Los 85 años de Robert Redford: el hijo del lechero que llegó a presidente de Hollywood

  • Perdió una beca universitaria por su alcoholismo

  • Superó la muerte de su primer hijo pasando varios meses en Fuengirola

  • e hizo tan amigo de Paul Newman que se compraron casas vecinas

El hombre más guapo de Hollywood acaba de cumplir 85 años. Y aunque hace tiempo que no ostenta ese título, pocos actores han igualado la intensidad con la que brilló él durante los años 70. No ha vuelto a haber un galán tan galán como Robert Redford. Y eso que él, como toda la gente de belleza sobrenatural, odiaba ser tan guapo.

El hijo del lechero llegó a presidente de Hollywood. Tras un viaje por Europa que le cambió la vida (incluyendo una estancia de varios meses en España), Redford devolvió la ilusión al sueño americano, maltrecho tras Vietnam y el Watergate, y simbolizó el heroísmo del hombre corriente que tanto fervor despierta en la cultura estadounidense.

Él, por su parte, nunca quiso ser otra cosa que eso: un hombre corriente americano. Pero la genética le dio el aspecto de un dios griego. De la tensión entre ambos surgió una carrera que en los 90 acabó salvando el cine con el festival de Sundance que él fundó.

Un delincuente juvenil salvado por el arte

Su padre era lechero y su madre ama de casa. Vivían en un barrio humilde de Santa Monica y Robert, que nació en plena Gran Depresión (1936), era el único blanco de su pandilla de amigos. Los chavales dedicaban sus tardes al vandalismo y a veces terminaban detenidos, pero él descubrió que lo único que le hacía más feliz que meterse en líos era dibujar. Su padre, que vivía aterrorizado por la pobreza, intentó quitarle la idea de la cabeza.

Robert nunca mantuvo una conversación con él remotamente relacionada con sus sentimientos: cuando su tío favorito, el hermano de su padre, murió en la Segunda Guerra Mundial, nadie habló sobre el tema en casa.

Su madre murió cuando él tenía 18 años, lo cual empujó a Robert a la bebida y a una espiral depresiva que culminó con la pérdida de su beca para estudiar Bellas Artes en la universidad. Así que cogió sus ahorros y se fue a Europa a hacer autoestop. Viajó por Francia, Italia y España, donde se alojó en una casucha sin electricidad en la costa malagueña. Cuando regresó a Estados Unidos abandonó sus sueños de pintor para dedicarse a la interpretación. Un día un cazatalentos visitó su escuela de teatro. En cuanto vio su foto le fichó.

Un matrimonio de Hollywood en España

En 1958 Redford se casó con Lola Van Wageden mediante el rito mormón (la religión de ella) en Utah. Su capital, Salt Lake City, es tan conservadora que los pilotos de los aviones que aterrizaban allí suelen bromear "Bienvenidos a Salt Lake City, recuerden que deben retrasar su reloj diez años". Pero como Lola era de allí, el matrimonio buscó un terreno en las montañas para tener una vida tranquila y familiar. El propio Robert construyó su casa.

Los Redford tuvieron cuatro hijos. El primero falleció a los dos meses por muerte súbita, lo cual generó en él un sentimiento de culpabilidad que le duró varios años: su familia política le culpó de la muerte por no creer en Dios los suficiente. Durante los 60 Redford se sentía tan insatisfecho con su carrera que le propuso a Lola pasar una temporada en España visitando los pueblos donde él había sido tan feliz a los 19 años. Quizá España volvería a servirle como inspiración para cambiar su vida de nuevo.

Primero alquilaron una casa en el puerto de Alcúdia, en Mallorca, pero finalmente se asentaron en un cerro a medio camino entre Mijas y Fuengirola. La única forma de llegar era mediante burrotaxi. La casa no tenía agua corriente y Robert tenía que atravesar los campos de olivos para ir a comprar comida. Después de varios meses descansando, rodeado de la naturaleza y acompañado por el silencio, Redford volvió a Estados Unidos con un plan: explotaría su belleza para alcanzar popularidad y después la utilizaría para hacer el cine que deseaba y contribuir positivamente a la sociedad. Su primer papel en esta nueva etapa fue 'Descalzos por el parque'.

La mayor estrella de la década

El éxito en 1967 de aquella comedia romántica con Jane Fonda convirtió a Redford en el novio de América. Aquel mismo año se estrenó 'El graduado', una película diferente a las demás, compleja, agridulce y mordaz. El primer puñetazo en la mesa (junto a 'Bonnie & Clyde', de aquel mismo año) de lo que después se llamaría "El nuevo Hollywood". Redford intentó por todos los medios conseguir ese papel pero se quedó sin él por ser, precisamente, demasiado guapo. El cine americano estaba armando una revolución y Redford se estaba quedando fuera de ella.

Cuando el director Mike Nichols (que en todo momento prefirió a Dustin Hoffman) se reunió con Redford, le dijo: "Este personaje es un perdedor nato. Vive permanentemente en ese estado de ánimo que sientes cuando vuelves a casa después de una noche de fiesta sin ligar". La réplica de Redford convenció a Nichols de que Hoffman era el actor adecuado: "¿Sin ligar? ¿A qué te refieres?”. Redford ni siquiera comprendía el concepto.

'El graduado' fue la película más taquillera de 1967 (ajustada a la inflación, su recaudación es similar a las de Marvel) y, lo más importante, una de las más icónicas de la década. Así que cuando el guión de 'Dos hombres y un destino' se cruzó en su camino, Redford se negó a dejar escapar la oportunidad de hacer algo rompedor.

El estudio lo consideraba demasiado "blando" para hacer de forajido, pero Redford empezó a tejer su red de seducción con el espíritu de una campaña política: se metió en el bolsillo primero al guionista, William Goldman; luego al director George Roy Hill; y finalmente a la estrella, Paul Newman.

'Dos hombres y un destino' fue la película más taquillera de 1969, redefinió la amistad entre hombres en el cine (las "pelis de colegas"como 'Arma letal' son hijas directas de ella) y convirtió a Redford en la estrella más exitosa de Hollywood, estatus que mantuvo durante siete años gracias a 'Las aventuras de Jeremiah Johnson', 'El candidato', 'Tal como éramos', 'El gran Gatsby', 'Los tres días del cóndor' y 'Todos los hombres del presidente'.

Para cuando le ofrecieron 'El golpe' (que acabaría siendo la película más taquillera de 1973), el estudio mostró sus reservas en contratar a Newman, que había encadenado varios fracasos. Esta vez fue Redford quien sacó la cara por su compañero y mantuvieron su amistad, llegando a ser vecinos en su madurez, hasta la muerte de Newman en 2008.

El padrino del cine independiente

Tras ganar el Oscar con su debut en la dirección 'Gente corriente', un drama sobre los estragos que causa la falta de comunicación entre padres e hijos, Redford decidió ampliar el terreno que había comprado en Utah de ocho metros cuadrados a 20 kilómetros cuadrados. Llamó a la finca Sundance, en honor a su personaje en 'Dos hombres y un destino'.

En cuestión de años, el festival de cine independiente de Sundance estaba descubriendo a los cineastas jóvenes más subversivos, revolucionarios y electrizantes del Hollywood de los 90: Quentin Tarantino, Steven Soderbergh, Wes Anderson. Pero en cuanto se llenó de paparazzis, marcas patrocinadoras, ofertas millonarias y famosos (Paris Hilton fue un año a pinchar en una fiesta), Redford se apartó del festival. Sundance se había convertido en una pieza más de la maquinaria de Hollywood de la que él pretendía huir.

Una jubilación discreta

Tras reunirse con Jane Fonda en la dramedia romántica de Netflix 'Nosotros en la noche', Redford anunció que 'The Old Man & The Gun' sería su última película. En 2009, tras 13 años de relación, se casó con la artista Sibylle Szaggars y quería disfrutar de su vida familiar en la montaña. Eso incluye a sus siete nietos. El año pasado perdió a un hijo, James, que murió de cáncer a los 58 años.

Robert Redford ha llevado sobre sus hombros el peso de toda una nación. Su luminosidad contribuyó a sacar a Estados Unidos del pesimismo de los 70, pero lejos de eclipsarlo funcionó como un contrapunto: mientras él triunfaba en taquilla, otras estrellas más siniestras coexistían con él (De Niro, Pacino, Nicholson). Y como ocurre con los mayores ídolos, Redford mantuvo un hermetismo implacable. Nadie supo nunca cómo era, de manera que todos podían proyectar en él sus aspiraciones. El propio Paul Newman admitía que, tras 40 años de amistad, sentía que no lo conocía realmente.

Cuando anunció su retirada, Redford explicó que muchos de mis personajes, los que más le gustó interpretar, tenían algo en común. Desde el vaquero de 'Dos hombres y un destino' hasta el periodista que destapaba el Watergate en 'Todos los hombres del presidente'. Desde los idealistas (Gatsby y Brubacker) hasta los aventureros (el Denys Finch Hatton de 'Memorias de África' o el marinero a la deriva de 'Cuando todo está perdido'), todos concebían una sola dirección en su viaje: hacia adelante.

"Cuando las cosas se ponen duras, la supervivencia parece imposible y algunos se rinden porque es obvio que no pueden seguir adelante, ellos no abandonan. Simplemente siguen avanzando. La única vida que conocen es seguir hacia adelante. Y supongo que yo soy igual. Simplemente, seguiré hacia adelante".