"Tengo un trastero lleno de recortes de cine clásico": una psiquiatra analiza las luces y sombras del hábito de coleccionar

  • ¿Por qué era tan común la costumbre de coleccionar todo lo que encontrabas de tu ídolo o afición y por qué hay gente que aún no se ha desprendido de todo esto?

  • La psiquiatra Shirley M. Mueller ha aprovechado su propia obsesión por la porcelana china para investigar la mente del coleccionista y sus resultados son esclarecedores

  • Hablamos con Alfredo Puig, coleccionista del mundo del cine. Reunió tanto que hizo de su inmensa colección un modo de ganarse la vida

El hábito de coleccionar está lleno de misterio. Hay quien ve en esta actitud un punto de rareza, derroche, manía e incluso obsesión. Cuánta curiosidad despertará para que la neuróloga y psiquiatra estadounidense Shirley M. Mueller esté dedicando parte de su labor investigadora a analizar una afición a la que ha sucumbido ella misma. En su caso, su interés está puesto en la porcelana china y ha llegado a viajar miles de kilómetros en busca de una pieza única.

En una de esas ocasiones la persecución la llevó hasta Haarlem, una pequeña ciudad medieval de los Países Bajos. Algo le hizo intuir que ese pequeño tesoro que andaba buscando solo podría existir allí. No solo se equivocó, sino que corrió un serio riesgo de sufrir el camelo de un comerciante que le quiso hacer creer que le vendía una joya a precio de ganga. Este episodio sumó un objetivo más a su interés científico: ¿Qué pasa por nuestra cabeza para que en ese afán de encontrar algo especial para la colección nos permitamos correr riesgos que en ninguna otra circunstancia habríamos barajado?

Existe un cerebro coleccionista y su comportamiento puede ser muy imprudente

Según esta investigadora, alrededor del 33% de la población colecciona algo y en la mayoría de las cosas se vive de una forma muy intensa. El fruto de sus pesquisas es un ensayo que lleva por título 'La mente de un coleccionista' y en él da algunas pistas. En primer lugar, pone nombre a ese comportamiento irreflexivo e imprudente que puede arrojar al coleccionista a los brazos de un estafador. Mueller lo llama la emoción de la persecución.

Es decir, el placer que provoca la posibilidad de hacerse con alguna nueva pieza es suficiente para justificar sus ansias y tanto esfuerzo. "La rareza de una pieza -explica- activa zonas del cerebro vinculadas con el gozo de la recompensa que le animan a adquirirla precisamente por ser inusual, más que por su valor en sí". De acuerdo con Mueller, podría haber una explicación evolutiva: el ser humano explora lo nuevo y determina después si hay en ello un beneficio. La búsqueda y ese modo de anticiparse al hallazgo de esa pieza proporciona aún más recompensa que el placer de poseerla.

Nos regocija conseguir aquello que es único

La segunda motivación sería, según la neuróloga, el orgullo de diferenciarnos del resto y obtener reconocimiento a través de una posesión exclusiva. La emoción es mayor si la hemos adquirido a un precio razonable. En la mente del coleccionista subyace también la idea de haber logrado un legado muy especial del que se beneficiarán generaciones futuras. En cualquier caso, hay una satisfacción de tipo intelectual, puesto que el proceso de recolección exige disciplina, conocimiento y una intuición privilegiada para detectar aquello que es particularmente bello, valioso o escaso.

En sus trabajos, deja claro que una cosa es el coleccionismo como actividad cotidiana y placentera y otra el coleccionismo obsesivo, una patología ligada a personalidades megalómanas, maníacas y excesivamente controladoras. Si se practica con mesura y control, puede incluso actuar como terapia frente al estrés, ya que promueve hábitos sanos y una actitud paciente, metódica y perseverante.

El caso de Alfredo Puig, de 62 años

Todas estas emociones las vive Alfredo Puig, madrileño de 62 años, desde que era niño. Posee una de las colecciones más ricas del séptimo arte.

"Mis padres -cuenta- me transmitieron la pasión por el cine. Todas las semanas asistíamos a la sesión continua de los jueves y veíamos comedias y películas de vaqueros, de suspense, policíacas… El acomodador siempre me regalaba alguna carátula, poster o cualquier cosa que pudiera tener alguna relación con la película… Para mí aquello era importante y lo cuidaba. La colección nació de una forma espontánea. Empecé a reunir carteles, entradas y todo tipo de objetos. Con el tiempo le fui dando un sentido y una forma porque detrás de cada pieza hay un relato", explica.

Cuando el trastero y las estanterías se quedaron pequeños, abrió Gilda Cine, una pequeña tienda en el corazón de Malasaña que ha convertido en santuario del séptimo arte. Asegura que le podría haber pasado igual con las motos, su segunda pasión, pero su alma coleccionista se decantó por el cine y, de manera especial, Marlon Brando, su ídolo.

Después de una vida entregada al coleccionismo, lo que aún le mueve es el puro disfrute de enriquecer su colección, desprenderse de objetos que pueden tener más valor para otras personas y sumar otros nuevos, aplicando su buen gusto y sus conocimientos cada vez mayores. Lo que su patrimonio cinematográfico deja claro es que, como suele ocurrir con los coleccionistas, Alfredo tiene un cabeza ordenada, meticulosa y muy organizada.

Estamos perdiendo cultura coleccionista

Su colección reúne miles de carteles, fotos, recortes de prensa, guías, programas de mano, recortables, revistas, libros, cromos o láminas. Los fines de semana participa en el mercadillo de la plaza 2 de Mayo y le llena de satisfacción ver que aún queda gente -cada vez menos- interesada en el intercambio y la compra venta de estas piezas míticas.

Tiene algunas que son antiquísimas y difícilmente podrían encontrarse en ningún otro lugar del mundo. Lamenta que el público haya perdido tanta cultura coleccionista. "Esto va a hacer que cada vez sea más complicado encontrar objetos y documentos de interés".