Los nuevos serenos que patrullan las calles: “Caminas 20 kilómetros cada noche y te salen llagas”

  • Gijón fue la primera ciudad que rescató la figura de estos agentes cívicos nocturnos, cuyas funciones han cambiado con respecto a los de antaño

  • “Cuando vemos un robo o una pelea, avisamos a la policía. No podemos entrar en ese tipo de situaciones”, explica Javier (62), sereno de Gijón

  • “El sereno sería un buen ciudadano, que fomenta el civismo armado de empatía y sentido común”, dice Rafael (56), del servicio de Santa Coloma de Gramanet (Barcelona)

Durante décadas, incluso siglos —su oficio se documenta desde 1715—, los serenos formaron parte del paisaje cotidiano de las noches de muchas ciudades españolas. Imponían seguridad con su presencia y, portando las llaves de los portales del barrio, ayudaban a los vecinos que llegaban sin ellas a altas horas a sus domicilios (recordemos que en 1978 los porteros automáticos aparecían en La escopeta nacional, el clásico filme de Luis García Berlanga, como un novedoso artilugio con que José Sazatornil pretendía dar un pelotazo). Los serenos desaparecieron de las calles varias décadas, hasta que Gijón los rescató en 1999; desde entonces, otros municipios españoles cuentan con su presencia, reclutando para ello a uppers que buscan reinventarse.

Los serenos actuales comparten algunas funciones con los de antaño; otras, como lo de cargar con las llaves, ya no tienen sentido. “La gente no está bien informada de lo que hacemos”, dice Javier Climent (62), sereno gijonés. “Creen que durante nuestra jornada solo controlamos que estén bien cerrados los comercios, hacemos la ronda y nada más. Pero hay que hacer muchas más cosas: vigilar el mobiliario urbano, que no haya ninguna incidencia con papeleras, contenedores…; acompañamos a sus casas a chicas que salen tarde de sus puestos de trabajo; abrimos y cerramos colegios, lavanderías… Muchas veces, personas mayores que no pueden salir de casa nos piden que vayamos a una farmacia de guardia; nosotros vamos, pedimos lo que necesitan y se lo llevamos a casa”. Hasta colaboran en la búsqueda de mascotas extraviadas. “Ayer precisamente se perdió un perro, dimos la descripción a los compañeros por la emisora, y al final lo encontramos”, explica.

Javier lleva siete años dedicándose a este oficio, al que se postuló porque no encontraba otro. Antes de ejercer de sereno fue vigilante de seguridad, peón, mozo de reparto… “Llegó un momento en que no salía nada; surgió esto y me ha venido muy bien, porque está la cosa muy difícil con el empleo a estas edades”, subraya. Lo encuentra un trabajo muy gratificante. “Me gusta todo de él. Me encanta porque ayudas a la gente. Incluso te preguntan por hoteles, taxis, restaurantes… Informas a la gente y eso te reconforta”, añade.

El colectivo de serenos de Gijón nació como una cooperativa a la que después se ha unido el ayuntamiento. Pero por su origen, tiene un funcionamiento dual: por lo que respecta al consistorio, los serenos cuidan de la ciudad; pero también pueden ser requeridos por particulares para que les brinden determinados servicios, contratándolos a tal efecto en la central. En cualquier caso, patrullan las calles de once de la noche a siete de la mañana, en solitario, en turnos de cuatro noches seguidas y dos de descanso. 

“Es un trabajo muy duro —concede Javier—, sobre todo en invierno, con frío, lluvia… Siempre alerta. Caminas 20 o 22 kilómetros todas las noches y al principio te salen llagas, tienes dolores… Hasta que no te habitúas, es duro. Tenemos media hora de descanso cada noche, y determinados sitios donde podemos parar a tomar un café. Hay que llevar un calzado especial. Al principio lo noté muchísimo. Tuve muchos problemas de llagas. Pero con tanta actividad física, estoy muy en forma, así que no me quejo”.

Botellones, peleas, robos…

Dado que la noche confunde a mucha gente, los serenos están habituados a toparse con situaciones complicadas, entre las que robos, botellones, peleas y escenas de violencia machista ocupan lugar destacado. Dado que no son policías, no figura entre sus cometidos el sofocar conflictos. Cuando estos surgen, “cooperamos con la policía. Las borracheras de los jóvenes están a la orden del día. No suelen amenazarnos, a menos que haya alguno con una copa de más. Pero es muy raro que se metan con nosotros. Cuando vemos algún robo o episodios de violencia de género, nos alejamos un poco y avisamos a la policía local o nacional. No podemos entrar en ese tipo de situaciones”, expone.

Concluida su jornada, regresa a casa, donde desayuna, se ducha y duerme hasta la una y media de la tarde. Tras la comida, “salgo a tomar algo o a dar una vuelta”, dice. Cena temprano, y a eso de las diez y media de la noche sale en dirección a la zona que esa noche le haya tocado transitar. Un ritmo de vida poco compatible que la conciliación familiar. “Algunos compañeros que necesitan dormir más tienen poca vida social. Yo estoy soltero, así que por ese aspecto no tengo problema”, señala.

“Lo llevo bien —dice Rafael Núñez (56)—, porque no tengo pareja ahora. Es verdad que trabajar de noche es antisocial. Vas a la contra de todo el mundo. A lo mejor libras entre semana, cuando los demás se acuestan pronto porque trabajan, y como no me monte la fiesta solo… (risas), poco ambiente tengo. Se va sobrellevando. Tampoco estamos en edad de hormonas descontroladas. Además, de sereno haces trabajo y gimnasio a la vez”.

Santa Coloma de Gramenet (Barcelona) fue el segundo municipio español que repescó la figura del sereno. En general, la idea ha sido muy acogida en Cataluña, pues localidades como Cornellá, Mataró o Figueras también la han incorporado. Al cuerpo de serenos de Santa Coloma, dependiente por completo del ayuntamiento, pertenece Rafael Núñez, quien trabajó muchos años en una empresa de alimentación… también en horario nocturno (“tengo el cuerpo acostumbrado”, dice). Se quedó en el paro, y cuando fue a rellenar la renovación del subsidio encontró esta oferta, a la que se inscribió. Tras un proceso de selección, le llamaron. Ocurrió en 2019. Ahora, además, es uno de los encargados del servicio, cargo que, desde luego, no le libra de patearse las calles en ciclos de cuatro noches consecutivas y dos de descanso.

Empatía y sentido común

“Cuando me apunté a esto, tenía recelo”, confiesa. “Como éramos los primeros después de los de Gijón… No sabía de qué iba. Pero al final, te engancha. Los que somos nocturnos, somos otra especie”. Pero ¿qué es lo que engancha? “Ayudas a tus propios vecinos”, responde. “Lo que hacemos es fomentar el civismo. En la medida de los posible, contribuir a que la convivencia por la noche sea buena. Por las noches hay que explicar a la gente que puede utilizar un parque, por ejemplo, pero no se puede gritar. No se puede hacer botellón, que está prohibido. Fomentamos el civismo siendo muy empáticos. Algunos servicios la policía no los puede dar. Como ir a una farmacia. Nosotros somos la parte suave del civismo, y los que intentamos, usando la palabra, convencer a la gente de que se comporte cívicamente. El sereno sería un buen ciudadano, armado de empatía y sentido común”.

En sus periplos nocturnos, que hace por parejas y de once y media de la noche a seis y media de la mañana, ha afrontado variopintas intervenciones, más allá de avisar si falla un tramo del alumbrado. “Si vemos una pelea, nos apartamos y llamamos a la policía. Si ves que están empezando el botellón, aún puedes hablar con ellos. Pero si son las dos de la mañana, lo mejor es llamar a la policía, porque el diálogo es imposible. También nos hemos topado con parejas discutiendo. Intentas mediar: ‘¿Necesitáis algo?’. A ver si se tranquilizan. Si no se tranquilizan, nos damos la vuelta y llamamos a la policía. Pero situaciones en las que me haya sentido en peligro no he vivido ninguna”, asegura.

Pero la parte más bonita para Rafael es la que tiene que ver con asistir a personas que lo necesitan. “Somos agentes cívicos nocturnos. Para mí eso es lo más importante, y lo que da más satisfacción: ayudar al ciudadano. Acompañamos a personas que les da miedo ir al trabajo muy temprano por la mañana, buscamos medicamentos en las farmacias, guiamos a personas que están desorientadas… Hay gente que se pierde”.

Y prosigue: “Tenemos una señora que nos llama muy recurrentemente para que le acompañemos a urgencias, porque siempre se encuentra mal. Cuando le da por eso, nos llama… Ya la conocemos. Incluso hay gente que a las cuatro de la mañana se encamina al centro de salud porque tiene cita a las ocho. Las personas mayores a veces se desorientan con los horarios. Una vez nos encontramos a una persona mayor a la una y media: iba a comprar comida para gatos. Se cayó, se rompió las gafas, tuvimos que llevarla a su casa… Hay noches tranquilas y noches que son demasiado agitadas”.