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El día de Reyes fue histórico en Estados Unidos. Una muchedumbre de seguidores extremistas de Donald Trump asaltaron el Capitolio, la sede del Congreso y el Senado del país, mientras republicanos y demócratas se encontraban en su interior para certificar la victoria de Joe Biden como próximo presidente de los EE.UU. ¿Pero qué pasó realmente? ¿Cómo se puede explicar que el ejemplo de Democracia en el mundo fuera asaltada de este modo? En Uppers te lo explicamos en diez puntos.
Después de las elecciones del 3 de noviembre, cada Estado obtuvo un número determinado de representantes en el Colegio Electoral. Este, tras su reunión el 14 de diciembre, confirmó la victoria de Biden sobre Trump, pero aún quedaba un paso formal más antes de la toma de posesión el próximo 20 de enero.
Durante una sesión conjunta, que habitualmente pasa casi desapercibida, los senadores de los Estados van certificando ante el resto de presentes en la sala los compromisarios que uno u otro partido obtuvieron en su Estado. Si hay objeciones, se hacen recesos de dos horas para debatir si ha habido alguna irregularidad y, tras ese periodo, se vuelve a la sesión y se continúa. Así con los 52 estados de Estados Unidos.
Una vez acaba esta certificación por ambas cámaras, el vicepresidente del país, Mike Pence, del Gobierno de Trump, es el encargado de dirigirse a los políticos allí presentes y confirmar la victoria final del candidato. En esta ocasión, de Joe Biden.
En este contexto, Donald Trump reúne durante la mañana previa al inicio de la sesión a 30.000 seguidores en los alrededores del Capitolio. Allí, en un mitin, los arenga diciéndoles que él "no se rinde", que ellos pueden "detener el fraude electoral" y que "Estados Unidos exige la verdad". Acto seguido, los más radicales deciden apostarse en frente del Capitolio y enfrentarse a la policía.
En las imágenes que empiezan a circular por las redes se puede ver a la policía del Capitolio desbordada. Este cuerpo de seguridad actúa dentro y en el perímetro más cercano al edificio, pero no dispone de los recursos suficientes como para detener a una turba queriendo acceder por todos los medios. Finalmente, tras varios forcejeos, los asaltantes consiguen su propósito y acceden al interior.
La historia de Estados Unidos se asienta sobre las diferencias raciales, sociales y la antigua esclavitud. De todo ello beben quienes ahora siguen portando la bandera confederada, un símbolo que el Ku Kux Klan porta con orgullo y que los seguidores de Trump enarbolan para "recordar la historia del país". Ni siquiera durante la Guerra Civil de los Estados Unidos esta enseña pudo entrar en el Capitolio pero ahora, casi 150 años después y con esta revuelta alentada por el Presidente, ese muro también ha caído.
Tras el asalto, pronto empiezan a correr por las redes sociales imágenes que ya forman parte de la historia. Así como en nuestro país tenemos a Tejero empuñando su pistola en el atril de Congreso, en EE.UU. tienen a Jake Angeli, también llamado, Yellowstone Wolf, un acólito de Trump que, disfrazado de bisonte, se convirtió en el principal cabecilla de esta toma del Capitolio.
Otro de los asaltantes que pasarán a la historia será el que entró en el despacho de la presidenta de la Cámara de los Representantes, Nancy Pelosi, se posó en él con los pies encima de la mesa y sonriendo. Además, el extremista dejó un mensaje en el escritorio de la política con el texto "no nos rendiremos".
Angeli forma parte de los grupos QAnon, el grupo detrás de este asalto, que creen a pies juntillas la teoría de la conspiración que apunta que Donald Trump lucha contra una élite secreta de pedófilos que gobierna Estados Unidos en la sombra. Entre este "grupo selecto" estarían personas como Hillary Clinton o Barack Obama, Tom Hanks, el empresario George Soros o la presentadora de televisión Oprah Winfrey, entre muchos otros. Trump estaría luchando contra esta élite gracias a una parte de las Fuerzas Armadas que estarían de su lado.
No está claro que el objetivo de los asaltantes fuera tanto revertir el proceso electoral como el hecho de entrar por entrar al Capitolio y retrasar al máximo posible la decisión de certificar la victoria de Biden. De un modo u otro, todos los protocolos de evacuación se activaron ante la avalancha, y no solo de los políticos, sino también de unos cofres fundamentales en el día de ayer.
Se trata de las cajas donde están guardados los certificados del colegio electoral (punto 1) y que si hubieran sido destruidas hubiera supuesto un problema legal importante, ya que se perderían los documentos originales que realmente validan la victoria de Biden sobre Trump. Solo cuando la situación dentro del Capitolio estuvo totalmente controlada estos cofres volvieron al hemiciclo.
No obstante, se hubieran podido recuperar seguramente, puesto que se encuentran digitalizados en los Archivos Nacionales de EE.UU. y, de hecho se pueden consultar de manera pública.
El presidente saliente no solamente no apareció en la televisión nacional del país, sino que se dedicó a tuitear mensajes ambiguos en los que, por un lado, decía a los manifestantes que se fueran a casa, que no fueran violentos y, por el otro, seguía insistiendo en su teoría de la conspiración que no ha sido ratificada por ningún juez de los más de 60 a los que han acudido los republicanos.
En ese contexto, Twitter, Facebook e Instagram decidieron retirar los mensajes del Presidente y, en el caso de Twitter, incluso con la advertencia de que podrían suspender definitivamente la cuenta si no borraba los últimos mensajes o seguía tuiteando con incitación al odio. Algo inédito en la historia reciente, como inédito era que un presidente electo alentara una revuelta contra la sede de la democracia de su país.
Trump, lejos de querer controlar la situación, se mantenía así en su idea de que ganó las elecciones y seguía azuzando la llama para no apagar el fuego que había ido agrandado durante estos cuatro años. Al fin y al cabo, acabar con la revuelta sería ponerse en contra a sus acólitos y que le tildaran de traidor. Una vez más, los intereses personales y egocéntricos por encima del bien del país.
En un hecho sin precedentes, tuvo que ser el vicepresidente Mike Pence, al que Trump ya había tildado de traidor, quien ordenara el despliegue de la Guardia Nacional para controlar la situación en el exterior del Capitolio. Trump se negó o, al menos, mantuvo una posición pasiva, y la llegada de este cuerpo de reserva se demoró más de tres horas. En el interior fue el FBI quien se encargó de desalojar a los asaltantes y detener a sus cabecillas.
Tras la llegada de la Guardia Nacional y el despliegue de los antidisturbios de la policía de Washington, la situación se va apaciguando según cae la noche y se aplica el toque de queda. El saldo final: cuatro muertos y más de 50 personas detenidas; así como decenas de armas incautadas y un par de artefactos explosivos caseros dentro del propio Capitolio.
Aunque únicamente quedan dos semanas para que Trump deje de ser presidente de los EE.UU., hay una mínima posibilidad de que sea destituido en estos 14 días. La enmienda 25 de la Constitución del país dice que se puede destituir al Jefe de Estado si es "incapaz de cumplir con los poderes y deberes del cargo" y ha de ser invocada por el vicepresidente, que debe elevar la consulta al resto del Gobierno y después al Senado.
Por plazos es muy improbable que llegue a ocurrir, aunque sería la guinda del pastel a cuatro años de esperpento continuado en la presidencia de Trump y la dignificación de su segundo de a bordo como hombre de Estado.
La sesión en el Capitolio se reanudó bien entrada la madrugada en los Estados Unidos y finalmente terminó con el resultado esperado: la certificación de Biden como nuevo presidente del país a partir del 20 de enero. Además, los representantes republicanos que tenían pensado objetar por los resultados no lo hicieron, en una mezcla de sentimiento de protestar por lo que había ocurrido, por quien lo había alentado (su jefe) y por, seguramente, querer irse a casa sin seguir con el sainete.
Ahora esperan dos semanas de alta tensión política y social en el país que, si todo va bien, acabará el 20 de enero en los alrededores del Capitolio con la toma de posesión de Biden y su vicepresidenta Kamala Harris. Por su parte, Trump ha emitido un comunicado en el que dice: "Aunque estoy en total desacuerdo con el resultado de las elecciones y los hechos me dan la razón, habrá una transición ordenada el 20 de enero". También ha añadido: "siempre he dicho que continuaríamos nuestra lucha para asegurarnos de que solo se contasen los votos legales. Aunque esto representa el final del mejor mandato presidencial de la historia, solo el comienzo de nuestra lucha para hacer a América grande de nuevo".
Con esta declaración de intenciones, Trump seguirá en la harina política con la idea de presentarse de nuevo en 2024 y continuar con su "Make America Great Again" caiga quien caiga, incluidos los propios resortes de la democracia estadounidense.