Personas con sinestesia: "Parece raro, pero oigo los colores y saboreo las notas musicales"

  • Se trata de un fenómeno neurológico con numerosas variantes que podría afectar a un 14% de la población

  • Lady Gaga, Vincent van Gogh o Liszt son algunos creadores que lo sufren

  • En la mayoría de los casos no se descubre hasta una edad bien avanzada

Lucas ve la primera letra de su nombre de color rosa y a Verónica la 'V' le sabe a limón. Ninguno de los dos delira. Tampoco se debe a que Lucas sea especialmente optimista o Verónica esté armando un poema. "Parece raro, pero oigo los colores y saboreo las notas musicales". Ambos padecen sinestesia, una peculiar alteración no patológica en el modo de percibir a través de los sentidos.

Laurent Cohen, neurólogo del hospital parisino La Pitié-Salpêtrière relata en una de sus últimas investigaciones el caso de Madeleine B, que veía flotar las letras en el aire cuando le hablaban, a unos diez centímetros de su interlocutor. No contó nada porque tampoco creía que fuese nada anormal. Pensaba que también le ocurría al resto. Una vez que se percató de su rareza, prefirió callar. Cumplidos los 90, cuando las opiniones ajenas le importaban ya muy poco, decidió revelar el secreto a su médico y a sus hijos.

Numerosas variantes de la sinestesia

Hoy forma parte de la literatura científica, escasa aún, que habla de este fenómeno neurológico del que se conocen al menos 60 variantes. Desde sonidos que el cerebro capta con un sabor hasta series numéricas que la mente organiza de acuerdo con una figura geométrica. Al pensar, por ejemplo, en el número 6, la persona sinestésica la sitúa inmediatamente en un lugar de su estampa mental.

Las investigaciones recogen testimonios de personas que al esculpir en barro experimentan un intenso sabor agrio u otras que al escuchar la nota Do perciben en la sala un color azulado. Los científicos están aportando información muy valiosa para seguir comprendiendo el funcionamiento del cerebro humano, pero no han conseguido aún dar con las causas exactas. Durante años se consideró una consecuencia de la ingesta de drogas o, simplemente, una extravagancia más dada su especial incidencia en el mundo del arte.

Cuando a Vladimir Nabokov, autor de 'Lolita', le hablaban en inglés, la letra 'A' adquiría el aspecto de madera erosionada. Si la escuchaba en inglés, le evocaba el ébano pulido y la combinación de 'YR' era para él como un trapo manchado de hollín que se rasga. La 'Z', una nube amenazante de tormenta; la 'K', el color de los arándanos; y la 'W' tenía un verde tenue tirando a violeta. Los diptongos, sin embargo, no le producían ninguna tonalidad.

Lo que hoy se plantean los neurólogos es si lo que siempre se tomó por metáforas literarias no serían sensaciones percibidas a causa de una sinestesia. "La poesía aceptaba sin problemas caricias rosas o sonidos azules de un violonchelo", dice Julia Martínez, profesora de la Universidad de Salamanca y autora de una tesis doctoral dedicada a al arte abstracto de Kandinsky y su posible vínculo con la sinestesia.

A pesar de que es solo una hipótesis, esta investigadora hace referencia a algunos de los escritos en los que el pintor ruso deja reflejada una fuerte relación entre estímulos visuales, como los colores, y otros de tipo sonoro. "A veces oía el sonido sibilante de los colores al mezclarse", escribió. Y esta es la impresión que le causó la ópera Lohengrin de Wagner: "Mentalmente veía todos los colores; los tenía ante mis ojos. Líneas salvajes, casi dementes, se dibujaban frente a mí".

Famosos con sinestesia

El caso de Kandinsky no es excepcional. Al parecer, el profesor de música de Vincent van Gogh se sobrecogió al percatarse de que el artista atribuía a cada nota un color. El compositor Liszt o la cantante Lady Gaga podrían también padecer sinestesia. "Durante siglos -indica Martínez-, la sinestesia fue un fenómeno del que se desconocía casi todo, incluido si era real o pura imaginación del paciente. La extrañeza de los síntomas, como escuchar colores o ver números en el espacio, hizo que inicialmente fuera objeto de estudio de psicólogos y psiquiatras, que ni siquiera disponían de medios eficaces para investigar".

Helena Melero, neurocientífica y coautora de un artículo publicado en la Revista de Neurología, observó que casi un 14% de la muestra evaluada (803 hombres y mujeres) experimentaba alguna forma de sinestesia. Las más curiosas, las que asignan género o personalidad a las letras y números (25,9% de los participantes) o las que hacen experimentar un sabor específico al escuchar ciertas palabras. Gusto, tacto, vista, oído y olfato forman en el cerebro una fabulosa alquimia de sentidos que lleva, inevitablemente, a captar la realidad cotidiana desde una dimensión insólita. Se produce de forma involuntaria, automática e insistente.

Los resultados son independientes del sexo, edad, lateralidad (zurdo o diestro) nivel educativo. "La sinestesia es un fenómeno neurológico que se produce cuando la estimulación en un sentido, por ejemplo, el oído, además de desencadenar la percepción que le es propia, como sería el sonido, produce la activación de otro sistema sensorial no estimulado directamente, como puede ser la vista", explica Melero, que comprobó que era sinestésica en su etapa universitaria.

Hasta el momento, la sospecha es que hay un componente genético importante, aunque no se conoce si existiría un mismo mecanismo genético común o en cada tipología habría uno diferente. Se han detectado también algunas diferencias estructurales o funcionales. Lo que los investigadores dejan claro es que no se trata de enfermedad ni patología, sino de una forma diferente de experimentar los estímulos sensoriales. Un sinestésico oye, ve, palpa, saborea y huele normal, pero además añade, involuntariamente y sin control, un atributo más procedente de otro sentido.

Si hoy cobra protagonismo es porque la neurología dispone de nuevas herramientas y métodos, y por la posibilidad de localizar e identificar este fenómeno en las áreas del cerebro. Viendo que no es un suceso tan extraño, cualquiera podría descubrir en este momento que goza de una insólita capacidad para poner color a los sonidos o saborear una palabra con el mismo deleite que si probase una receta con estrella Michelín. Lejos de preocuparse, le serviría para constatar que su vida tendría una variedad de matices mucho más rica que el resto.