiento. El ruido en cuestión le exaspera, le irrita, le saca de sus casillas y no puede dejar de prestarle atención. Su conducta provoca en el entorno un gran desconcierto.
  • Ni siquiera hace falta que ese sonido sea excesivo. Lo que para el resto puede ser incluso imperceptible o al menos indiferente a él le provoca taquicardias, sudores y ataques de ansiedad.
  • Es importante no confundir misofonía con hiperacusia. Este otro trastorno es una hipersensibilidad auditiva que hace que un ladrido de perro, una carcajada, un silbido, una sirena o cualquier otro ruido del entorno se perciba como algo intolerable.
  • Quien lo padece no se siente satisfecho consigo mismo, más bien le genera cambios de humor, ansiedad, sudoración, ataques de ira e incluso depresión. Muchos pacientes acaban aislándose o comiendo en solitario para evitar situaciones en las que, con toda probabilidad, alguien comerá con la boca abierta, hará ruido al masticar, tomará la sopa sorbiendo con total despreocupación o chocará algún cubierto con el plato.
  • De todas las posibilidades, mascar chicle suele ser el punto máximo, el colmo de la exasperación. Algunas celebridades son expertas en sacar de sus casillas a su público, como es el caso de Ben Affleck y su irritante forma de mascar el chicle enérgicamente mientras habla.

Algunas técnicas para minimizar su efecto

A la espera de nuevas terapias como las que ya están explorando los investigadores de Newcastle, algunas técnicas ayudan a estos pacientes a tener una buena calidad de vida sin ver alteradas sus relaciones familiares y sociales a causa de la misofonía. Por ejemplo, las terapias cognitivo conductuales para mejorar la tolerancia, las técnicas de relajación para combatir el estrés, el uso de tapones en los oídos y, en general, evitar malos hábitos, como el consumo de alcohol y sustancias excitantes, que puedan agravar la reacción.