Sergio García Sánchez, el dibujante granadino que trabaja para ‘New Yorker’: “Fuera pagan el triple o más”

  • A sus 55 años, ha recibido premios y expuesto por todo el mundo. Compagina su actividad artística con la docencia: es profesor en la Universidad de Granada

  • Ya desde niño soñaba con ganarse la vida como dibujante. “El viaje de fin de curso de octavo de EGB lo costeamos, en parte, con un fanzine que hicimos un compañero y yo”

  • Realiza algunas de sus obras en colaboración con Lola Moral, su esposa; ella colorea sus dibujos. “Hay una gran simbiosis entre ambos”, dice Sergio

Para cualquier dibujante del mundo, ilustrar una portada de la revista The New Yorker representa lo que para un científico ganar el Nobel o la PGA para un golfista: la cota más alta. Sergio García Sánchez, granadino de 55 años, lo ha conseguido, de momento, cinco veces; la última, el pasado 20 de marzo, cuando los responsables de la eximia y veterana publicación estadounidense —fundada en 1925— le pidieron que dibujara la portada que celebraba el tramo final de la temporada regular de la NBA. Su dibujo es un prodigio del movimiento: diez jugadores, los cinco de cada equipo, se contorsionan bajo una canasta en un estilizado revoltijo de brazos y piernas; una escena tan vibrante que el lector no puede por menos que quedarse mirándola unos segundos persuadido de que finalmente sabrá si la pelota entra o no.

“No conozco ninguna publicación que pague lo que paga New Yorker por sus portadas. Está muy bien, no me quejo”, nos dice desde su estudio este dibujante que compagina sus trabajos artísticos con su puesto de profesor titular en la facultad de Bellas Artes de la Universidad de Granada. Es precisamente la diferencia pecuniaria con que en otros países se gratifica a los creadores lo que, desde que el inicio de su carrera, a comienzos de los noventa, le llevó a publicar fuera de España.

Hoy es una figura reconocida internacionalmente: ha recibido premios como los de la Society of Illustrators (Nueva York), Kirkus (Texas), el Festival Internacional de Bande Dessinnée de Sierre (Angulema) o el Centre Belge de la Bande Déssinne (Bruselas), y ha expuesto su obra en Francia, Estados Unidos, Bélgica, Alemania, Suiza… En 2020 realizó el mural Guerra, inspirado en el Guernica de Pablo Picasso, para el Musée National Picasso-París.

“Casi desde el principio empecé a trabajar en el extranjero, pero por una cuestión meramente económica: aquí se paga muy mal. Francia es un sitio en el que uno puede vivir de esto”, explica. En 1994 ya trabajaba en el país vecino y desde 2013 también lo hace con Estados Unidos. “No te ponen pegas. Es decir, no tienes que ir con un currículum por delante. En España somos el país de los currículums. Fuera puedes ser un artista completamente novel, que si tienes un proyecto que les interesa, cuentan contigo. Creen mucho en el autor”, añade.

No es que no sea profeta en su tierra; pero sí que es cierto que en otros países existe una mayor tradición en disciplinas como el cómic, terreno en el que dio sus primeros pasos. “El mercado francés, por ejemplo, está pagando por cada proyecto en cómic el triple, el cuádruple o el quíntuple, depende del proyecto. En Estados Unidos igual. Tenemos muy buenas editoriales, pero simplemente no pagan bien o pagan poco. Es normal que los ilustradores acabemos tratando de buscar fortuna fuera. Supongo que se debe a que el número de lectores que soporta esta industria permite pagar unas cantidades. En Francia y Bélgica se lee muchísimo cómic, se venden muchísimo, las editoriales manejan un mayor porcentaje y es lógico que paguen mejor”, apunta.

El niño que soñaba con ser dibujante

Nacido en Guadix, Sergio García pasó sus años escolares en Cataluña, adonde sus padres, profesores, fueron destinados. Ya desde niño tenía claro a qué quería dedicarse de adulto. “Soñaba con ser historietista”, dice. “Me imaginaba dibujando cómics. De hecho, desde muy pequeñito hacía fanzines en el colegio, cuando nadie sabía lo que era un fanzine. El viaje de fin de curso de octavo de EGB lo costeamos, en parte, con un fanzine que hicimos un compañero y yo. Siempre me interesó dibujar, siempre me rodeé de gente con esa inquietud… También quería ser biólogo marino y piloto, pero con gafas no podía pilotar y resulta que el mar me daba un poquito de miedo”. En Cataluña descubrió la revista Cavall Fort, que recogía los clásicos del cómic francobelga. “Quería dibujar como los grandes maestros de Gaston Lagaffe, Spirou… era para mí una obsesión; como André Franquin, y un poco más mayor como Mœbius”.

Describe como “dual” el apoyo que recibió de su familia; a mediados de los ochenta, querer ser “artista” era considerado poco menos que una locura por muchos padres. “En unas cosas me apoyaban mucho”, concede. “Por ejemplo, yo quería imitar las líneas finas de los cómics, y mi padre me compró un Rotring calibre 0.1. Ellos viajaba mucho, y siempre me traían cómics de regalo. Me suscribieron a Cavalle Fort… Les encantaba que dibujara cómics”.

“Pero por otro lado —prosigue— es cierto que me decían que dibujando no se podía vivir y que, por tanto, tenía que cursar una carrera seria”. Obediente, se matriculó en Geología. Pero, tras dos cursos, quedó patente que las placas tectónicas no le atraían tanto como el dibujo, y se pasó a Bellas Artes. “Comprendieron que tenía que ir por ahí y me apoyaron. Es verdad que los padres quieren que tengas un trabajo seguro, más aún si ellos son profesores. Al final no hice Geología, pero soy funcionario, como ellos, en mi caso profesor de universidad. Así que hemos cumplido nuestros sueños, mis padres y también yo”.

Y aunque ahora es una estrella de la ilustración, la carrera de Sergio García, en la que sobresalen numerosas colaboraciones con destacados guionistas y editores de Francia, no ha estado exenta de altibajos. Cuando en 2015 se propuso publicar Caperucita roja, un ambicioso cómic infantil, en un formato muy original (una cartulina de siete pliegos) y con tres niveles de lenguaje (para que pudiera ser interpretado por niños de diferentes edades), pocos lo entendieron. “Ahora gusta muchísimo a todo el mundo —señala—, pero al principio nos rechazaban el proyecto: lo veían muy complicado, demasiado vanguardista. Lo que ahora es más o menos sencillo, hace seis o siete años era muy difícil. Por eso hay que ir siempre con cautela, prudencia y humildad”.

Compensa lo accidentado de su profesión su consistente labor académica, que le aporta estabilidad económica y una enriquecedora relación con sus inquietos alumnos. “Si no hubiera tenido mi trabajo en la universidad, posiblemente habría acabado haciendo cómic de aventuras para poder vivir, porque si no, es muy complicado. Pero trabajar con gente joven, que suele estar muy al día de aquello que le gusta, te permite crear un intercambio de opiniones, ver lo que les interesa, y poder aplicarlo a tu trabajo. Ellos, a su vez, tienen la oportunidad de aprender de alguien que está metido en este mundo”, dice.

Una de las enseñanzas que se afana en transmitir a sus pupilos es la importancia de encontrar un estilo propio. “Dibujar bien es algo muy relativo”, subraya. “Un dibujante americano que me apasiona es Brian Rea, cuyas obras, cuando las ves al principio, piensas… ¿qué es esto? Pero luego te das cuenta de que es un dibujo superefectivo para lo que él quiere contar, tiene un trazo impresionante. El dibujo es una forma de aproximarnos a la realidad que nos rodea; un matemático lo hace a su manera, un filólogo, de otra. Hay dibujos muy virtuosos que no aportan un plus de diferencia”.

Trabajo en pareja

Una obra magna le tiene actualmente ocupado. El metro de París está acometiendo una ampliación que conectará la periferia mediante una nueva línea en forma de anillo, cruzada transversalmente por una recta, y que permitirá acceder a cualquier parte de la ciudad sin tener que pasar por el centro.

La nueva línea contará con setenta estaciones, una treintena de las cuales ya está en fase de desarrollo; y a cada nueva estación se le ha asignado un equipo de artistas (arquitecto, artista plástico y artista gráfico) para que intervenga en su decoración. Sergio García engrosa la lista de grandes nombres del arte elegidos para la iniciativa. En la estación de Saint-Denis, muy cerca del Stade de Francia, diseñada por el arquitecto japonés Kengo Kuma, y con esculturas e instalaciones del rapero belga Stromae, el ilustrador granadino deberá dibujar once paneles de 3,75 metros por 1,5 metros y dos de 6 metros por dos y medio. La estación se inaugurará en 2024.

En este proyecto de París, así como en otros anteriores, como Caperucita roja o dos de las cinco portadas que ha realizado para New Yorker, Sergio trabaja junto a Lola Moral, su esposa (se casaron en 1993). Aunque llevan carreras independientes, en determinadas ocasiones Sergio pide a Lola que coloree sus dibujos. “Hay una gran simbiosis entre ambos”, dice Sergio. “Yo coloreo aquellos trabajos que no tienen una paleta cromática muy complicada. Puedo decir que soy un dibujante aceptable, ¡pero soy muy mal colorista! Cuando debo usar una paleta compleja, recurro a ella, que lo hace magistralmente. Es una maravilla trabajar así”.